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Domingo, 19 de octubre de 2003

RESEñA

Aunque no la veamos, la clase siempre está

Juventud, cultura, sexualidad La dimensión cultural en la afectividad y la
sexualidad de los jóvenes de Buenos Aires
Mario Margulis y otros

Biblos
Buenos Aires, 2003
302 págs.

Por Rubén H. Ríos

El erotismo sería hoy una ilusión o escisión estimulada y explotada por los mensajes simbólicos saturados de sexualidad, donde cualquier producto (incluido el cuerpo) es tratado con técnicas de porno soft, o por la racional objetividad anatómica de los discursos sexológicos y médicos. La investigación conducida por Mario Margulis –miembro del Instituto de Investigaciones Gino Germani y titular de la cátedra de Sociología de la Cultura de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA– se encarga de verificar en el universo de los “jóvenes” (de dieciocho a treinta, más o menos) de clase media de Buenos Aires y en los sectores populares del conurbano algunas de esas hipótesis.
El modelo que conjugaría sexo y amor romántico, liberación femenina e imaginarios conservadores, machismo y nueva masculinidad, anticonceptivos e inhibiciones eróticas, narcisismo y goce rápido, sólo encajaría en los segmentos medios. En las clases bajas, según los diferentes estudios, reina el patriarcalismo y estrictos roles de género, la maternidad como identidad femenina, la conexión inmediata entre relación sexual y reproducción, el desencanto o la ruina de los cuerpos sometidos al trabajo duro y la mala alimentación. Algo muy parecido, aunque con algunos matices, a la coraza represiva de los viejos freudianos de izquierda.
La cultura afectiva y erótica de estos grupos (a pesar de ciertas licencias de los sectores medios) se muestra cautiva o enredada en una moral sexual a veces muy rígida y otras lo suficientemente ambivalente y elástica como para permitir una doble vida –heterosexual u homosexual–, prácticas sexuales y amorosas de carácter instrumental, o simulaciones de hábitos y estilos de sexualidad institucionalizados pero que no se cuestionan. Por eso, de una u otra manera, lo que define estas relaciones (también las gay) es una atmósfera de simulacro y de máscara, de desconfianza y escamoteos, de ambigüedades y dobleces, en la cual los pretendientes o los amantes actúan bajo la influencia de una mezcla de fantasías e intereses terrenales que no hace más que desplazar los placeres corporales hacia esas zonas desafectivas generadas por las relaciones de poder. Esto, que en el patriarcalismo de los sectores populares se evidencia con la fuerza de un rayo, en las clases medias parece calar más hondo en la subjetividad y tiende a difundirse de modos más secretos, más lábiles, más sinuosos.
El trabajo de Fernando Pérez y Julián Piñero, “Estética de la afectividad y modalidades de vinculación en el boliche” es una pequeña obra maestra sobre ese universo de seducción de los jóvenes de clase media signado por las apariencias y los códigos de tribu que se congrega en las discotecas y los pubs. No más que un campo de visibilidad para los diferentes looks (el volumen de la música inutiliza la palabra), el juego intenso de ver y ser visto, el lenguaje huidizo de las miradas, el reconocimiento de la misma subcultura y la “transa”. Vocablo éste que los autores, siguiendo la estela de la reificación de la mercancía destacan en su significado de transacción comercial y consumo efímero (el flash) de un producto sexual especialmente empacado para la ocasión y que ninguno de los implicados en el asunto (directa o indirectamente) considera de mayor relevancia. Por supuesto que no la tiene. La “transa” supone un intercambio ascético de descargas genitales, de saliva y jugos erógenos,de ardores y pudores, sobre la base de un simulacro de seducción que se deja fascinar por las posturas, los brillos, el look.
El arraigado patriarcalismo de los sectores populares, hacinados en villas miserias y barrios precarios, que explica el sometimiento de la mujer al destino de madre y su rechazo a los anticonceptivos, pero también una afectividad rústica y muchas veces brutal, aparece (si bien los investigadores enfatizan las diferencias culturales) como la verdad y el sustento de toda esta serie que configura los cuerpos dóciles a las estructuras tradicionales de encuentro sexual en los jóvenes de clase media porteña. Bajo la forma de fantasma o prejuicio, de modalidades de percepción o de hábito, de rol de género o de representación subjetiva de sí mismo, las prohibiciones e interdictos de la soberanía patriarcal dejarían su huella. Lo cual ciertos comportamientos nuevos como la convivencia prematrimonial, la permisividad al acto sexual en casa de los padres, el uso de anticonceptivos, la desdramatización de la separación, las parejas informales, las mujeres que deciden ser madres solteras, no consiguen borrar.

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