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Viernes, 18 de enero de 2013

RESCATES II

La inmortal

Marilyn Monroe (1926-1962)

 Por Roxana Sandá

Ratearse de la escuela para fotografiar a Marilyn. El plan no podía resultarle más perfecto a un chico de 15 años del Bronx que adoraba (como empezaba a hacerlo el mundo entero) a esa rubia debilidad de 29. Peter Mangone y la Monroe se encontraron durante semanas en las veredas del East 52nd. Street sólo para caminar, mirarse, ser fotografiada ella y jugar al cineasta él. Un material de cinco minutos y medio de duración fue presentado ayer en la Galería Danziger, en el barrio de Chelsea, en Manhattan. Las imágenes de “miss Monroe” captadas por una cámara Revers de 8 milímetros, por entonces propiedad del hermano de Mangone, dejaron en los presentes una sensación extraña. La de estar frente a un rostro bello, sí, pero tan contemporáneo que asusta y maravilla a la vez. Mangone falleció en diciembre. No pudo apreciar el rescate emotivo y seguramente generador de buenos dividendos a futuro, pero en las últimas notas que llegó a dar repitió lo que había dicho en 2006, ya instalado en Fort Lauderdale, a la periodista Katie Couric. “Todo el día ella jugó conmigo. Las personas que la han filmado dijeron que nadie la captó como aquel muchacho, porque ella no se sentía amenazada, no tenía miedo. No iba a estar haciendo un papel, así que capté a la chica real.” En 1955 Marilyn comenzaba a recuperarse de un divorcio controvertido con el beisbolista Joe DiMaggio, por “crueldad mental”, y su contrato con la 20th Century Fox se desbarrancaba. El Hotel Gladstone se convirtió durante un año en refugio (hay imágenes desde el espejo del baño de su habitación. La sonrisa inmensa y los ojos con ese achinamiento tan suyo, ayudados siempre por esas pinceladas negras del delineador) y distancia justa entre el Actor’s Studio de Lee Strasberg, donde estudiaba. Pero lo de Peter Mangone fue otra cosa. O mejor dicho, el tiempo le dio un peso específico diferente. “Este es su legado”, dice Daniel Pye, socio del artista devenido años después en peluquero, e inversionista de Miami interesadísimo en que el hallazgo funcionara. El adolescente había leído en las columnas de chismes de los diarios de la época que la actriz se alojaba en el viejo hotel, cerca de Lexington Avenue. Durante semanas hizo guardia frente al edificio, esperando que ella saliera. Hasta que una mañana logró tomarle una foto. Y otra le acercó la imagen revelada para que ella la autografiara, lo que Marilyn hizo divertida. “Y al día siguiente, yo tenía una razón para volver. Entonces regresaba con una pequeña cámara Brownie y le tomaba una foto.” Del cholulismo al ritual sólo medió un afecto que duró semanas. El seguía esperándola con la lente inquieta; ella dejaba hacer. Todavía era una mujer feliz. Los días de lluvia lo acompañaba hasta el metro neoyorquino para que el chico volviera a casa a tiempo. “Un día me dio dulces para llevar a casa, y me los comí casi todos en el viaje.” El final es la mejor parte de la historia y es donde entra a jugar la Revers 8 mm. Pye cuenta que ese día frío de primavera, “estuvo literalmente con ella desde la mañana hasta el anochecer”, caminando a lo largo de la Quinta Avenida, capturando una cara lavada que (se sigue confirmando), era capaz de soportar cualquier primerísimo plano. Los amigos accidentales nunca volvieron a encontrarse. Ella estaba a segundos de convertirse en la diosa de Hollywood. El era un estudiante del noveno año que, incluso, llegó a perder la cámara. Marilyn murió en 1962. Peter se dedicó a peinar celebridades en la Florida. El mito resucitó en 2002: su hermano encontró la película en la casa paterna, perdida entre trastos viejos. Lo que siguió después es casi de catálogo. Una productora de Baltimore recuperó el material y transfirió los 9212 cuadros de color a película de 16 milímetros. En 2012, el fotopeluquero montó fotogramas y publicó el libro Marilyn Monroe: NYC, 1955: Fotografías de Peter Mangone. Se sabe, las posibilidades son infinitas.

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