libros

Domingo, 17 de noviembre de 2002

Juego de exclusiones

¿Qué decir de los blasones del bien escribir, de la heráldica del equilibrio, del narcisismo de la destreza estética? Nuestro blablabla es el protocolo de unos textos –es, por lo mismo, un texto– que puede sospecharse “aplicación” de una teoría. ¡La inocencia es astuta! No existe aplicación ni siquiera en las matemáticas y cada uno suele encontrar lo que pone (un texto publicado en Literal, producto del hundimiento esquizofrénico de un sujeto, fue leído como estructuralista: el sujeto atrapado por este texto sólo había leído algunas novelas y se encontraba lejos de la vocación de la literatura) y no hacemos apología de la locura, dado que es ella quien suele tomar como apólogo a cualquier distraído que se encuentra –de pronto– llevado a los lugares más insólitos de su cuerpo libidinal, y traído de vuelta a palabras que le resultan extrañas.
Importa menos lo que la literatura debe ser que el acto mismo de su ser en la trama de los discursos de la cultura. Hay hombres de letras, así como hay migas de pan. Todos los sujetos hacen letras, aunque no puedan gozar del misterio de sus cifras. “Porque no deseo que la atención se centre en el hombre de genio –escribe T. S. Eliot en 1942–, he utilizado la expresión hombre de letras. Abarca a hombres de segunda y tercera fila e incluso a los de categorías inferiores, así como a las máximas figuras; porque esos escritores secundarios, colectivamente y en diversos grados individualmente, forman una parte importante del medio ambiente en que se mueve el gran escritor, como lo forman también sus primeros lectores, los primeros que le valoraron, los que formularon los primeros reparos y también quizá sus primeros detractores. La continuidad de una literatura es esencial para su grandeza; en muy gran medida es función de los escritores secundarios preservar esa continuidad y formar cuerpo de otra escrita que, aunque no haya de leer necesariamente la posteridad, desempeña un gran papel como eslabón entre los escritores a los que se sigue leyendo. Esta continuidad es en gran parte inconsciente.”
Quien lee determina a quien escribe, de manera que aun en aquello que le molesta leer puede demostrar sus palabras perdidas.

Nº 2/3, mayo de 1975

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