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Viernes, 5 de diciembre de 2014

PERFILES

Las Madres

Estela de Carlotto con las madres de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa

 Por Sonia Tessa

“Cuando un vecino me avisó que habían desaparecido a estudiantes normalistas, dejé el puesto de venta de cacahuates y me vine desde mi pueblo”, cuenta Macedonia Torres Romero, la madre de José Luis Luna Torres, uno de los 43 estudiantes de la Escuela Rural Normal Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa, desaparecidos en Iguala el 26 de septiembre pasado. Su hijo tiene 18 años. “Vamos para acá, vamos para ahí, nos dicen que están en los hospitales del ejército militar, nos dicen que están en las cárceles de las policías estatal, vamos a buscarlos y no están. ¿Cómo querés que sienta? ¿Cómo querés que esté, en esta situación que no lo encuentro? Si yo estoy comiendo, estoy durmiendo hoy mismo, ¿qué será de él? ¿Estará comiendo, dormirá, no lo maltratarán, estará seguro? No puedo estar comiendo cuando mi hijo no sé qué está. Si no estoy fuerte, ¿quién va a buscar a nuestros hijos?” Estas palabras de Macedonia parecen calcadas de otras que tienen 36 años, las que una Madre de Plaza de Mayo pronunció ante corresponsales de la televisión europea durante el Mundial ’78.

Son mujeres, aquéllas y éstas, empujadas al espacio público por la tragedia. Salieron a la calle a gritar “con vida los llevaron, con vida los queremos” y antes como ahora, empiezan a sacudir la indiferencia de un país ante la violencia que en México no podría desplegarse con más de 20 mil muertos en un año sin activa participación estatal.

Al escucharlas, el escalofrío corre por el cuerpo, la rueda de sentidos retrocede tres décadas sólo para golpear con su vigencia. Por eso la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, viajó el último domingo para solidarizarse. “Llamamos al pueblo mexicano a que haga carne, carne propia, esto que está pasando, porque si pasa sin trascendencia, el peligro es que siga pasando a aquellos que son indiferentes por decir que a él no le tocó. Cuando desaparece una persona, nos toca a todos”, dijo la líder argentina en una conferencia de prensa, rodeada de estudiantes de la misma escuela, de padres y madres de los jóvenes. “Aquí en persona está una señora de gran corazón que nos está poniendo el ejemplo, y ni la vamos a defraudar”, le respondió Mario César González, el padre de otro estudiante, como una promesa de continuar la lucha. “Lo que está pasando ahora, acá, en México, es el dolor de todo el planeta”, subrayó Estela.

Antes de sufrir el arrebato de sus hijos, las madres de Ayotzinapa no conocían la historia de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, ni siquiera quiénes fueron las Eurekas, las madres de los desaparecidos (por lo menos 500) de México en los años ’70. Aun así, hicieron lo mismo: se lanzaron a la calle a reclamar que les devuelvan a sus hijos.

La Escuela Rural Normal de Ayotzinapa es el único recurso educativo para miles de jóvenes de familias campesinas. “Yo no tengo, si yo tuviera mi hijo no hubiera venido para acá, hubiérase quedado a estudiar en una mejor escuela, porque nosotros somos campesinos, a veces que jalamos para los frijoles, a veces nada”, expresó la madre de uno de los desaparecidos entre lágrimas.

Como muchas de las familias, María Micaela Hernández es indígena, mixteca. Casi no habla español. Por eso, le dictó a otra de sus hijas, Verónica, una carta para Abel García, el chico de 20 años que tiene desaparecido. “No existe dolor más grande como el que yo siento, y si alguien cree que por ser pobre y humilde no tenemos sentimientos, yo les digo que este dolor me está matando lentamente”, dice el texto que se leyó en varias marchas. “Quisiera saber dónde estás para ir corriendo y salvar tu vida, no importando quitarme la mía. Por último, hijo, quiero decirte que tu pueblo te está buscando. Tu pueblo te reclama y vivimos con la esperanza de volver a verte”, dictó María Micaela con la esperanza de conmover al mundo.

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