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Viernes, 6 de diciembre de 2013

COSAS VEDERES

Mujeres de altura

Las WASP fueron mujeres pioneras que volaron para Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Ahora, estas pilotos quieren su carroza conmemorativa en un desfile típico, pero necesitan plata.

 Por Guadalupe Treibel

Asevera el dicho popular que, cuando el gato no está, los ratones se divierten. Si la fórmula se trasladase a épocas de onomatopéyicos enfrentamientos bélicos, el “viva la pepa” tendría una forma ligeramente distinta. Porque cuando el hombre no estuvo (o más bien, se fue a pelear), las mujeres quedaron a cargo y, en vez de darse al ratoneo, llevaron adelante sus países. Como bien es sabido, ocurrió en la Segunda Guerra Mundial, cuando las señoras dejaron el corsetado e impuesto rol de amas de casas para integrarse a las industrias textiles, a las fábricas de armas y municiones (la reciente tira canadiense Bomb Girls lo muestra con gracia), a los trabajos de telefonistas, oficinistas, recepcionistas, al arduo hacer de los campos; si así lo requería el caso hasta llegaron a ser jugadoras de béisbol (a chequear la ficcional A League of Their Own, de Penny Marshall, para más precisiones)... Oh, Rosie, la remachadora, qué gran época emancipatoria.

Suspiros aparte, algunas (la mayoría) hicieron de flamantes e independientes civiles-cabeza de familia; otras (las menos) se pusieron el traje de armas tomar, que suponía una participación guerrera más activa. Entre ellas: las espías británicas, las enfermeras de variopintas naciones, las Brujas Nocturnas (o “Halcones de Stalin”), como se conoció a los regimientos femeninos de fuerzas aéreas rusas que realizaron más de 30 mil misiones, etcétera. Como era de suponer, las norteamericanas no se quedaron atrás. De hecho, uno de los capítulos de la Segunda Guerra Mundial –quizás el menos conocido– involucra a sus muchachas aladas: las del Servicio de Pilotos Mujeres de las Fuerzas Aéreas (Women Airforce Service Pilots, o WASP, in english).

Con el apoyo de la siempre dispuesta Eleanor Roosevelt y gracias a la iniciativa y dirección de Jacqueline Cochran (primera mujer que rompió la barrera del sonido y fue la primera en volar un jet a través del océano) y de la piloto –más tarde comandante– Nancy Harkness Love, la WASP era una organización que nucleaba a pioneras del vuelo (civil) dispuestas a poner las alas a disposición del ejército. De más está aclarar: al comienzo, los yanquis se negaron con la reticencia propia de quien le niega a una dama un pase VIP a un boy’s club. Pero pasó el ataque a Pearl Harbor (y con él, el ingreso sin escalas a la guerra) y saltó a la vista una evidencia: hacían falta más pilotos. Y si las ladies se hacían cargo de las tareas de no-combate, los varoncitos podían hacer como Mambrú e irse a la...

Ergo: a partir de 1942, se habilitó el llamado y alrededor de 25 mil mujeres respondieron; así y todo, sólo 1830 fueron aceptadas y prestaron juramento. Afilando las filas, tras pocos meses de preparación militar, quedaron sólo 1074 (todas con entre 18 y 35 años y, por lo menos, 1,60 m de estatura). Entonces empezaron las tareas: sin formación en artillería, (casi), sin formación en piruetas pero con las maniobras necesarias para recuperarse de cualquier posición comprometida, las WASP se dedicaron a probar los aviones reparados o recién manufacturados (¿conejitas de Indias?) y llevarlos hasta bases militares de Estados Unidos para que los hombres los usasen en combate. También entrenaban a tipos bajo el fabuloso lema “Si podemos enseñarles a caminar, podemos enseñarles a volar” (aplauso cerrado) y transportaban cargamento y oficiales. Como bonus, las chicas sabían cómo maniobrar cualquier modelo que le pusieran enfrente, tan duchas eran.

Y aunque ganaban menos que los varones en símil cargo, no tenían seguro ni obra social y los gastos de entrenamiento (y el uniforme) iban por cuenta propia, igual le ponían empeño, garra y voluntad patriótica. El Estado prometió darles cargo militar pero no lo hizo y, antes de que la 2GM terminase, se las despidió sin pena ni gloria. En otras palabras: desaparecieron de la historia. A las familias de las que fallecieron en acción (alrededor de 40) apenas se les entregaron 200 dólares y un cajón de pino; nunca se les dejó usar emblemas como la merecida Estrella Dorada en señal de servicio. Durante tres décadas estuvieron borradas estas mujeres, hasta que un buen día los archivos –clasificados– que registraban su labor fueron abiertos al público. Entonces, en 1977, finalmente a las WASP se las reconoció como veteranas que sirvieron a su país y se las galardonó con la Medalla de la Victoria de la 2GM. En 2010, Barack Obama hizo lo propio y les otorgó la de Oro del Congreso. Las pompas estaban en orden. ¿Estaban...? Pues resulta que no, aún al día de hoy, no.

Porque los hechos señalan que, al no haber tenido los laureles desde el vamos, los norteamericanos desconocen el cuento de estas señoras. Acorde con Alyce Stevens Rohrer, ex WASP, por ejemplo: “Fui maestra durante 20 años, pero nunca nadie en las clases supo de nuestra existencia. Ningún libro nos menciona”. Por suerte, la asociación Wingtip-to-Wingtip, dedicada a recordar a estas pilotas, planteó un “Se acabó lo que se daba”, y planea acto reivindicativo. Acto reivindicativo que –y hete aquí la noticia para la lágrima– corre peligro...

Dirigida por Albert Lewis, hijo de Dorothy Lewis (mujer que, a los 13, intercambió la platería de su casa por lecciones de aviación, más tarde WASP y, desde septiembre, fallecida), la asociación quiere participar del próximo desfile Rose Bowl (tradicionalísimo entre los gringos) para que la millonada de televidentes sepa quién fueron su madre y sus valiosas secuaces. Una gran idea con un pequeño traspié: ser parte de los festejos que tienen a EE.UU. en vilo cada enero cuesta una fortuna, y nadie quiere financiar la memoria de las ex veteranas. Y aunque ha habido algunos benefactores (el grupo lleva un año en campaña de recolección), todavía les faltan 30 mil dólares para que su deseo se haga realidad. A cruzar los dedos y prender velitas o –mejor aún– darle buen uso a la chequera, porque sí que estas pioneras merecen su carroza. Aunque más no fuera para sacar a pasear esos coquetos trajes vintage. Y las gafas a tono, no vaya a ser cosa...

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