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Martes, 2 de abril de 2002

ENTREVISTA

El comunismo al día

En 1997, Toni Negri volvió a Italia para cumplir con la cárcel a la que había sido condenado por su militancia durante los años setenta. Su único equipaje era un ejemplar del libro de Lucrecio, De rerum natura. Atrás quedaba el manuscrito de Imperio, que acababa de terminar de escribir con Michael Hardt.

POR GABRIEL ALBIAC, desde Roma
Imperio es probablemente el éxito editorial más extraño de las dos últimas décadas en Estados Unidos. Que el New York Times calificara como el más importante del último decenio este libro revolucionario, redactado por un joven profesor de la Universidad de Duke (Michael Hardt) y un pensador marxista, criminalizado y casi borrado del horizonte italiano (Antonio Negri), es ya notable. Que la edición se haya agotado de inmediato y que traducciones a más de 10 lenguas estén disponibles (en Internet puede conseguirse gratuitamente la versión castellana), da cuenta de hasta qué punto Imperio apunta en la diana exacta de las preocupaciones de un mundo estupefacto ante sus propias mutaciones. ¿Qué es Imperio? Ante todo, un envite: reanudar el marxismo desde cero. Y refundamentar una política comunista ajena al socialismo (tanto el soviético como el socialdemócrata). Con todos los riesgos de la hipérbole, Imperio es el intento de escribir El Capital del siglo XXI.
Imperio. No imperialismo. Toda la reinvención del marxismo, que Imperio trata de acometer, gira en torno a este matiz.
–Es un envite esencial. Hay que salir de lo que ha sido la vieja concepción marxista-leninista, conforme a la cual el imperialismo es la expansión del capitalismo nacional hacia espacios mundiales, que crea una jerarquía a través de la centralidad de las grandes potencias. Todo eso es un marco caduco. El Estado-nación no es ya el sujeto del desarrollo mundial capitalista. El mercado global es una realidad, en la cual las naciones van a diluirse. No estamos diciendo que el Estado-nación ya no exista, pero sí que se da una transferencia esencial de su soberanía.
Esta tesis de la desmaterialización del sujeto del dominio prolonga lo que escribía usted en los ochenta acerca del primado de la mercancía inmaterial.
–Insistimos mucho, en este libro, acerca de esta relación entre la reorganización de la producción a nivel mundial y la forma del mando que se ejerce sobre ella. Cada vez más, los elementos que están ligados a la circulación de mercancías y servicios inmateriales, a los problemas de la reproducción de la vida, pasan a ser centrales. Un poder que intente seguir ese contexto vital debe adecuarse a ello. Todo ello concierne más a la forma del mando que al lugar desde el cual se ejerce. Pensamos que no hay un lugar de centralización del imperio, que es preciso hablar de un no lugar. No decimos que Washington no sea importante: Washington posee la bomba. Nueva York posee el dólar. Los Angeles posee el lenguaje y la forma de la comunicación. Pero los lugares del mando lo atraviesan todo, allá donde hay nuevas jerarquías y nuevas formas de explotación.
En Imperio plantean ustedes el problema al revés, al afirmar que “contra todos los moralismos y las posturas del resentimiento y la nostalgia, debemos decir que estos nuevos terrenos imperiales proveen mayores posibilidades de creación y liberación”.
–Sí, no tiene sentido soñar una marcha atrás. El imperio configura la nueva realidad a partir de la cual es preciso plantearse las formas de lucha contra el capital y el capitalismo global. Esto es extraordinariamente importante. Para comprender bien las cosas, tal vez sea necesario dar un paso atrás y un paso adelante. El paso atrás es la situación en la cual nos hallamos hoy: una situación determinada por las luchas a nivel central y a nivel del Tercer Mundo. Las luchas obreras en el centro y las luchas anticoloniales en la periferia horadaron, en los años sesenta, el poder del Estado-nación y fueron una gran fuerza de ruptura. La determinación capitalista, llegados a ese punto, produjo un salto, una reorganización de los espacios de mando y de las técnicas generales a aplicar. El paso atrás es éste: la creación del mundo global es el resultado de un proceso de lucha; la derrota de las luchas obreras, al igual que las del Tercer Mundo, es una derrota que, sin embargo, dejó una enorme precariedad en el mando del capital. Ahí se planteó la grandificultad: salir del modelo nacional del mando capitalista; salir del modelo moderno.
