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Domingo, 22 de diciembre de 2002

PáGINA 3

CHAPAPOTE Y CACHIVACHE

Por Rodrigo Fresán (Desde Barcelona)

NOMBRES/LUGARES
Parece el nombre de un programa infantil. Pero no. Chapapote es como se llama por aquí al petróleo vertido por el naufragio del buque “Prestige” hace poco más de un mes y que, desde entonces, llega al litoral de Galicia para protagonizar una formidable catástrofe ecológica. Cachivache es el apodo con que se lo conoce a Matías (también conocido como Tone), concursante argentino de treinta y pico de años en la presente edición del “Gran Hermano” español. El chapapote contamina y parece imparable. Cachivache también. Autodenominado “vagabundo, surfero y bohemio” –con look de publicidad de cigarrillos LM o de galán playero decadente en esas películas de los setenta u ochenta, donde cantaban Los Angeles de Smith y Tristán hacía de camarero de hotel–, el argentino más famoso en España junto a Andrés Calamaro y Ricardo Darín no deja de hacer de las suyas y ya es firme candidato a llevarse los doblones del gran premio gran. A mí no es que me caiga mal: es que no lo entiendo.

HABILIDADES/EXAGERACIONES
Las sesiones de control en el Congreso –donde se piden cuentas y explicaciones al Partido Popular en el gobierno por la torpeza con que pasearon al moribundo “Prestige” derramando sangre negra por todas partes antes de partirse en dos y hundirse– tienen, por estos días, mucho de las particularidades del ecosistema “Gran Hermano”: todos bien encerraditos, discutiendo y –lo más fascinante de todo– actuando, superando pruebas, mirando a cámara de reojo, esas cosas. Tal vez sea ingenuo de mi parte, pero a mí no deja de asombrarme la velocidad con que el ser humano se trumaniza y acepta su condición de animal catódico. Sobre todo cuando, se supone, no están haciendo otra cosa que ser él mismo. Paradoja: la supuesta espontaneidad televisiva acaba derivando como barco condenado hacia las aguas de la exageración. No se puede ser natural ahí adentro. Alcanza con ver a esos políticos que buscan el timing perfecto de un episodio de “Seinfeld” y “Friends”. La clave está en ser ingenioso por más que se esté hablando de algo terrible. Matías alias Tone alias Cachivache es, en este sentido, un misterio y es su misterio el que lo ha convertido en alguien apasionante, parece. Cachivache es –por un lado– el típico argentino que los españoles detestan fuera de la televisión pero que, catódico, se vuelve apasionante. Y Cachivache está contaminado por ciertos detalles novedosos y no tanto. Por un lado, está el misterio de las feromonas que segrega y que hace que todas las concursantes (y buena parte de la audiencia femenina de “Gran Hermano”) desfallezca por él. Los españoles están pasmados por su poderío y –cosa rara– lo quieren y argumentan que “tiene poesía en sus palabras”. Verso, bah. Por las fauces de Cachivache –siempre al acecho, siempre en malla, siempre flotando en la piscina-jacuzzi– ya pasaron Anita, Judith y, ahora, la neumática y ligeramente autista Rocío, a la que dice amar mientras la besa y le dice frases como: “Ahora Tone está jugando sin las torres ni los caballos, pero con los alfiles” y “Hay cositas que Cachivache no puede frenar, mi niña”. Rocío lo mira con la boca abierta. Yo también.

ARRIVALS/DEPARTURES
Pero a quien no puede frenar Cachivache es a Inma(culada). Mezcla de Bernarda Alba con Patora (la hermana en constante celo de Patoruzú) con Gloria Swanson en un Sunset Boulevard almodovarizado, Inma se enamoró de Cachivache. Y se volvió loca. Fuera de la realidad. Al punto que la producción del programa decidió canjearla por un concursante del “Gran Hermano” porteño (Eduardo, una especie de Paul Newman devaluado) y allí la tienen ustedes ahora, seguro que la conocen y por acá la gente está enojada porque esa bestialidad un tanto folk de Inma, dicen, deja mal parada a España. Alguien dijo, piadoso, que “la Argentina ya tiene suficientes problemas como para que, encima, lemandemos a Inma”. Es posible. El otro día pasaron escenas del “Gran Hermano” de ustedes. Sorpresas y no tanto: la casa donde están presos es más bien fea y crota comparada a la versión high-tech de la de acá, el parejo bronceado de las chicas y esa voz de ardillitas histéricas cuando le preguntaban al vozarrón de Inma: “¿Pero vos querías conocer nuestro país, no?”. Y –esto ya no sorprende a nadie salvo a mí– el inevitable regalo de bienvenida de la camiseta de la Selección Argentina de fútbol. ¿Para qué? ¿Qué sentido tiene? Después, enseguida, allá bailaron sevillanas y aquí tango.

