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Domingo, 12 de enero de 2003

RESCATE

La dama del perrito

El castillo soñado es un clásico de la literatura juvenil británica que hasta hoy permanecía sin ser traducido. Su autora, Dodie Smith, fue siempre para el gran público una ilustre desconocida, aun cuando su libro 101 dálmatas la convirtió en una anciana rica. Julian Barnes y Armistead Paupin, entre otros, la colocan hoy entre las grandes escritoras de su generación.

 Por Mariana Enriquez

Casi nadie recuerda a Dodie Smith, y pocos saben que es la autora de 101 dálmatas (1956), el libro que en 1961 llevó a la pantalla Disney en versión animada. Como Félix Salten, el autor de Bambi, su nombre quedó en segundo plano, como si los perritos hubieran sido creados por Walt. Sin embargo, Dodie Smith fue una dramaturga famosa en la Inglaterra de entreguerras, y en 1948 publicó una novela, El castillo soñado (I capture the castle), que tuvo críticas entusiastas y mereció convertirse en un clásico juvenil. El castillo soñado nunca dejó de publicarse en tierra natal de la autora, pero hacía años que estaba fuera de catálogo en Estados Unidos y nunca había sido traducido al castellano. Ahora, por fin, Ediciones Salamandra le hizo justicia en habla hispana y volvió a los librerías en Estados Unidos, gracias a una ferviente recomendación de J. K. Rowling, la autora de Harry Potter, fanática de la novela.

LOS LOCOS MORTMAIN
“Escribo esto sentada en el fregadero de la cocina”, comienza el diario de Cassandra Mortmain, la narradora, que lleva un diario dividido en tres partes, según el precio y calidad de los cuadernos en que escribe: de seis peniques, de un chelín y de dos guineas. Cassandra tiene diecisiete años y alquila con su familia una casa del siglo XVII construida dentro de las ruinas de un castillo del siglo XIV, en la campiña inglesa. “He comentado con Rose que nuestra situación tiene mucho de romántica: dos chicas en una extraña casa solitaria... Ella me ha contestado que no considera romántico estar encerrada en una ruina que se desmorona en medio de un mar de lodo. He de reconocer que nuestra casa es un lugar irracional para vivir”.
Y su familia es irracional también. El padre fue un escritor famoso que ganó notoriedad con una novela experimental, Jacob Lucha. Pero desde la publicación sufre un bloqueo terminal y es incapaz de escribir una línea: vive encerrado, leyendo novelas de detectives, y es demasiado excéntrico y dejado como para pensar en mantener a su familia. La madrastra, Topaz, es una ex modelo de pintores, musa etérea que gusta de pasearse desnuda o lucir sus vestidos, alguna vez lujosos, ahora casi harapos. Rose, la hermana mayor, jura que se casaría con el demonio con tal de salir de la pobreza. Thomas, el menor, va a la escuela. La única persona útil de la casa, Stephen, es un joven jardinero de belleza griega que mantiene a su familia adoptiva trabajando en una granja vecina y posando para una pintora londinense que lo convierte en su amante.
Cassandra es una chica práctica que explica con sencillez cómo fueron vendiendo todos sus muebles (“lo único que nos sobra es piso”), cómo se las arreglan con pocas toallas, cómo comparten un huevo para el desayuno o tiñen los vestidos de diferentes colores para cambiar un poco, porque no pueden comprar nada nuevo. En el primer diálogo del libro, Topaz y Rose discuten sobre si prostituirse o no: son jóvenes y bonitas y no pueden seguir esperando que le vuelva la inspiración al genio trabado. La vida en el castillo es monótona, trabajosa y aburrida. Hasta que llegan los herederos del castillo, dos jóvenes norteamericanos llamados Simon y Neil Cotton. Para Rose y Cassandra, la llegada es una apertura a todo lo que está fuera de las ruinas del castillo, y también al amor y al sexo.
Con los hermanos, no sólo cambia la vida de las chicas, que por fin ven la oportunidad de salir de la miseria, sino que además Dodie Smith comienza a narrar escenas de un encanto y delicadeza tales que es sorprendente que todavía a nadie se le haya ocurrido hacer una película. La providencial muerte de una tía rica de Londres las hace soñar con una herencia, pero la tía sólo les deja ropa espantosa que no pueden usar, pero que deben ir a buscar a Londres ataviadas en sus únicos vestidos blancos, que les quedan chicos. En la gran ciudad descubren que la anciana les dejó algunas pieles, pero lejos de tapados elegantes se trata de pesados abrigos que venden por poco dinero. Cuando vuelven en el tren, muertas de frío y envueltas en pieles, las confunden con osos. Cassandrase baña a la luz de la luna en el estanque helado del castillo junto a Neil, en un estupendo momento erótico; Cassandra toma sol desnuda y pasa un día entero sola, y Dodie Smith se las arregla para componer un retrato perfecto de los momentos privados de una adolescente precoz.
Casi al final, Thomas y Cassandra encierran al padre en la torre del castillo, para obligarlo a escribir y, en definitiva, a trabajar. Y mientras tanto, Rose seduce al norteamericano mayor, Simon, aunque no lo ama. Pero Cassandra, aunque desaprueba, no la juzga: las mujeres en El castillo soñado no son heroínas románticas como las de Jane Austen o las hermanas Bronte. Sus elecciones tiene poco de idealistas y mucho de irónicas y concretas. No hay en El castillo soñado lecciones de buen obrar como en Mujercitas: estas mujeres imaginadas por una mujer independiente están aprendiendo a salir del castillo, están ansiosas de escapar y nunca más estarán encerradas. Tampoco mirarán al castillo con amargura. Y la alianza entre hermanas que amenaza romperse con la llegada de los hombres nunca llega a quebrarse, porque el lazo que las une, como mujeres que sufrieron y se divirtieron juntas, es mucho más fuerte que el de la sangre.

