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Viernes, 6 de diciembre de 2013

CINE

La voracidad del amor

Charla exclusiva con Abdellatif Kechiche y Adèle Exarchopoulos, director y actriz del controversial film La vida de Adèle, una épica amorosa que tiene al mundo con el corazón palpitante.

 Por Guadalupe Treibel

Adèle Exarchopoulos es Adèle, una joven de 15 años que –un buen día– cruza la calle, ve a una tomboy de pelo azul y queda prendida hasta la médula. Léa Seydoux es Emma, ese objeto de deseo inminente, catalizador de placeres y ensoñación para la petite protagonista. Un encuentro fortuito, la presentación de rigor (una es estudiante de secundario de Lille, la otra universitaria de Bellas Artes), charlas sobre Sartre y Bob Marley entre bosquejos azulados y, bum, la voracidad se come todo: la pantalla, las bocas, la pulsión anhelante, cualquier dubitación o entredicho. Y, como cualquier buena oda cargadamente amorosa, todo comienza con una mirada. Y un par de ojazos marrones, los de AE, que en los 177 minutos de esa totalidad magnética titulada La vida de Adèle Capítulos 1 y 2 (quizás haya 3 y 4) o, según la zona, El azul es el color más cálido, manifiestan cuanta emoción ha de abonar tamaña historia acorazonada.

Dirigida por el multipremiado Abdellatif Kechiche y actuada por la ya mencionada dupla para el infarto, la cinta dejó mudos a los presentes en la última edición del Festival de Cannes (donde ganó la Palma de Oro). Y promete hacer lo mismo mañana, cuando se presente en el contexto de la V Semana de Cine Europeo en Buenos Aires. O en enero, cuando haga lo propio en salas comerciales. De cara a la inminencia de la alegría (feliz estreno), Las12 tuvo acceso al cineasta y a la protagonista de ancestros griegos en una charla para poquitísimos periodistas.

ELLA Y ELLA, FUEGO

Cuando una épica amorosa entre dos mujeres sale a la luz, es prohibida en ciertos estados norteamericanos, sufre restricciones en su distribución, recibe tremenda promoción, tiene escenas –muy– explícitas de sexo, gana la Palma de Oro de Cannes y, en un gesto inédito, el jurado se lo entrega al director y a las actrices en conjunto, no hay manera de que quede ajena a la controversia. De buenas a primeras, la historietista Julie Maroh, en cuyo comic Le Blue est une couleur chaude está inspirada la película, se quejó de que las escenas de sexo no fueran creíbles. Y ni qué hablar de la pelea entre Kechiche con Léa Seydoux –que lo acusó de tirano y dijo que el rodaje había sido horrible–. Pero mejor no meter la cabeza en el berenjenal actriz-director; al fin de cuentas, las declaraciones cruzadas y los besos y abrazos que compartía la dupla cuando comenzaba a promocionar el film hacen que sea imposible saber si, en efecto, Abdel es un torturado o si Seydoux, nieta del presidente de la distribuidora Pathé, es una niña rica mimada...

Más allá de los pequeños sinsabores, el 99 por ciento de la crítica concuerda en que La vida de Adèle es sencillamente memorable. Y tienen razón. The Hollywood Reporter, por ejemplo, anotó que “las tres horas son sostenidas por los giros fenomenales de las actrices, en especial Exarchopoulos, quien claramente ofrece una interpretación que es un estallido”. The Guardian destacó “el genuino y apasionado arte de hacer cine” del cineasta. The New York Observer se limitó al categórico “ni más ni menos: un triunfo”. Los medios franceses, por su parte, le endilgaron notas similares. “Nunca quise que se pareciera a la vida real, quise que realmente fuese la vida misma. Momentos verdaderos de la vida; ésa es mi búsqueda”, reitera este fanático del realismo que grabó unas 800 horas de material crudo y filmaba a las chicas hasta cuando se echaban a dormir la mona.