ORIGENES/PATRIA
Cachivache es, creo, de Mar del Plata. No hace mucho leí en una revista una entrevista con su familia que, parece, al principio negó su existencia “por miedo a secuestros”. Pero Cachivache es, en realidad, ciudadano del mundo: ha viajado por veinticinco países tal vez en busca de la Gran Ola Perfecta, trabajado de lo que venga y, desde su reclusión en el programa, desarrollado un acento extraño que nada tiene que ver con la exagerada versión plasha-cashe que rescatan varias publicidades españolas a la hora de ser argentinamente graciosas. No, Cachivache habla raro: tonito canyengue y susurrado –la producción subtitula varios de sus parlamentos como si se tratara de una película extranjera–, pero puntuado por un curioso y constante “¿sáe?” (contracción de ¿sabes?) y un omnipresente “mi niña”. Un amigo argentino de Matías –el parco Ramón, de aspecto cuanto menos ominoso– es a menudo invitado a otros programas de televisión para que explique a Cachivache. Cuando esto ocurre, Ramón, misterioso, se limita a sonreír y a encogerse de hombros y a decir: “Matías... Matías...”.

CATASTROFES/SORPRESAS
La producción de Gran Hermano decidió infringir una de las reglas del engendro por motivos de causa mayor y les contó lo del chapapote del “Prestige” a los concursantes. La rubiecita Desi –especie de Meg Ryan– se puso a llorar porque es de Galicia y, enseguida, todos se pusieron a elaborar 5 mil postales para contribuir a la causa o algo así. Justo ahí llegó de visita Diego Torres. Parece que lo quieren imponer por estos lados. También estuvo en “Operación Triunfo” y no dejan de emitir esos clips donde Diego se presenta como una especie de mesías chueco que hace que crezca el pasto y la gente se amigue al oír su canto color esperanza y todo eso con lo que ya lucró en otros momentos oscuros de nuestra historia un tal Palito Ortega. Cachivache se emocionó –a Cachivache siempre le brillan sus ojitos traviesos–, pero a mí no me engaña: a Cachivache no puede gustarle Diego Torres. En cualquier caso, le dijo varias veces “¿sáe?” y después se fue a participar de una cena sorpresa y argentina con bandoneonista incluido que tocaba y observaba aterrorizado a Cachivache mientras éste le gritaba: “¡Grande, Pichuco, Pichuquini!”. Algo así. A su lado, Rocío, la boca entreabierta, parecía preguntarse qué tendrá que ver un señor tocando un instrumento raro con Pikachu de Pokémon. Mientras tanto, en una pantalla, proyectaban fotos de Matías cuando era chico. Cachivache, extático, gritaba “aaaaaaeaaaaaeeeea¿sáe?”. Después, un flash informativo mostraba la situación exacta de la tercera oleada de chapapote lista para conquistar las playas de la Costa da Morte.

PREDICCIONES/PELIGROS
Como están las cosas, todo parece indicar que por culpa de lo del chapapote, el Partido Popular va a perder varios puntos en los próximos comicios y que Cachivache tiene todo lo necesario para ganar en “Gran Hermano”. Los otros candidatos –un boxeador hardcore, un pastoril personaje de Berlanga, un relaciones públicas de discoteca, un seminarista que entraba para poner a prueba su vocación– han probado no estar a la altura del morbo que provoca su presencia. No hacen nada. Noson competencia para nuestro Cachivache de exportación. Sólo algo puede detenerlo: que Inma retorne de la Argentina cargada de furia de mujer despechada. Y que lo ahogue en el jacuzzi. O que el chapapote llegue a la casa de “Gran Hermano”. O... No, ahora que lo pienso, nada puede detener a Cachivache.

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