LA CRUELDAD DE LOS DáLMATAS
Dorothy Gladys Smith nació en Whitefield, Lancashire, en 1896 y creció en Manchester. Estudió teatro en Londres e intentó ser actriz en la Royal Academy of Dramatic Art, cuando vivía sola en un club para actrices, músicas y bailarinas llamado The Three Arts Club, pero como era muy petisa fracasó: sólo le daban papeles de niña. Más tarde empezó a escribir obras de teatro. En 1931, cuando trabajaba como jefa de ventas en una juguetería, logró su primer éxito teatral con Autumn Crocus y siete años después se consagró con Dear Octopus, una pieza sobre relaciones familiares. Cuando abandonó Inglaterra en 1939 estaba en el pico de su popularidad: tenía cinco piezas en cartel que interpretaban actores como Jessica Tandy y John Gielgud.
Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial se exilió en Estados Unidos. Su marido, un compañero de trabajo en la juguetería, era pacifista y decidió emigrar con su mujer y Pongo, el dálmata de la pareja que terminó siendo un personaje famoso. En California, Dodie empezó a escribir guiones para Hollywood, pero nunca se adaptó al país ni al trabajo y cada vez extrañaba más Inglaterra. De esa nostalgia nació El castillo soñado, una novela que situó en los años 30, cuando la guerra todavía parecía lejana. La corrigió infinidad de veces y hasta llegó a hacer sketches de personajes y del castillo. Cuando la consideró terminada, entregó la novela a su único amigo en EE.UU., Cristopher Isherwood, que le contestó con una carta: “Decir que no he podido dejar de leerla ni un momento no es muy original, pero es la verdad... Se puede vivir en tu libro, como en Dickens”. Al autor de Christopher and his kind le gustó especialmente el episodio en el que encierran al padre en la torre del castillo para que pueda escribir: creía que Dodie era capaz de hacerle eso a él cuando se sentía bloqueado.
Dodie Smith murió en 1990 y nunca tuvo hijos. El éxito de 101 Dálmatas la convirtió en una anciana rica, pero en su autobiografía se lamentaba por no haber conseguido la fama con su primera novela. La esperada reedición ha sido celebrada por Julian Barnes (amigo y albacea de Dodie), Erica Jong y J. K. Rowling. Antes, había sido homenajeada por Armistead Paupin, que leyó El castillo soñado cuando era un chico que crecía en el sur norteamericano, y acabó organizando su novela Maybe the Moon (1993) con la misma estructura de diarios escritos en cuadernos baratos.

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