¿No hay un cierto milenarismo en la suposición de que esta masa migratoria vehicule la potencia revolucionaria o, en todo caso, renovadora? ¿No podría, al menos en teoría, producirse la hipótesis contraria: una regresión ideológica, política, religiosa incluso, extremadamente arcaizante?
–Bueno, nosotros no decimos que esos movimientos migratorios sean una fuerza revolucionaria.
Pero sí que son una potencia de destrucción de lo establecido.
–Eso sí. Porque son portadores de contradicciones extremadamente fuertes y, por tanto, portadores de potencia nueva. El segundo volumen de Imperio, que estamos preparando, se centrará precisamente en los problemas de organización a través de las metamorfosis, la definición de las nuevas potencias. Hay que subrayar algo importante. A medida que la producción se transforma en producción intelectual, inmaterial, las relaciones entre el trabajo y sus expresiones se hacen inmediatas: no se precisa ya de nadie que proporcione instrumentos de trabajo, cada cual lleva consigo, en esa migración, su cerebro, que es el instrumento. A partir de ahí, incluso la espontaneidad debe ser replanteada en términos nuevos. Jamás he estado de acuerdo con un espontaneísmo que mitificase la conciencia de clase, pero hoy las cosas han cambiado por completo. La relación entre saber hacer, fuerza de trabajo, conciencia e imaginación es inmediata. Otro argumento: la política se convierte, cada vez más, en biopolítica. Lo investido por el imperio y el proceso de globalización son las formas mismas de la vida. Y esas formas de vida pasan a ser fundamentales, incluso para valorizar la producción. Cuando decimos que los instrumentos de trabajo se forman más bien a través de la cooperación que a través del anticipo de medios o de dinero por parte del capital, estamos diciendo cosas de una extraordinaria trascendencia. Decir, por ejemplo, que la cohesión social, las relaciones sociales son lo más importante –y no desde un punto de vista político sino productivo–, que la cooperación lingüística pasa a ser esencial en la creación de valor. En suma: la vida, sus lenguajes, sus formas pasan alprimer plano. Eso es la inmediatez de lo político, el renacimiento de lo político.
Frente a esa irrupción difusa de lo político en la vida, la política institucional se degrada. “La corrupción”, tal y como escribe usted, “ha tomado el lugar de la democracia”.
–A medida que las viejas formas del Estado van desapareciendo y una gobernación continua, sin límites, va desarrollándose, la legalidad estatal del Estado-nación deja de existir, el comercio internacional es dominado por la lex mercatoria, es decir, por los acuerdos entre las empresas. En resumen, nos hallamos en una situación en la cual el contrato entre grandes empresas es fuente de Derecho. La corrupción pasa a ser la forma en la cual la vida se desarrolla. No se puede denunciar la existencia de contaminaciones o interferencias mafiosas. En realidad, las formas más elegantes del ejercicio del poder tienen escasísimas diferencias con eso. El verdadero problema es el de comprender cuáles son las dificultades de construcción de un nuevo derecho consensual real.
Desde final de la década de los ochenta, el pensamiento de matriz revolucionaria se extinguía en un callejón sin salida. ¿Qué quiere decir hoy, para ustedes, “ser comunista”?
–Dos o tres cosas importantes. Por un lado, el fin de la explotación, de esta explotación que, cada vez en mayor medida, ha pasado a ser algo que atraviesa los intercambios más abstractos. El final del socialismo real y de las prácticas burocráticas del socialismo no ha venido acompañado por el fin de la explotación. Sin embargo, la potencialidad del trabajo ha sufrido una transformación extraordinaria. Somos comunistas, hoy, desde nuestra consideración de que se puede liberar el trabajo. Estamos convencidos de que el trabajo sigue siendo todavía el elemento fundamental, a través de esas transformaciones que hemos sido los primeros en analizar desde hace dos o tres décadas. Nuestra apuesta comunista es hoy: a favor del trabajo, contra la explotación. Mi comunismo es la vida contra la explotación.

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