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Domingo, 25 de abril de 2004

PáGINA 3

Friends

Por Andrew Graham-Yooll

“¿Por qué hay pobres, mamá?”, pregunta Mafalda. La respuesta no pasa por lo sociológico, ni lo ideológico ni por ningún seminario de ONG. El interrogante se remite al idioma, y más que eso, al uso, “Why are there poor people, Mummy, Ma, Mom, Mother, Mum...?”. Y finalmente la decisión del traductor recayó en “Mama”, sin acento. Esta versión en inglés deja abierta la posibilidad de una jerga personal y doméstica en un diálogo que es comprendido y puede pertenecer a cualquier país de habla inglesa. Aclaremos que ésa fue una cuestión realmente menor, resuelta rápidamente. Adaptar el idioma, muchas veces con referencias precisas a hechos de hace muchos años, requería una transferencia de idioma y significado más que una traducción. Una tira cómica se apoya en giros idiomáticos, sobreentendidos y códigos sociales, que no son fáciles de “trasladar” (más que traducir) de un idioma a otro.
Mafalda, la genial tira que Quino dejó de hacer hace más de dos décadas, finalmente tiene esta nueva versión. La edición de los dos primeros volúmenes (de los diez originales en castellano) se terminó de imprimir justo, muy justo, para la inauguración de la actual Feria del Libro. Su editor, Daniel Divinsky (Ediciones de la Flor), aclaró que nuestra preguntona favorita ya tiene versiones en francés, italiano, alemán, portugués brasileño y portugués de Portugal, coreano, chino de Taiwan y chino de China, griego, turco, hebreo, finlandés, noruego. Pero hasta ahora no tenía versión inglesa. Eso es cierto en parte. Hubo una época, a comienzos de los ‘70 (que parece ahora como la época en que pasó todo en nuestro país) en que fueron traducidas un gran número de tiras de varios volúmenes para su publicación en un periódico de Australia, pero esa versión se perdió en el tumulto de los años siguientes. Debe existir aún, en alguna hemeroteca australiana.
Mafalda ha superado el tiempo y es un icono internacional. Recuerdo la presentación del primer volumen de tiras, en la librería de la calle Talcahuano de Jorge Alvarez, cuando Pirí Lugones me presentó a Quino, quien le dedicó un ejemplar de Mafalda a mi hija mayor, Inés, que tenía apenas un par de años. Inés, que vive en Sheffield, Inglaterra, guarda ese ejemplar y lo lee aún, nostalgiosa y divertida.
No hubo traducción inglesa reciente porque, explicó Divinsky, las editoriales norteamericanas consideraron a Mafalda “demasiado sofisticada para los niños estadounidenses”. Y los ingleses de Inglaterra dijeron que se parecía a Peanuts, que es más o menos como decir que una mesa se parece a un caballo porque tiene cuatro patas.
Hace más o menos dos años que Divinsky, harto de los rechazos, decidió arriesgar su propia edición en inglés y comenzó a buscar traductor. De varios nombres, de aquí y afuera, eligió a Terry Cullen, un experto traductor de larga trayectoria en la enseñanza de idioma, residente en Buenos Aires. El resultado que logró es magnífico.
Parece que los Quino y los Divinsky, marido y mujer, decidieron que además necesitaban un revisor, como en las auditorías contables, y para eso me llamaron a mí. Así fue como mis titubeos, dudas, desconfianza de mis revisiones anteriores y ansiedad patológica atrasaron la edición hasta contagiar de angustia a la editorial, de donde llamaban dos veces por día hasta el lunes en que tenía que estar ya en imprenta. No era para menos. En la cuarta revisión de las tiras hallé que se me había pasado una referencia al FMI como “Found” en vez de “Fund”, error que me llenó de pánico y obligó a una nueva revisión desde el principio.
Lo divertido, visto desde lo logrado y olvidando la incertidumbre, fue intentar actualizar algunos giros de época sin alterar el decreto de Quino que había que respetar el original. Así, la computadora “IBM” de los setenta pasó a ser una “PC”, que es igual en castellano que en inglés; las referencias a la guerra en Vietnam y a las negociaciones de reducciones del arsenal nuclear entre las superpotencias de entonces provocaron considerable debate. En varios casos, la consulta a la editorial debía ser transmitida al editor que se hallaba de viaje, que a su vez consultaba con el autor y asesores, y respondía con la decisión tomada. Mafalda era, entonces, motivo de consultas internacionales. En este caso se mantiene en contexto la dedicatoria, que incluye al entonces secretario general de Naciones Unidas, el burmés U Thant, pero ¿cuántos entre los lectores ingleses recordarán a ese hombre tan suave y de grandes cualidades humanas?
Lo que resulta a veces triste es que algunas preocupaciones de Mafalda de los ‘60 y ‘70, como ser la emigración de graduados universitarios, se mantiene vigente en la sociedad argentina actual.
Bueno, eso es lo que hace que la niña de Quino sea una creación de validez perenne. Mafalda va a vivir mucho más que sus lectores contemporáneos y ahí está su genialidad. Por cariño, por nostalgia, por responsabilidad y por ansiedad, espero que Mafalda & friends (Ediciones de la Flor), Vol. I y II, tenga larga vigencia en inglés.

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