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Domingo, 25 de enero de 2004

Destino de marineros

Por Federico Kukso

José María Sobral se convirtió rápidamente en héroe nacional y su historia fue utilizada en las escuelas como ejemplo de la valentía argentina. Pero su fama fue efímera. El entrerriano, que durante los dos años de aislamiento había aprendido a hablar sueco casi a la perfección, pidió permiso a la Marina para ir a estudiar a Europa. Los jefes navales se lo negaron. Sobral se vio obligado a renunciar y a partir por sus propios medios con la ayuda económica de su padre. Su destino: la Universidad de Upsala (Suecia) donde Nordenskjöld era profesor. Allí se convirtió en el primer geólogo argentino.
Al poco tiempo de llegar conoció a Elna Klingström, con quien se casó el 6 de septiembre de 1906 y tuvo nueve hijos. Las autoridades nunca le perdonaron la “traición” de abandonar la Armada y el país. Nunca lo premiaron con un ascenso, ni una beca, ni siquiera un agradecimiento formal. Sus proyectos científicos fueron constantemente rechazados. Una y otra vez pidió permiso para volver a la Antártida pero nunca se lo permitieron. Ingresó en la Dirección General de Minas e Hidrografía donde llegó a ser director general en el año 1924, hasta que la revolución de 1930 lo separó del cargo y lo sumarió. Luego fue nombrado cónsul general en Noruega y a fines de 1931 ingresó como geólogo en YPF (Yacimientos Petrolíferos Fiscales), donde se jubiló en 1935. Desde entonces y hasta su muerte (15 de abril de 1961) continuó recorriendo el país haciendo estudios geológicos y dando conferencias. Nunca tuvo una jubilación de privilegio.
Sobral escribió El futuro de nuestra Armada, Problemas de los Andes Australes, Sobre cambios geográficos, La frontera argentino-chilena en el Canal de Beagle y Dos años entre los hielos, el libro que motiva estas líneas, y del que se reproducen aparte algunos fragmentos en donde cuenta el día a día de la supervivencia en la Antártida. El entrerriano de Gualeguaychú vivió en el olvido hasta los 81 años. La mejor condecoración se la otorgó Suecia.
Por su parte, la vida del sueco Otto Nordenskjöld no fue mucho más dichosa: el gobierno sueco, tras los insistentes pedidos de la familia, había enviado su propia expedición de rescate. A pesar de que ese buque llegó cuando los científicos ya estaban a salvo, las autoridades nórdicas mandaron a la familia Nordenskjöld la factura de los gastos del salvataje: el importe reclamado por el gobierno sueco era tan alto que Otto Nordenskjöld se vio endeudado de por vida.
A cien años de la travesía, su opinión sobre la Argentina puede parecer hoy tragicómica. En un reportaje publicado en el diario sueco Goterborgs Handels-och Stofartstidning declaró: “La Argentina es el país del porvenir, más que cualquier otro de la Tierra fuera de Europa; se ha desarrollado en una forma que no tiene igual y su producción, su intercambio y su desarrollo comercial han crecido de una manera colosal”.
En 1928, Otto Nordenskjöld murió aplastado por un colectivo en una tranquila calle de Gotemburgo.

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