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Martes, 2 de abril de 2002

Hay esperanza, pero no para nosotros

Ricardo Piglia (1940) es uno de los más destacados novelistas argentinos. Desde Respiración artificial (1980) hasta Plata quemada, toda su obra ha sido recientemente editada en España, donde la prensa lo ha saludado como uno de los grandes escritores actuales. A continuación, una entrevista publicada originalmente en el diario peninsular El País.

por ROSA MORA desde Barcelona
Nombre falso reúne seis relatos escritos en diversas épocas. “El Laucha Benítez cantaba boleros”, “Mata Hari 55” y “Las actas del juicio” son de mediados de los sesenta, un época en que Piglia, como dice, estaba descubriendo “las extrañas tensiones entre realidad y ficción”. “El precio del amor” está basado también en un caso real. “La caja de vidrio” es la historia terrible de un hombre que puede evitar la muerte de un chico con una palabra y que no la pronuncia. “Nombre falso”, el mejor, que da título al libro, es una magistral novela corta en homenaje al escritor argentino Roberto Arlt (1900-1942). Trata de las pesquisas de un crítico (el propio Piglia) que prepara una edición de homenaje, a los 30 años de la muerte de Arlt y que se encuentra con un inédito, cuya propiedad está en cuestión.
Lo del inédito es tan estupendo que se siente pena de que no sea de verdad...
–Una cosa puede no haber existido en la realidad y sin embargo tener un punto de verdad. Por otro lado, está implícito todo ese mundo de los herederos de los escritores. Hablaba el otro día con alguien que está trabajando en Pessoa de que siempre está apareciendo un manuscrito nuevo. Todos estamos contentos y agradecidos, pero también en un momento dado pensamos que ese baúl de Pessoa es el de Las mil y una noches. La idea de que alguien los escribe, no digo en el caso de Pessoa, la idea de que alguien está reelaborando esos materiales aparece inmediatamente como una posibilidad de ficción.
¿Así surgió “Nombre falso”?
–En realidad empecé queriendo contar la historia de alguien que había conocido a Arlt, pero comenzó a modificarse el relato y a transformarse en la cuestión del manuscrito.
La mezcla de ficción y de no ficción está en pleno auge...
–En mi caso eso está desde el principio. Diría que en casi todos los textos aparece como un elemento que viene de la no ficción y que después es tratado por la ficción misma. Me parece que esa tensión es una de los grandes formas contemporáneas de la narrativa, como los textos de Sebald o los textos de Magris.
En España se ha hablado bastante de intertextualidad y no en sentido demasiado positivo. En su obra hay mucho de relectura, recontextualización, variaciones...
–La literatura siempre ha tenido una relación con la tradición y la tradición es aquello que se ha escrito antes de que uno escriba, por lo tanto nadie empieza de cero por más que piense que sí. Hay escritores que tienen con la tradición una relación más visible y escritores que tienen una relación más secreta. En mi caso, yo diría que a menudo he hecho ficción a partir de esa tradición.
Usted ha dicho que la literatura es una forma privada de utopía.
–La literatura funciona, para el lector y el escritor, como la construcción de un mundo alternativo, como la expresión de cierto deseo de trascendencia, de voluntad de crítica del presente, y la utopía tiene mucho de eso. Yo creo que las utopías más que construir mundos en el futuro lo que hacen es criticar el presente para construir realidades alternativas. La literatura es un modo microscópico de hacer eso.
¿Ya sólo podemos encontrar la utopía en la literatura?
–Es quizá el lugar donde se conservan las energías que se han disuelto en la sociedad. El individuo está insatisfecho con lo real, con lo que está sucediendo y me parece que la literatura es uno de los pocos espacios donde es posible recomponer ciertas las ilusiones y esperanzas que han desaparecido en otras partes. Por eso la literatura tiene una función que no debe ser entendida en un sentido arrogante, es una función mínima, pero es una función.
Una función que no tiene nada que ver con el compromiso.
–Con el compromiso se tiende a pensar en la intervención de la literatura en la realidad y, para mí, la literatura se opone a la realidad. Trata de construir un mundo alternativo que sirva de base, como un mapa, para luego ir a esa realidad y ver si se puede cambiar.
¿Hay esperanzas?
–Diré lo que dice Kafka: hay esperanzas, pero no para nosotros. Bueno, creo que hay que persistir.
Una pregunta obligada: ¿Cómo siente usted Argentina?
–Está en una crisis muy grave, es una crisis de larga duración, pero que ahora ha entrado en un punto extremo. Hay algo muy interesantes, que es la movilización. Se ha roto con esa pasividad que se produjo después de la dictadura, pero no quiere decir que esto sea una alternativa. Tampoco se puede seguir adelante con esa acumulación de corrupción, de vaciar el país, de robo... Han cristalizado relatos urbanos verdaderos. Por ejemplo, una mujer mayor de un barrio de Buenos Aires, cuyo dinero había quedado atrapado en el corralito, fue al banco, armada con un revólver y unas tijeras, a robar su propio dinero. Hizo cola, dijo que le devolvieran el dinero y luego se desmayó. Uno puede imaginarse la noche de esa mujer diciéndose que no podía ser que su dinero estuviera atrapado por esos tipos.

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