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Domingo, 17 de noviembre de 2002

FRAGMENTO

La historia no es todo

¿Por qué les molesta a los comentaristas que los escritores no sean simples inspirados –por el mundo o por el alma– e intenten reflexionar su práctica? Es indudable que perciben la posibilidad de que su trabajo deprólogo y contratapa sea desbordado y ponen el grito en el cielo, descalificando sin ninguna razón a quienes propongan algo y levantando con descaro a quienes se les presenten con la ropa del buen salvaje hijo de las condiciones sociales, el buen salvaje testimoniando los sufrimientos, el buen salvaje que sólo cuenta lo que vive y espera que estos genios piensen su dolor. (Hay duplas que dan risa, pero como es parte del folklore y no de los textos, tendremos que reírnos solos por un tiempo.)
Literal (1975) lleva inscripto en sus páginas que “la épica de la coyuntura es una metafísica del oportunismo” y bastará evocar una discusión para que esto se comprenda. Invitados a formar parte de un gremio de escritores, perplejos por las vindicaciones esgrimidas, desistimos, y días después leemos en La Opinión (14-12-1973): “Hay escritores, como los que sacan la revista Literal, que ven la literatura como un goce y no se reconocen como trabajadores. Yo pienso que el escritor es un trabajador desde el momento que cumple una función y que lo que produce se transforma en mercancía. La SADE pertenece al país colonial; nosotros al industrial. En un determinado momento, la cultura del instinto fue sofocada por la cultura de la costumbre y todos empezaron a mirar a Europa”. Las declaraciones fueron hechas por quien debía preparar la ensalada para sumarla a la fiesta de la cultura nacional. El mismo diario publicó nuestra interpelación de entonces, pero nadie podía escuchar otra cosa que un intento de evadirse de “la realidad actual”, como si tomar posición en la misma fuese estar en otro lado. Esta mezcla entre la mercancía libro y el problema de la escritura podría asemejarse al intento de confrontar los problemas de la astronomía con los sueldos de los ingenieros y después multiplicar cifras para medir la distancia entre los planetas.
De una forma más verosímil, pero igualmente equivocada, razona Avellaneda –en un artículo del número 120 de Todo es historia– cuando escribe: “Ante todo el (mal denominado) boom de la literatura argentina, más correctamente, el proceso de desenvolvimiento de una industria editorial al compás del proceso de modernización y actualización de la sociedad argentina en su conjunto”. Primero: el boom fue latinoamericano y no argentino. Segundo: fue el boom el que llevó, en un primer momento, a inversiones editoriales y no las inversiones editoriales las que provocaron el boom (¿por qué esa misma “industria editorial” no sostiene siempre su desenvolvimiento?). ¿De dónde surgió el boom latinoamericano? Del prestigio que la política continental adquiría a los ojos de los progresistas europeos (el viaje de Sartre a Cuba, la aparición de Debray, la política cultural de Casa de las Américas). Es por eso que el boom acompaña este proceso y desaparece cuando el mismo es “cuestionado” por los europeos que lo habían apoyado. Carlos Fuentes, Vargas Llosa, Cortázar y otros gustaban de enfáticas declaraciones ideológicas. Es por eso que en el boom no figuraban escritores ajenos a la política (Felisberto Hernández, Mujica Lainez, etcétera) aunque el movimiento englobe a otros que pasan por iguales gracias a la retórica de los medios que de cualquier cosa hacían “una denuncia, una desmitificación, un duro ataque al sistema”, etcétera.
En Nanina se encontró una “crítica a la burguesía de provincia, aunque demasiado autobiográfica”, en los libros de Puig “una crítica a la alienación por el cine”, en El Frasquito (y Avellaneda, sin pensar, escucha el eco) “la denuncia de la represión” y no faltó quien encontró en Bioy Casares una crítica sutil de su propia clase social. Por último, las alegorías neotomistas de Marechal se convirtieron en la metáfora transparente (cuando se quiere, se entiende) de la lucha de un pueblo.
Dicho de otra manera, y para no abundar en penalidades que son las de cualquiera, el desarrollo de la industria editorial fue el efecto y no la causa del boom de la literatura (cuando éste desapareció otras editoriales –con otras ideologías– se expandieron. En la actualidad Emecé sigue editando el boom de una cultura de segunda línea con éxito mundial y queen nuestro país vende más que muchos de los autores latinoamericanos de entonces). Si hay que hacer historia con la literatura, hay que hacer la de sus protocolos de lectura: lo que los diarios y revistas escribieron sobre García Márquez dice mucho más de su consumo que el “contenido” mismo del libro, si uno es capaz de comprender que los comentarios de libros entran en relaciones de inclusión, exclusión y todas las figuras de conjunto que se imaginen, con los demás discursos sociales que se encuentran en danza.

Nº2/3, mayo de 1975

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