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Viernes, 17 de julio de 2015

MONDO FISHION

Para usar y tirar

 Por Victoria Lescano

En el último happening de moda y arte de Viktor Horsting y Rolf Snoeren que transcurrió en el contexto de la semana de alta costura de París los recursos fueron tan escasos como contundentes: vestidos de jean azulino con la frugalidad de lazos atados al cuello y largos a la rodilla que las modelos en sus veinte pasadas vistieron a modo de uniforme y toile, encima de las cuales los V&R actuarían y enmarcarían desde el fondo de la pasarela. El work in progress permitió que sobre esos vestidos aplicasen sobrefaldas, capas cortas y largas, simulacros de abrigos esculpidos con el común denominador de una textura blanca a la usanza de las telas que en ateliers de pintores aguardan para ser procesados con óleos, acuarelas y acrílicos, además las entallarían o ornamentarían con marcos de cuadros coronando la cintura o un escote strapless. Con esos elementos, sin plumas ni grandes puestas emulando un casino (tal fue la apuesta de Chanel) o rincones de Roma venerados por la firma Valentino y su imprescindible participación en la escena, los diseñadores holandeses que egresaron de la escuela de arte Arnhem a comienzos de 1990 y revolucionaron los modos de mostrar moda volvieron a sorprender con la colección apodada “Wearable Art”.

Es vox populi que en sus inicios y cuando eran pareja desarrollaron ropas y conceptos irónicos sobre el mundo de la moda en galerías y museos. Y que entre los hitos de sus acciones provocadoras emergieron maniquíes acuchillados o ahorcados por lazos de satén, panfletos en contra de las supermodelos y un perfume sin olor envasado dentro de una botella símil Chanel Nº 5 imposible de destapar –y que aun así vendió las 200 unidades de su edición limitada–, y que años más tarde reemplazaron con una fragancia real llamada “Flower Bomb”.

El hilo conductor de la colección de “Arte para Usar” fue un cuadro llamado El cisne amenazado y que el holandés Jan Asselijn, un experto en paisajes, pintó en 1650, y no dejó duda alguna acerca de su interés por indagar en las raíces holandesas y su rol en la historia del arte. Ya en enero de 2015 habían cautivado con vestidos con insólitos ornamentos de espigas en alusión a Van Gogh y siluetas de baby dolls experimentales. Ambas colecciones con citas pictóricas fueron compradas antes de la presentación del desfile por el coleccionista de arte Han Nefkens, quien advirtió que las adquirió para donarlas al Museo de Rotterdam. Para quienes se sorprendieron con lo nuevo de los V&R corresponde revisitar la historia de los diseñadores. Porque su primera aproximación formal a las pasarelas fechada en julio de 1999, anticipando el invierno 2000, tuvo la osadía de mostrar una sola modelo –Maggie Rizer– parada en un pedestal y sobre la que superpusieron una colección entera de vestidos y abrigos bordados en finos cristales: la mannequin parecía una Santa Matrushka.

El listado de sus clientes, que a mediados de 1990 sólo tenía al Groninfer Museum (la entidad que habitualmente les compra cinco trajes de cada colección) y al Central Museum de Utrecht (les encargó la realización de los uniformes de sus guías), creció cuando, en el invierno del 2000, decidieron quebrar las barreras del arte y hacer una producción industrial que de inmediato se vendió en veinte cadenas de los Estados Unidos. Se inspiraron en la ropa deportiva y el estilo casual norteamericano, tuvo jeans, joggins y remeras con un sello símil lacre con sus iniciales y también pantalones, vestidos y chaquetas con estampas de las estrellas y las rayas de la bandera estadounidense. Resultó la primera colección de “moda lista para usar”, con jeans cotizados en 70 libras y chaquetas en 300, y accesibles si se las compara con las 4000 libras de costo de sus demás atuendos, que en ocasiones colgaron de los percheros de una tienda de rarezas en Londres durante varias temporadas hasta que finalmente se vendieron.

El ascetismo volvió a las pasarelas en One Woman Show, la colección invierno 2003 que se presentó en un parque industrial de París. La mujer única en cuestión fue la actriz Tilda Swinton, cuya voz y un manifiesto sobre la identidad sirvieron de banda de sonido al desfile. Tilda transitó la pasarela vestida en traje negro y camisa con corbata blanca y variaciones de camisas con hasta ocho cuellos encimados que le dieron un aire más andrógino que los trajes que usó en el film Orlando. Al cierre posó rodeada de dieciséis modelos vestidas, maquilladas y con el pelo rojo a su imagen y semejanza.

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