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Domingo, 10 de octubre de 2010

VALE DECIR

El departamento vacío

En París, entre los distritos de Pigalle y Opera, cerca de la Iglesia de la Santa Trinidad, hay un departamento en donde el tiempo se detuvo. Su propietaria se fue al sur de Francia antes de la Segunda Guerra Mundial y nunca volvió; nadie ocupó ese piso, que milagrosamente no fue saqueado por los nazis, y así fue que se mantuvo como una cápsula del tiempo.

La señora falleció a los 91 años; un grupo de expertos, seguramente por encargo de los herederos, recibió la tarea de hacer un inventario de lo que encontraran en ese piso mágico, congelado en el ámbar de las estaciones.

“Había olor a polvo viejo”, dijo Olivier Choppin-Janvry al diario The Telegraph. Otro comentó que era como entrar al castillo de la Bella Durmiente: pensaron más en Disney que en Grimm cuando encontraron un muñeco de Mickey Mouse de antes de la guerra.

Nunca podrá ser rutinario irrumpir en un momento robado a los calendarios, y aun así faltaba el coup de grâce: un fabuloso cuadro de una mujer en un vestido de noche, rosa, de musalina.

Choppin-Janvry tuvo la corazonada de que era un cuadro de Giovanni Boldini, un retratista de la Escuela de París de principios del siglo XX. Olivier acudió a un especialista de arte, Marc Ottavi, quien no encontró ninguna referencia al cuadro; ni siquiera fue expuesto alguna vez.

La mujer de la pintura era Marthe de Florian, una actriz con una larga lista de ardientes admiradores: entre ellos un primer ministro, George Clemenceau, y por supuesto también Boldini. Choppin-Janvry encontró en el departamento una tarjeta de visita del pintor, con una nota de amor escrita a mano, y ahí fue cuando Olivier confirmó su instinto. Más tarde, gracias a un libro escrito por la viuda de Boldini, se supo que el cuadro se pintó en 1898; la señorita Florian tenía 24 años en ese momento, y terminaría siendo la abuela de la misteriosa dueña del departamento vacío.

El precio inicial de la pintura, que salió a la venta, fue de 300 mil euros y se fue a las nubes en el calor de la subasta. El martillo bajó por 2,1 millones, un precio nunca antes alcanzado por un Boldini. “Fue un momento mágico”, dijo Ottavi, el experto de arte. “Se podía ver que el dueño estaba encantado con la pintura; pagó por el precio de su pasión.”

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