Cuando a AnneMarie Métailié, directora y fundadora de la casa editorial francesa que lleva su nombre, le preguntaron cómo le gustaría morir, ella, categórica, afirmó que “leyendo la prosa de un joven autor que me haya hecho latir el corazón”. Toda una apasionada declaración de principios la de esta editora de oficio (socióloga de formación), que recibió el martes el Premio al Mérito Editorial 2014 en el marco de la Feria del Libro de Guadalajara, un reconocimiento entre colegas que remarca su labor como intermediaria entre los autores latinoamericanos y los lectores franceses, en una ceremonia emotiva. Porque si de algo se encargó esta audaz y elegante mujer en los últimos 35 años a través de su sello Métailié es de ser una suerte de embajadora, y de trabajar con tenacidad para defender e instalar a sus autores en un país en el que es difícil hacerse un nombre. AnneMarie apostó a la formación de un catálogo razonado integrado por argentinxs, cubanxs, brasileñxs, chilenxs, portugueses, mexicanxs, y a una serie de obras literarias que gracias a ella consiguieron su primera traducción al francés. Sabemos que mediante la legitimación francesa –siempre tan deseada y acariciada por lxs latinoamericanxs– pueden llegar también las traducciones a otras lenguas, y entonces es AnneMarie quien siempre tuvo la llave de muchas puertas.

Después de las cálidas palabras de Daniel Divinsky –legendario editor de De la Flor–, que remarcó su talento en “un oficio de locos”, y de las de Elsa Osorio –autora argentina de su catálogo y también amiga–, que se encargó de leer mensajes de una gran cantidad de autores publicados por ella, todos en un tono de agradecimiento profundo y amistad sincera, AnneMarie pasó al estrado visiblemente emocionada y feliz. No le tembló la voz en su discurso de agradecimiento, leído en un perfecto español, en el que contó que se convirtió en editora sin saber del todo lo que esto significaba, guiada por la fascinación que le transmitían los que ahora son sus colegas. Dijo que en ese entonces, a fines de los setenta, había muy pocas mujeres llevando adelante sus propios proyectos en este oficio complejo, que conjuga una serie de saberes técnicos y prácticos con el deseo, la intuición y cierto romanticismo que viene de la fascinación por una obra, y por la extraña certeza de que debe ser publicada. “Mi vida profesional cambió cuando vi de cerca el trabajo de los editores de América latina. Francia siempre fue una nación privilegiada en su cultura, una tierra donde los autores son reconocidos y hasta algunos presidentes tuvieron pretensiones literarias. Por eso reconozco tanto el aprendizaje que obtuve gracias a los editores de América latina, que me enseñaron que se puede salir adelante y publicar excelentes obras ante condiciones siempre difíciles y adversas.”

AnneMarie Métailié apostó a una editorial que durante mucho tiempo no fue redituable y confió tanto en su proyecto que hasta le prestó su apellido –como lo hizo también Adriana Hidalgo, otra dama de la edición que recibió el mismo galardón hace dos años–. A ese aprendizaje continuo y entusiasta se sumó su talento natural para descubrir grandes obras. “Para mí los textos son primordiales. No quiero conocer a los autores antes de leer sus libros. Tengo buena oreja para las obras”, dijo también en el discurso, demostrando cuán poco le importa la figura de autor que cada quien se construya por fuera de lo que su escritura demuestre. Elsa Osorio, Selva Almada, Mempo Giardinelli, Maitena y Pablo De Santis son algunos de lxs argentinxs publicados por Métailié, muchos de los cuales se convirtieron también en sus amigos. “Yo seduzco con mi catálogo de autores. Me gusta la literatura de la gente que ha vivido, que ha pasado por la historia.”

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