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Viernes, 25 de julio de 2014

VISTO Y LEíDO

Nunca más pequeñas

Reeditado en 2013, por primera vez desde 1878, el diario de viaje de la chilena Maipina de la Barra revela cómo la religión puede ser una vía para denunciar las desigualdades de género.

 Por Milagros Belgrano Rawson

En pleno siglo XIX, la viajera chilena Maipina de la Barra se comportaba como una mujer vanguardista. No sólo era vegetariana, sino que practicaba el hipnotismo y estaba vinculada con el espiritismo y la masonería. Cuando sus pares sólo viajaban con sus esposos, ella lo hacía con su hija y, más tarde, a los 47, cruzaría a lomo de mula la Cordillera de los Andes acompañada de un baqueano. Escribía, era una talentosa pianista y creía en la abolición de la esclavitud, la educación de las mujeres y el derecho de ellas a ganar su sustento. Cuando enviudó, sin un centavo y con una niña a su cargo, en Valparaíso se las arregló para trabajar como profesora de piano, algo inusual para las mujeres de su clase. En su libro de viajes, publicado en 1878 con un título que probablemente bata records en longitud –Mis impresiones y vicisitudes en mi viaje a Europa pasando por el Estrecho de Magallanes y en mi excursión a Buenos Aires pasando por la Cordillera de los Andes– y reeditado a fines de 2013 por la editorial chilena Cuarto Propio, Maipina ejerce esa mirada bizca de la que hablaba David Viñas, ese gesto de admiración por la cultura y la civilización europeas, y un desprecio casi sarmientino por la barbarie sudamericana. Europa ya entendió que “no hay progreso sin el concurso poderoso de la mujer”, como dice en su diario de viaje. En ese continente, la mujer ocupa un estatus distinto del de la latinoamericana, observa. Y “sólo así puede decir algo difícil de sostener en una sociedad tradicional como la propia”, explica a Las12 la historiadora chilena Carla Ulloa, autora de la reedición crítica del original de esta crónica de dos viajes, el transatlántico y el que atraviesa la cordillera.

Tímida feminista –nunca se definió como tal y hoy difícilmente se le adjudicaría ese rótulo–, junto a su hija Eva, Maipina pasa un año en Italia y Francia y se maravilla por estas sociedades “de buen tono” donde las mujeres pueden viajar sin compañía en vagones “para damas solas” y donde se permite a las mujeres casadas y mayores bailar en las fiestas –algo prohibido en su Chile natal–. Pero Maipina, bautizada así en honor a la batalla de Maipú, librada por el general José de San Martín, padrino de la viajera y amigo de su padre, tiene sus contradicciones. Benjamín Vicuña Mackenna, por entonces ya un conocido periodista y político chileno, reseña su libro con cierto paternalismo: lo tilda de sentimental y no perdona las barbaridades que dice Maipina de su sirvienta porteña –la acusa de perder el tiempo cosiéndose ropa, “no a la moda de las sirvientas, sino de las señoritas”. Ay, Maipina...–.

Candidata a doctora por la Universidad Autónoma de México, Ulloa recorrió un largo camino hasta dar con retazos de la vida de Maipina de la Barra que le eran desconocidos. Con una beca de la Universidad de Chile, en 2011 viajó a Buenos Aires para recorrer archivos y bibliotecas. Así descubrió, y sobre todo a través de la historiadora Norma Alloatti, que Maipina era parienta de Emma de la Barra, la escritora rosarina que escribía con el seudónimo de César Duayen y cuya novela Stella fue, a principios del 1900, un éxito de ventas prologado por Edmundo de Amicis. “Ahora sabemos que Emma y Maipina eran familia y que posiblemente se cruzaron en Buenos Aires”, cuenta Ulloa. Y destaca que en Chile la viajera sigue siendo poco conocida. También en la Argentina, a pesar de que Maipina vivió 30 años en Buenos Aires y que dedicó su libro de viajes “a las damas argentinas”. Casi un siglo y medio después de la publicación de estas crónicas, la reedición crítica de Ulloa intenta rescatar del olvido a esta mujer que abogaba por “la educación de nuestras hijas para no volver jamás a ser pequeñas”.

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