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Viernes, 18 de noviembre de 2005

¿Ciencia y religión? No: ciencia y política

 Por Ana Maria Vara *

George Bush es partidario de que, en las clases, se dedique al llamado “diseño inteligente” el mismo tiempo que a la evolución. En este contexto, no sorprende que el Board of Education del estado de Kansas haya votado a favor de incluir contenidos de esta propuesta en el currículo educativo, sobre todo, considerando el rédito político que puede cosechar la derecha recalcitrante en un estado conservador que, oh sorpresa, está a cargo de una gobernadora demócrata, Kathleen Sebelius.

La cuestión del diseño inteligente es un nuevo desafío a la teoría de la evolución por parte de grupos religiosos. El asunto tiene una historia casi folklórica. No hay más que recordar la película Heredarás el viento, con Gregory Peck, que recuerda el famoso caso Scopes, en 1925: cuando un profesor fue juzgado por enseñar la teoría de la evolución, que había sido prohibida en las aulas del estado de Tennessee.

En 1987 el caso Edward versus Aguillard marca el fin de los intentos por introducir el creacionismo a la par de la Teoría de la Evolución. El fallo de la Corte Suprema norteamericana sostiene que la Biblia “puede usarse constitucionalmente en un apropiado estudio de la historia, las civilizaciones, ética, religiones comparadas o similares”. Pero no en las clases de ciencia. Desde 1987, entonces, las tácticas de los creacionistas tuvieron que cambiar. Por eso surge la doctrina del diseño inteligente.

Sus partidarios no sostienen, como los creacionistas, que el universo tiene menos de 10.000 años, sino que aceptan las estimaciones de cosmólogos y geólogos sobre la edad del universo y de la Tierra (13.600 y 4500 millones de años respectivamente). Tampoco niegan las mutaciones, que traen variabilidad a los organismos. Es decir, no van en contra de gran parte de la ciencia actual, sino que buscan hacerse espacio en los huecos. Su argumento central es ingenioso y apela al asombro por la complejidad de la vida: dicen que los organismos vivos son demasiado sofisticados como para ser el resultado de la ciega evolución. Que algún Dios –el que sea: no quieren restarse partidarios– tiene que haber intervenido en algún momento, al comienzo de la vida o después.

La polémica se entiende mejor en términos estrictamente políticos: grupos recalcitrantes que se apoyan en reivindicaciones esotéricas para hacerse notar. Insisten, insisten: además de la decisión tomada de Kansas, los partidarios del diseño inteligente han logrado introducir leyendas de advertencia en los manuales de ciencia o aclaraciones antes de las clases en cuatro estados: Minnesota, Nuevo México, Ohio y Pensilvania. Son declaraciones parecidas a las de los paquetes de cigarrillos (“El fumar es perjudicial para la salud”), y que en general sostienen que hay huecos en la Teoría de la Evolución. En Dover, Pensilvania, los maestros deben hacer la aclaración de que frente a estos huecos, el diseño inteligente es una alternativa.

En enero saldrá el primer fallo en un juicio contra esta medida, iniciado por padres de Dover que dijeron que el diseño inteligente es creacionismo en nuevo envase. Mientras tanto, el Board que introdujo esa medida polémica ya cambió, y los ocho miembros que votaron a favor de ella fueron reemplazados, precisamente por el escandalete del juicio. Conclusión: la cosa no va a avanzar, pero mientras tanto sus promotores ya se hicieron famosos. Y se anotaron más de un poroto político frente a un presidente que habla con Dios.

* Investigadora del Centro de Estudios de Historia de la Ciencia de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) y Master of Arts de New York University.

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