libros

Martes, 2 de abril de 2002

AIRADICCIÓN

La pastilla de hormona
César Aira
Belleza y Felicidad
Buenos Aires, 2002
14 págs., $ 2

por Ariel Schettini
He aquí un libro que no es una comida completa. Tampoco es un libro. Son apenas 14 paginitas editadas como si se tratara de una fotocopia de un libro, pero útil para aquellos que necesiten una dosis periódica de Aira. Menos que un libro es un chiste. El precio ínfimo y la seguridad literaria de la poción, de todos modos, justifica su compra.
Un hombre toma una pastilla, piensa en la luz, compra un velador y un libro sobre “la vida cotidiana en la antigua China”. He ahí la anécdota del relato. El resto del libro comprimido es una reflexión sobre los actos íntimos e inconfesables, la iluminación de los astros oscuros en el Universo, el universo de los objetos baratos y, por supuesto, el efecto de la iluminación de las grandes ciudades sobre la bóveda celeste.
Todo ese material unido y tragado de una vez, sin masticar, provoca los efectos de psicodelia y mutación que la prosa de Aira insiste en suscitar entre sus lectores. Son, como todos sabemos, los airadictos que hay en la Argentina (y que comenzaron a reproducirse en el resto del mundo). Un grupo de personas que una vez que ha leído un relato del autor no puede parar y hace de su biblioteca una acumulación de pequeños libros de relatos y los apila para casos de síndrome de abstinencia (esos dos o tres meses del año en los que el autor no publica nada). Esos lectores saben que Aira publica en las grandes editoriales en español, en pequeñas editoriales provinciales, en diminutas editoriales independientes, como si no se tratara de un autor, sino de muchos.
Es que a esta altura, Aira ya no es un escritor, sino toda una literatura, con sus códigos propios, su humor raro que consiste en observar el mundo como una serie de casualidades sin sentido y sin objeto, y su imposibilidad de armar una “obra” (tarea que deja para los intelectuales). La lengua en la que escribe Aira casi se confunde con nuestra lengua de todos los días, como si no existiera en su literatura el más mínimo esfuerzo por construir un “estilo”. Pero aunque se oponga al estilo y a la obra, el juego de Aira, entre otros, consiste en armar una literatura completamente reflexiva y teórica que ha internalizado todas las teorías de la literatura vigentes y las toma como una naturalidad, como algo “real”.
En este relato, por ejemplo se llevan a cabo una serie de actos cotidianos. Mientras el personaje lee sobre “la vida cotidiana en la antigua China” se construye la vida cotidiana en el barrio de Flores. Pero detrás de sus obviedades, en los relatos de Aira hay un hechicero que siempre sonríe como el maestro cuando ve que el alumno puede haber completado la tarea pero, aún así, no sabe nada. Por eso también es comprensible que despierte tanto rechazo entre algunos lectores.
Para aquellos que creen que la literatura debe ser una experiencia que se agota en sí misma, Aira es insoportable; para entender sus textos uno está obligado a vivir como quiere Aira, aceptar que el mundo y la literatura son una especie de juego de espejos deformantes el uno del otro, aceptar la alucinación como parte de la realidad. Eso: una literatura completa, una droga.

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