LA LLAMA SAGRADA

Hay que decirlo: Kechiche tiene un olfato infalible a la hora de encontrar nuevos talentos. Hallazgos previos incluyen nombres como Sara Forestier o Hafsia Herzi, entonces totales desconocidas, hoy caras habituales en la pantalla grande francesa. Y si bien Exarchopoulos ya tenía una petite experiencia en la materia (su debut fue seis años atrás en el film Boxes, de Jane Birkin), esta cinta la ha puesto en la cima. Y con apenas 20 años. “En los tres casos, la elección fue, además, política. Siendo los orígenes de toda la clase trabajadora, es una verdadera satisfacción para mí haberles dado su primera oportunidad, o su oportunidad más relevante. De todas formas, el talento –o la llama sagrada– ya estaba ahí. Sólo fue cuestión de detectarla”, explica quien se convenció de que AE era la opción certera al verla embuchar una tarta de limón.

“AE tiene una cierta magia, esencia, metafísica que hace que haya cosas que vibren y se perciban en ella, una dimensión difícil de encontrar en este ámbito laboral. Véanla ahora: lleva un vestido celeste y blanco –los colores argentinos– y ni siquiera sabía cómo lucía su bandera”, ofrece el director. Sobre qué la incentivó a dedicarse a esta profesión desde una edad tan temprana (12 años), la muchacha explica: “Empecé un curso de actuación a los 8 porque necesitaba gastar mi excesiva energía en algún sitio y tuve la suerte de que una profesora me presentara a una directora de casting. Así entré en el mundo del cine. Es curioso: en aquel entonces pensaba que todas las películas eran de acción y se hacían de una sola toma. Una vez mi mamá, que es enfermera, me acompañó a un set y, viendo lo laborioso del proceso, me dijo: ‘No sé cómo aguantás; esto es una tortura’. A lo cual, no pude menos que replicarle: ‘Mamá, vos te levantás todos los días a las 6 de la mañana y te pasás nueve horas dando inyecciones. Eso es verdaderamente agotador’”.

METAFISICA DEL GOCE

No hay que ser particularmente observadora para notar que a Exarchopoulos le fastidia hablar sobre las muy explícitas y extensas escenas de sexo. Y no es por pudor sino por aburrimiento. Es lógico: lleva meses resolviendo el mismo signo de pregunta. De allí que, tras resoplar sentidamente y dar otro sorbo a su chocolatada, asegure: “Como Steve McQueen dijo en una oportunidad, no hay riesgo en este tipo de escenas. Por supuesto había una implicación física, pero no en sentido duro. Mi verdadero desafío fue construir una relación verídica mostrando la obsesión que mi personaje siente por Emma y mantenerme fiel al sentimiento; hacerle justicia a alguien que ve pasar a alguien por la calle y ese encuentro le revoluciona la vida”.

Hay que reconocer, sin embargo, que los famosos minutos hots son los menos convincentes de La vida de Adèle. De hecho, cada vez más personas admiten (on line) que les ha sacado una risotada –en general, por lo inverosímil de las poses–. En ese sentido, hay más intensidad narrativa en la manera en que la protagonista come fideos (con una voracidad que simboliza el ansia con que arremete en todo: el amor, su oficio, sus pasiones) que en lo que ocurre bajo las sábanas azules (o, mejor dicho, sobre ellas).

Con todo, es claro que el universo de placer femenino intriga y moviliza genuinamente al director. En una escena de la peli, un personaje secundario (un hombre, dueño de una galería) reconoce sentir envidia de Tiresias –aquel ser de la mitología griega que afirmó que el hombre experimenta una décima parte del goce femenino– en tanto tuvo la posibilidad de ser mujer y varón. “Quise plantear un interrogante, no una afirmación. Desde el principio de los tiempos, los filósofos se preguntan por la metafísica del placer y aún no hay respuesta. En lo personal, le doy más importancia a la metafísica de los espaguetis”, bromea al respecto.

AZUL PROFUNDO

Cuando Kechiche estrenó su trabajo anterior, Venus negra (Vénus noire, 2010), donde recordaba la vida de una mujer sudafricana exhibida como un animal a principios del siglo XIX, mucho se le objetaron las casi tres horas de duración del film. De hecho, un periodista lo increpó al son de “¿sabía que Hitchcock dijo que una película no puede durar más que el umbral de resistencia de una vejiga?”. Entonces, Abdel respondió: “No hago películas para vejigas”. El hombre no se apura, nunca se apura. Y lo bien que hace. Lo mismo sucede en La vida..., donde se detiene un buen rato en las pastas, en la heroína haciendo de profe de kinder, en el sexo. Contrariamente a lo que pudiera creerse, el efecto decanta y encanta: lejos de aburrir, AK da tiempo para que la audiencia se involucre con el universo de esta niña-mujer y sus transiciones, sus peripecias, sus dudas, sus dolores. Un logro nada menor que acompaña a otros tantos de esta maravilla azulada.

