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Domingo, 25 de abril de 2004

MúSICA

Oye, chico

A los 41 años, Gonzalo Rubalcaba es –junto a Chucho Valdés– el pianista de jazz más célebre de Cuba. Algo alejado del mítico virtuosismo que fue su sello, Radar lo entrevistó en Guadalajara (México), donde el pianista participó de un homenaje a Julio Cortázar, y lo hizo hablar de todo: Fidel, la música latina, el karma de ser cubano en el mundo, su próximo disco, que incluirá temas de José Sabre Marroquí, Armando Manzanero y Agustín Lara, y sus famosas manos de veinte dedos.

Por Mónica Maristain

Dice que en el 2002, cuando regresó a Cuba luego de diez años de ausencia, incluso antes de que el avión aterrizara ya sentía olores y colores que le decían: “Tú eres de aquí”. Sin embargo, los diez días que permaneció en la isla lo inundaron de sentimientos confusos. “Yo era de ahí pero ya no era de ahí”, explica en español a sus ocasionales compañeros de mesa. Luego llama la atención de Charlie Haden y ensaya el mismo discurso en un inglés dulce. Como gran viejo sabio, Haden –el contrabajista que lo descubrió en un lejano 1986 y luego lo invitó a tocar con él y Paul Motian en el Festival de Montreal– asiente paternalmente, entrecerrando los ojos.
“Es curiosa la pregunta que me haces”, comenta Gonzalo Rubalcaba, el pianista de veinte dedos nacido en La Habana en 1963. “¿Sabes por qué es curioso? Porque mientras estuve en La Habana, a cada momento alguien decía: ‘Ya llegará Fidel’. Y yo pienso: ‘¿Por qué tiene que venir Fidel, si este hombre siempre temió a los intelectuales y a los artistas, siempre desconfió del libre pensamiento?’ La verdad es que Fidel ya está tan viejo y está tan mal de salud, que aun para aquellos que lo odian mucho, da pena.”
Es la noche fría en Guadalajara. A Gonzalo parece habérsele pasado el mal humor por el inoportuno zumbido del piano que casi malogra su presentación en el Homenaje a Julio Cortázar del teatro Degollado. El percance, sin embargo, pasó inadvertido para el público, que alucinó con su estética del despojo, la misma que florece al lado del contrabajo por momentos excesivo de Haden y que es el sello actual y distintivo de este hombre negro y pequeño, padre de tres hijos, habitante de La Florida, ganador de Grammys, pianista de profesión. Ahora, mientras cena frugalmente (“no es por hacerme el interesante, la verdad es que no me gusta ir a dormir con el estómago lleno”) y vigila que el salmón de Charlie Haden esté a punto (así, de padre e hijo, es la relación de la que parecen disfrutar el pianista y el bajista), Rubalcaba habla de su pasión por la música latina, un amor que alcanza para tocar los bordes de un género que no sólo hace música para bailar: “los latinos también podemos ser muy tristes”, asegura.
Vestido íntegramente de negro, el pianista recibe a Radar al final del concierto y no puede evitar una sonrisa cómplice cuando la cronista le hace notar que, después de todo, decepcionó a quienes creían que se convertiría en el segundo Chucho Valdés (La Habana, 1941). No le dio para tanto el desenfreno habanero, y por los escenarios del mundo anda Gonzalo tocando en trance, casi a lo Jarrett.
Él no dice Keith Jarrett ni dice Chucho Valdés. Sólo ríe y habla de su evolución, de sus años. Después de todo, el jazz sigue siendo eso que le pasaba a Johnny Carter en El Perseguidor: algo que se está tocando mañana. Está tocando menos con los dedos y más con el alma o quién sabe con qué. ¿Antes tenía más de 10 dedos?
–No, los dedos siempre están ahí. Lo que pasa es que también están los años, que juegan un papel muy importante. Los años significan vivencias, madurez, calma, realización, seguridad, entre otras cosas. Ahora soy un poco más contemplativo, lo que no quiere decir que haya perdido las ganas de luchar por lo que creo justo.
A los 23 años, cuando se dio a conocer al mundo, tal vez era más fácil colgarse el cartel de la latinidad.
–Mira, no hay que echarle la culpa a nada ni a nadie, pero lo cierto es que yo provengo de la escuela cubana, una tradición que es esclava del virtuosismo y que intenta vender ese virtuosismo a cualquier precio. Es muy fácil, además, para muchos pianistas de mi país, recostarse en ese virtuosismo.
