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Lunes, 20 de junio de 2005

FúTBOL › DIAS DE BANDERAS

Llenos de orgullo y bizarría

Las banderas flamean, se elevan audaces, tremolan y hasta pueden enarbolarse como excusa para contar algunas historias que el deporte nos legó. Este es un día especial para el recuerdo.

 Por Juan José Panno

Un par de días antes de la final del Mundial de Italia en 1990, los jugadores de la Selección Argentina se despertaron con una noticia que les conmovió las fibras más íntimas: la bandera que flameaba en la concentración de Trigoria había sido despedazada por anónimas manos antiargentinas. “Lo que nos hicieron va en contra de todo el país y debemos responder dejando la vida en la cancha”, dijeron los responsables del cuerpo técnico. Las buenas lenguas dicen que, en realidad, la bandera había sido rota por los mismos que habían mandado meter vomitivos en el bidón que le dieron al brasileño Branco. Gente que cree que el fin justifica los medios, que ganar es lo único importante y que cualquier recurso es válido para conseguir el objetivo.

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Hace unos dos años, en la Bombonera, los barrabravas de Boca decidieron homenajear a algunos de sus líderes y confeccionaron una singular bandera con colores tradicionales y los rostros de cada uno de los popes sobre la franja amarilla. Debajo de cada cara dibujada, el nombre del personaje: Fulano, Fulanito, Mengano, Zutano y Porongano. A propósito, entre todos los textos llamaba la atención el que hacía referencia a “Cabeza de p...”. En un insólito ataque de pudor, lo habían escrito al modo de La Prensa o La Nación. Al minuto de juego, el árbitro del partido que se jugaba ese domingo no cobró un supuesto penal en favor de Boca y el grito sonó estridente y con todas las letras: “¡Hijo de puta... hijo de puta!”. Porque una cosa es lo que se dice y otra cosa es lo que se escribe.

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En plena guerra de las Malvinas, en 1982, jugaron un partido por el Mundial de hockey sobre césped, que se disputaba en Lisboa, los seleccionados de Argentina e Inglaterra. El día anterior al encuentro se presentaron ante el embajador argentino en Portugal, Carlos Gómez Centurión, varios coterráneos que dijeron ser residentes en Lisboa –eran exiliados, en realidad, pero nunca mencionaron esa condición– y le mangaron unos cuantos escudos. “Queremos ir al estadio con una bandera que diga que las Malvinas son argentinas”, le dijeron, para inflarle el orgullo patriótico. El hombre, muy identificado con militares aventureros que habían armado la absurda guerra, puso el dinero que había que poner y los muchachos hicieron lo que correspondía; aparecieron al día siguiente con una enorme bandera argentina que llevaba esta inscripción: “Videla asesino”.

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Obelisco. Antes de una final de la Copa Libertadores con un cuadro argentino.
“A diez la bandera del campeón, muchachos...”
Después
“A veinte la bandera del campeón, muchachos...”
O bien:
“A cinco las banderas, oferta de fin de temporada, muchachos...”

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En la película Pelota de trapo, Comeuñas, el futbolista que encarna Armando Bó, sufre una afección cardíaca severa que le impide jugar un partido decisivo de un Sudamericano contra Brasil. Su amigo pretende convencerlo de que es una locura, pero el hombre mira la bandera que flamea en la cancha y dice: “Hay muchas formas de dar la vida por la Patria y ésta es una de ellas”. ¿No será mucho?

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En las canchas hay banderas, banderitas y banderines del tamaño, la forma y el color que se pida. Grandes, medianas, chicas, cuadriculadas, lisas, rayadas, milrayitas, blancas con letras escritas de apuro, negras como la que una vez mostró la hinchada de Boca en el ’95 cuando el equipo perdió un campeonato, rojas, blues, azzurras, verdes, amarillas, granates, verdiblancas, marrones, rojinegras, albiazules, anaranjadas, blaugranas,verdeamarelhas, vinotinto como la camiseta de Venezuela, aurinegras... Pero nada más singular que el color solferino del banderín que usaban hasta no hace mucho tiempo los jueces de línea. Generaciones de periodistas dedicados a las notas de vestuarios en las radios informaron a los oyentes sobre parejas de jueces de líneas: simple amarillo uno y exclusivo solferino el otro. Tan exclusivo que, fuera del fútbol, jamás se escuchó a nadie hacer referencia al bendito color solferino.

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Canto de hinchada de los tiempos en que las barras bravas eran nenes de pecho: “Le afanamo la bandera/ le afanamo la bandera/ le afanamo la bandera/ que la vengan a buscar”.

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