Porque si el azul es –en efecto– el color más cálido, la película abraza cerúleamente, convirtiendo a la tonalidad en un envolver caluroso que baña –con preeminencia o furtivamente– cuanta escena se ha fabricado y dispuesto para el espectador. La ecuación cambia: no es la inmaterialidad del frío sino la inevitabilidad de ciertas pasiones furibundas las que llevan la marca de este blue que, ya desde el título tentativo, amaga con romper preconceptos. Ejercicio que, por cierto, no es novedad en el universo Kechiche. Ya desde su ópera prima, La culpa la tiene Voltaire (2000), el cineasta se ocupaba de temáticas francamente humanistas y, sin caricaturización, clichés o autocomplacencia, mostraba un amplio espectro de indocumentados desde el no-prejuicio, poniendo especial foco sobre la inseguridad crónica de un inmigrante tunecino en París. Tunecino como lo es él mismo, que nació en dicho país africano en 1960 y se mudó a Niza con sólo seis años.

Su siguiente film, Juegos de amor esquivo (L’esquive, 2003), no aflojó la cuerda y se ubicó en los barrios periféricos parisinos para contar una historia sensible de juventud, con minorías étnicas como protagonistas. Allí, la narrativa giraba alrededor de chicos de secundario, un amor y un autor: Pierre de Marivaux, uno de los dramaturgos y novelistas franceses más relevantes del 1700 –a tal punto que hoy existe la palabra “marivaudage” para describir un estilo floreado, de refinamiento afectado, donde, tras las aparentes trivialidades, no falta la crítica social y moral, como el del autor–. Kechiche vuelve a retomar al escritor francés en La vida de Adèle, y no resulta casual que su heroína lea y promueva las bondades de su inacabada obra La vida de Marianne (“Yo soy una mujer. Yo cuento mi historia”). Consultado por Las12, AK reconoce que “hay muchos puntos en común entre las dos películas y Marivaux crea cierta unidad entre ambas. En principio, el personaje de la profesora de Juegos... fue una gran fuente de inspiración para el personaje Adèle, que también termina dedicada a la docencia. Por otra parte, aquí vuelvo sobre temas como las diferencias sociales y el encuentro por azar o destino”, destaca. Que resalte que el atractivo particular que encuentra en el clásico escritor sea “su manera ligera de abordar cuestiones político-sociales” tampoco pareciera fortuito...

Al fin y al cabo, Kechiche no piensa en etiquetas como “cine queer” o “film lésbico” y en más de una ocasión se ha encargado de aclarar que el hecho de que la película se filmara en simultáneo al debate y la aprobación del matrimonio igualitario en Francia fue una casualidad (feliz casualidad, pero casualidad al fin). “Mi idea siempre ha sido contar una gran historia de amor y, en ese sentido, consideraba que la mejor manera de defender ese discurso era no poner la homosexualidad en un plano militante sino banalizarlo –en el mejor de los sentidos– para que el público se identificase con Adèle sin que importasen sus preferencias sexuales”, explica.

Aun sin embanderarse, AK demuestra una postura saludable a la hora de postular ciertas críticas. En una reciente entrevista a un medio español, el realizador se quejó de la actitud retrógrada de una porción de la sociedad francesa con las siguientes palabras: “Creo que ha habido un serio retroceso, y creo que esto se debe a los años de Sarkozy, que han hecho mucho daño al país. Es algo que no podíamos imaginarnos ni con Mitterrand ni incluso tampoco con Chirac. Ha habido una extraña regresión en las mentalidades, una tendencia reaccionaria inquietante y sorprendente”.

La vida de Adèle se estrena comercialmente
el próximo 2 de enero.
En el contexto de la V edición de la Semana de Cine Europeo, se presenta mañana sábado 7 de diciembre
a las 20 en el Cine Gaumont.

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ADÈLE Y EMMA EN UNA ESCENA DE LA VIDA DE ADÈLE.
 
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