libros

Domingo, 1 de agosto de 2004

El mundo de Hanna Arendt

Crítica apasionada
Daniel Mundo

Prometeo libros
Buenos Aires, 2003
222 págs.

POR MARTIN DE AMBROSIO

La vida y los pensamientos de la filósofa Hanna Arendt –nacida en Hannover en 1906 y fallecida en Nueva York en 1975– constituyen algo así como una parábola del siglo que terminó junto con el milenio. Como judía alemana (a pesar de su vocación universalista: en una carta de 1951 dijo que nunca se había sentido alemana y que hacía tiempo que había dejado de sentirse judía) su paso por el siglo XX estuvo signado por algunas controversias. Su affaire con el filósofo Martin Heidegger, que adhirió entusiasmado al nacionalsocialismo de Hitler desde su cátedra en la Universidad de Friburgo todavía genera polémicas (aunque de ningún modo impugna en lo más mínimo su obra ni la del propio Heidegger, cuyos aportes a la filosofía de la técnica continúan siendo fundamentales); fueron amantes unos 4 años y después de la caída del III Reich ella volvió a tratar con él, e incluso le hizo algunos favores editoriales.
Más tarde, su presencia en el juicio a Adolf Eichmann y su posterior ensayo Eichmann en Jerusalén, o la banalidad del mal terminaron de redondear su pensamiento sobre los sistemas políticos del siglo XX, que había empezado a plantear en los tres tomos de Los orígenes del totalitarimo. Más allá de haberle seguido el rastro a la lógica del nazismo y otros sistemas de gobierno de vocación totalitaria, Arendt buscó las determinaciones del hombre contemporáneo como uno de los productos más curiosos de la sociedad moderna.
De algunos de estos últimos pensamientos laterales, pero a la vez esenciales, extrae el material para este libro Daniel Mundo: la cuestión política (en su acepción filosófica), la técnica y su coerción sobre el espacio, la cuestión del trabajo, las obras de arte y el proyecto de cultura y –finalmente– el bien, el mal y la facultad de pensar; Mundo plantea en este libro una estimulante introducción a todos esos tópicos.
Y, como hace ver el autor, pese a estar enfocada más bien en aspectos culturales, no por eso Arendt desdeña, ni mucho menos, el contenido o la impronta biológica de esa identidad cuyas claves busca. Así es que Mundo entabla un diálogo que parte de Arendt pero que incluye a toda esa línea filosófica que nace de los griegos (más bien platónica, pero con elementos temáticos aristotélicos: el hombre es un ser político), que pasa por Hegel y Nietzsche y que en el siglo XX explota –es una manera de decir– con Bataille, Ricoeur, Simmel y Foucault, entre otros. Pero a la vez deja clara la independencia de Arendt de toda escuela y la consecuente imposibilidad de una clasificación rígida (la suya no es una alineación automática: no tiene inconvenientes en admitir incluso ciertos cánones iluministas en sus análisis).
Crítica apasionada muestra los aspectos menos periodísticos, por lo tanto más profundos, de una filósofa que despojándose de riesgos y de cualquier sentido común fue en busca de una explicación para el tortuoso siglo XX.

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