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Domingo, 6 de noviembre de 2011

Lacan por Jean-Bertrand Pontalís

Quisiera conversar acerca del psicoanálisis “después de Lacan”. Para empezar preguntarle por el significado del título, provocativo, de su primer libro, Después de Freud.

–No se trata de una constatación de que Freud esté “superado” sino que propone la necesidad de un trabajo específico, de pensamiento, de historización del pensamiento, para situarse dando cuenta del efecto producido por Freud. Pero haciendo para ello visible, antes que nada, la distancia irreductible que nos separa de él. Esta distancia es la condición de posibilidad de una lectura auténtica, fecunda, e incluso de una nueva escritura. Una escritura nueva que no sería ni la mímesis ni la glosa de otro texto y de otro estilo. Por eso trabajar a Freud –como dice también Laplanche– no es hacerse freudólogo, sino someter su obra al método que ha creado, para descubrir las líneas de fuerza que determinan sus ideas, las “exigencias” subyacentes que se juegan y que orientan los movimientos de la misma. ¡Una obra de pensamiento es una obra que permite y que suscita el trabajo de los otros! Es una fuente inagotable, no un libro santo. No dispensa de pensar por uno mismo. Es justamente lo que puede criticarse a los lacanianos: que en lugar de inspirarse en Lacan, éste no los inspire. Que se limiten a copiar, imitar, defender o propagar. Por la originalidad de su cultura, la brillantez de su inteligencia, la audacia de su pensamiento, por su estilo de vestir y de hablar, un estilo oral menos hermético que su escritura, Lacan se distinguía extraordinariamente de los demás analistas de su generación. Pero llegado cierto momento pasó de usar ese don para inspirar o estimular y comenzó a usarlo para fascinar. Ya no sólo seducir, como siempre había hecho. Sino fascinar provocando una suerte de mudez en su auditorio, que ya no podía pensar más que usando y repitiendo las palabras de Lacan.

Usted estuvo entre los primeros y más destacados discípulos de Lacan. Incluso se encargó de transcribir un par de seminarios a mediados de los años ’50. Quisiera conocer su visión del “retorno a Freud” propuesto por Lacan.

–Creo que, en lo personal, me es posible distinguir dos tiempos. Primero el tiempo en el que esta consigna fue efectivamente seguida. Hoy para los jóvenes es difícil imaginar hasta qué punto la obra de Freud era ignorada a comienzo de los años ’50. Pocos textos estaban traducidos y las traducciones eran muy malas. Los psicoanalistas de entonces hacían referencias y reverencias a Freud, pero sin ir realmente al texto, sin abordarlo directamente. Entonces la consigna de Lacan suscitó un verdadero retorno a Freud. Una recuperación en la que este retorno significaba: ¡vayamos a ver! En este movimiento que animaba se inscriben sin duda las mejores páginas escritas por el propio Lacan. Luego hubo un segundo tiempo, en el que el retorno “pegó una vuelta” (si puedo decir así) contra el propio Lacan. ¡Tomamos a la letra aquella consigna! Me refiero al trabajo representado por el Vocabulario del Psicoanálisis que hicimos Laplanche y yo a inicios de los ’60. Noso-tros no conocíamos en aquella época a Freud mejor que los demás. No contábamos con un saber previo para aplicar. Aquel trabajo de riguroso retorno sobre la obra de Freud nos hizo descubrir y mensurar la enorme diferencia que había entre los textos freudianos y las interpretaciones que proponía Lacan. A Lacan, nuestros descubrimientos le cayeron bastante mal. Fuimos descubriendo así, de manera paradójica, un poco irónica, que la consigna de “retorno a Freud” proponía más bien “ir a Lacan”. Nosotros nos negamos a aceptar la lectura “canónica” que proponía Lacan, al pretender ser “El lector” de Freud, su único heredero. El dogmatismo en el discurso se fue acompañando por la creación de una especie de neo-lengua llena de giros, slogans, tics y contraseñas cuya función no era ya pensar, sino pertenecer. Entonces nosotros elegimos mantener la inspiración inicial del proyecto que Lacan nos había propuesto. Y en especial la idea de un trabajo riguroso que reconociese la complejidad y la diversidad de líneas de pensamiento que atraviesan y configuran la obra freudiana. Incluso, contra la proliferación de la jerga lacaniana, procuramos favorecer un retorno a la lengua freudiana. Una lengua que en Freud no contiene un solo neologismo, y cuya complejidad no es ni más ni menos que la de su objeto de investigación y la de su método de elucidación y transformación mediante la palabra. En esto no estuvimos solos sino que hubo muchos otros, diría la mayoría de los autores originales que iban a destacarse en las siguientes décadas, como Granoff, McDougall, Aulagnier, Anzieu, Green...

A los últimos dos los convocó para su siguiente proyecto: la Nueva Revista de Psicoanálisis, que publicó de 1970 a 1995. Con ellos renovó el vocabulario y los temas del psicoanálisis.

Efectivamente, decidimos hacer números temáticos con títulos que no surgieran del vocabulario freudiano, ni técnico. Sino que designaran cuestiones reconocibles por todos, más amplias, que podían así ser también abordadas en la convergencia o encrucijada con otras disciplinas. Hoy muchos destacan el rol jugado en la introducción de ciertos temas y modos de abordarlos: el cuerpo, el vacío psíquico, la ilusión, las pasiones, los trastornos del pensamiento, y lo que nosotros denominamos “los límites de la analizabilidad”. Es decir, toda la constelación de problemas, teóricos y clínicos, que hoy están en el centro del psicoanálisis contemporáneo. En esto uno podría también reconocer, indirectamente, la inspiración de Lacan, en cuanto a la convicción que nos transmitió inicialmente acerca de la relación fundamental, enriquecedora y necesaria del psicoanálisis con su tiempo, con los problemas y creaciones que lo rodean.

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