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Domingo, 6 de noviembre de 2011

El ruido y las nueces

Cuando el 9 de septiembre se cumplieron 30 años de la muerte de Jacques Lacan, la repercusión principal fueron las peleas mediáticas protagonizadas por Jacques Alain Miller y Elizabeth Roudinesco, más cercana a la disputa por la herencia simbólica que a la discusión de su obra. El campo intelectual francés la observó entre impávido e indiferente. Pero pasado el affaire, se puede ver el panorama en el que la obra de Lacan –convertida en palabra santa e indiscutida por los lacanianos– es discutida, leída y enriquecida. Julia Kristeva, Jean-Bertrand Pontalís y André Green, tres psicoanalistas brillantes que lo conocieron y que no han dejado de ampliar los horizontes del psicoanálisis desde entonces, hablan de qué queda de Lacan después del “retorno a Freud” que el mismo Lacan propuso.

 Por Fernando Urribarri

El semanario Nouvelle Observatoire de septiembre abría su nota preguntando, retóricamente, “¿Por qué el 30 aniversario de la muerte de Jacques Lacan vira al pugilato entre su yerno y su editor?”. Efectivamente Jacques-Alain Miller, quien en los últimos años alterna entre el ostracismo depresivo y la expansividad teatral, había salido nuevamente a escena. Para acusar a Oliver Betourné, el CEO de las Editions du Seuil, la editorial de los Escritos y los Seminarios de Lacan, de complotar contra él. De desfavorecerlo en el lanzamiento mediático y comercial del relevante aniversario. Literalmente de “tejer una red de silencio” para aislarlo, dejándolo fuera de las decisiones publicitarias y de prensa, e incluso “haciendo creer a las librerías que soy inaccesible, para que no me inviten”. Más aún, Miller denunció que a la vez Betourné “promovía a alguien más”: nada menos que a su propia esposa Elisabeth Roudinesco, también autora de la editorial, quien lanzaba un libro sobre el finado maestro para la mortificante conmemoración. Sin ironía ni conciencia del ridículo, Miller bramó: “Me quieren enterrar vivo”.

Para aumentar la teatralidad del gesto, Miller renunció a las Editions du Seuil mediante una carta pública, con inusuales improperios contra su editor, que leyó... en un teatro. El diario Liberación se mofó titulando: “Basta de lacanear” le dice Millar a Du Seuil”. A la velocidad del zapping el yerno en desgracia pasó a otra editorial del mismo grupo propietario, Hervé la Martiniere. Es decir “del sexto piso al cuarto piso del mismo edificio” como comentó el impávido Betourné. Y allí publicó a toda prisa Vida de Lacan (escrito según su autor en unos veinte apurados días).

En París se multiplicaba los chistes “¿Quién está más muerto: Lacan o el lacanismo?” “El lacanismo es un zombie: que alguien le avise que aunque camina está muerto.” Ajeno al mundo y obsesionado por Le Monde, en el micromundo lacaniano se gestaba otro escandalete a punto de estallar. No iba a ser alrededor del documental televisivo que realizó Gerard Miller. Tampoco en torno a la velada de involuntarios aires espiritistas en la Ecole Normal Superior de la Rue d’Ulm, en el aula misma donde Lacan dictó su seminario, donde al decir del Nouvelle Observatoire “se dio cita todo el pequeño mundo lacaniano” para turnarse leyendo ininterrumpidamente pasajes escogidos del maestro hasta la medianoche.

En su conmemorativo libro de aguafuertes Lacan, envers et contre tout, Roudinesco sostenía nuevamente (como en su biografía de 1998) que éste hubiese deseado un “funeral católico” con todos sus ritos, pero que su familia lo enterró privadamente, sin ceremonia alguna, en un pequeño cementerio en el campo. “Se cuestiona –escribió la revista Le Point– que los herederos no habrían respetado la última voluntad del maestro.” Este fue el motivo argumentado por Judith Miller, la hija de Lacan, para darse por ofendida e iniciar acciones judiciales contra Elisabeth Roudinesco. La combativa historiadora no tardó en responder refiriéndose al carácter paranoico y adolescentoide del indiscutible líder del lacanismo dogmático. Del que se sigue esperando la demoradísima (y polémica) transcripción y publicación de los Seminarios que al actual ritmo de uno cada tres o cuatro años, se completarían recién en 2050. Y remato el nuevo round mediático señalando la autodenigración del psicoanálisis y del debate intelectual acometida por la judicialización de la controversia por parte de la hija del padre y esposa del yerno.

Sin embargo, al descender la marea mediática, con su vorágine sectaria, pudo apreciarse que el legado de Lacan sigue vivo en el pensamiento de los que siguen pensando. En las notas que siguen el lector podrá apreciarlo directamente en tres grandes autores, de los más reconocidos en el mundo del psicoanálisis y el pensamiento contemporáneo, como Julia Kristeva, André Green y Jean-Bertrand Pontalís. Ensayemos ahora una muy breve mención de dos de las principales corrientes y autores originales en los que hoy se destaca la influencia de Lacan.

Según este criterio quedan fuera las imitaciones, glosas y comentarios talmúdicos del autor de los Escrits. Es decir, la mayor parte de la producción lacaniana. Con dos excepciones: los contados autores lacanianos no dogmáticos, y algunos pensadores que trabajan fuera del campo psicoanalítico. En el primer grupo puede reconocerse principalmente a Paul Laurent Assoun, a René Major, a Patrcik Guyomard y a Roland Gori. En el segundo se destacan Alain Badiou, Jean Claude Milner, Etienne Balibar, Jacques Rancier: filósofos con un origen althussseriano común, que han evolucionado en direcciones diversas, singulares, y que dialogan con el pensamiento de Lacan (los dos primeros reivindicándose lacanianos y los dos últimos no).

La otra corriente corresponde al movimiento postlacaniano, compuesto por lo que la propia Roudinesco califica como los principales autores psicoanalíticos actuales. Se trata de los primeros y principales discípulos de Lacan que fueron rompiendo con él a medida que devino Jefe de una escuela, de un movimiento dogmático militante. Son autores cuya consigna inicial fue “ni sin Lacan ni sólo Lacan” y que construyeron una espacio freudiano pluralista, fundado en una suerte de pacto fraterno. Se inspiraron en la letra pero sobre todo en el espíritu renovador de Lacan. Transformaron innovadoramente el psicoanálisis investigando aquello que había quedado excluido (a veces olvidado, a veces vedado) por el modelo lacaniano: el afecto, el cuerpo, la historia, el Yo, los casos límite, la psicosomática, etcétera. Junto a los tres autores entrevistados a continuación puede destacarse a Joyce McDougall, Jean Laplanche, Didier Anzieu, Piera Aulagnier, René Kaes, Cornelius Castoriadis. Son los pensadores cuyas obras son el pilar de lo que se reconoce hoy como el Psicoanálisis Contemporáneo.

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