Usted descree, entonces, de los virtuosos. –De lo que descreo es de las escuelas para virtuosos. Para mí el virtuosismo es algo con lo que una persona nace. Es la habilidad física, técnica, la que le permite a un pianista hacer cosas que a otro no. El problema está en buscar otros puntos de vista a partir de ese virtuosismo. Ser virtuoso es como ser lindo: nunca dejarás de serlo. Lo importante es plantearse el desafío de cómo crecer a partir de eso que la naturaleza te ha dado.
¿Ése es su desafío?
–Y sí. Sería falsa modestia de mi parte decir que no tengo habilidades para tocar el piano, y gracias a Dios las tengo. Lo que pasa es que esas habilidades también pueden convertirse en un riesgo si no sabes qué hacer con ellas.
¿Chucho Valdés ha sabido qué hacer con su virtuosismo?
–Hay que preguntárselo a él.
¿Usted qué piensa?
–Que pertenecemos a dos generaciones muy distintas y que tenemos dos concepciones de la vida totalmente diferentes. Esas concepciones se reflejan en el arte. El artista no puede ir al escenario sin dejar que se vea lo que ha vivido, lo que es; lo que uno hace arriba del escenario no es más ni menos lo que uno es. No puedes divorciarte de ti mismo cada vez que sales a tocar, porque el público se daría cuenta de que estás mintiendo.
¿Entonces ahora usted es un Rubalcaba del despojo?
–Depende de la música que esté haciendo, del formato, de la atmósfera que encierre el repertorio que estoy trabajando. El concierto con Charlie (Haden) es un trabajo íntimo. Somos dos personas ahí tratando de decir cosas y, más que de decirlas, de transformarlas. Porque, en realidad, las cosas que intentamos decir Charlie y yo ya fueron dichas.
Esa alquimia produce hechos insólitos, como que a veces resulta Charlie el excesivo y usted el austero. Nunca nos hubiéramos imaginado algo así.
–(Risas.) Esa alquimia es la sinceridad. El que la gente vaya a un sitio en espera de algo y se encuentre con lo inesperado, que encima supera las expectativas, es muy válido. Además, Haden es un músico que ha servido de integración para muchísimas generaciones, no sólo estadounidenses sino también latinas y asiáticas. Siempre se ha distinguido, además, por ser ese músico que trabaja con muy poquitas cosas; se ha apoyado mucho en la calidad del sonido, dice mucho a partir de una sola nota y cómo construye una nota. Ésa es una teoría muy válida para hacer música.
Otra teoría es la de Keith Jarrett, que dice que el verdadero músico de jazz es aquel que ha podido encontrar su propia voz y transmitirla.
–Eso es válido para cualquier músico y cualquier persona. Cada quien debe encontrar su propia voz. Tienes que escucharte y seguir tus propios instintos.
Usted, que ha sido candidato a ocho Grammy, ¿cómo ha vivido el veto a los artistas cubanos en la última entrega de los premios?
–Una vez más... se repite la historia.
¿Le hubiera gustado verlo, por ejemplo, a Ibrahim Ferrer en la entrega de los Grammy?
–Yo ya estoy feliz por el hecho de que esta generación conformada por músicos de 70, 80 años o más, haya tenido aunque sea un ratito de gloria merecida. Eso también me da mucho miedo, porque no quisiera que a los artistas de mi generación les pase lo mismo...
Bueno, pero usted tiene 41 y es muy conocido.
–Sí, pero ha costado y sigue costando mucho. El hecho de llevar una bandera cubana por los escenarios del mundo cuesta muchísimo. Ahora no es el momento de hacer disertaciones políticas en torno de esto, pero a los cubanos se nos hace todo muy difícil. Y eso lo sé. Los artistas no tienennada que ver con los desastres que vive el mundo. Los artistas son los que quieren traer paz, amor, armonía entre las personas. Siempre he recibido los Grammy con alegría, porque me gusta que me reconozcan por lo que hago, pero también sé que ése es un premio que sólo sirve para la promoción, para darse a conocer. En muchas ocasiones no premian lo mejor sino lo más conocido, y eso da mucha tristeza.
¿Su próximo disco?
–En las próximas semanas voy a terminar de mezclar el último disco de Charlie Haden. La producción estuvo a mi cargo.
¿Se viene Nocturne 2?
–Efectivamente, es una extensión de Nocturne. El 95 por ciento de los temas corresponde al compositor mexicano José Sabre Marroquí (autor, entre otros, del bolero Nocturnal). Hacemos también un tema de Armando Manzanero y Solamente una vez de Agustín Lara. Este disco es nuevamente la posibilidad de llevar al mundo una música que mucha gente no conoce. Cuando la gente habla de música cubana o latina, piensa muchas veces que es la música sólo para mover los pies. Quiero demostrar que la música cubana también hace llorar, une a la gente, cuenta historias y hace pensar.

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