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Domingo, 22 de diciembre de 2002

PLáSTICA

Chica material

En su primera aventura tridimensional,
Silvana Lacarra explora la abstracción con catorce piezas de madera y fórmica que limpian el mundo y
rejuvenecen la mirada del espectador. Ligada a sus
materiales por una pasión casi amorosa, la artista de Bragado cuenta cómo hace para producir una belleza
zen con planchas de tres metros por dos y una caladora.

POR SANTIAGO RIAL UNGARO
Algo sucede en la muestra de Silvana Lacarra. O mejor dicho: la nada se instala en la galería Dabbah-Torrejón, donde sus Catorce unidades mixtas se exhiben hasta el 10 de Enero. Las piezas de madera y fórmica imponen un silencio y hasta una distancia. En la sala contigua, la gente entrechoca sus copas, saluda y picotea algún que otro maní, alguna pasa de uva. A nadie se le ocurriría hacer nada de eso en presencia de las 14 piezas, que parecen llamar a la soledad, la interioridad o la reflexión. A medida que van llegando, los invitados entran, observan y salen. De hecho, el mejor lugar para hacer la entrevista termina siendo la misma sala: el único lugar vacío.
Desde su mismo título, la instalación borra cualquier referencia a todo lo que no sea su propia existencia de formas primarias y elegantes. Estas “unidades mixtas” –”piezas” según las define Silvana Lacarra– son abstracciones geométricas. Si en su teoría de la relatividad, Albert Einstein señalaba que “la geometría no se ocupa de la relación entre las nociones y los objetos de la experiencia, sino sólo de la relación lógica de dichas nociones entre ellas”, esta instalación construye un mundo despojado y atractivo, cuyas relaciones lógicas seducen por su economía y su rigor formal. Dice Lacarra, mimetizándose con la elegancia austera de sus obras: “En una época como la que estamos viviendo, me parece que necesitamos bajar un poco”. Y en efecto, en su primera exploración de la tridimensionalidad, Silvana Lacarra aporta una mirada que despeja, que limpia y atrae tanto desde el vacío como desde la materia.
Dice Lacarra la Caladora: “A mí la fórmica realmente me atrae. Me gusta lidiar con estos materiales. Voy a buscar las fórmicas a Avellaneda y las planchas son de 3 por 2,10 metros, así que hay que manipularlas con máquinas industriales”. Pero si la estética es industrial (por la precisión de sus terminaciones y la elección de los materiales), el trazo de Lacarra está presente en las líneas de los contornos de cada una de las unidades. Con su caladora, Silvana Lacarra se las ingenia para “civilizar” estos materiales, al ir calando cada pieza en forma individual. “Sí: se puede decir que dibujo con la caladora, ya que la línea está hecha con la caladora. Pero lo que más me interesa es la atracción física que siento por los materiales. Me gusta su corporeidad, su inserción en el espacio, su expansión. Me pasa con la fórmica, y también me pasó con la membrana asfáltica, con las chapas de zinc y con la madera”.
El proceso de trabajo de Lacarra es muy preciso, y el refinamiento formal de sus piezas es producto de una atención a los accidentes más sutiles de sus queridos materiales: “Trabajo desde el dibujo; después le paso un molde de arcilla y después, en algunos casos, va a la carpintería”. Allí fue donde empezaron a conectarse la madera y la fórmica. No del todo satisfecha con la pintura, Lacarra empezó a trabajar con la madera porque “era un material que me parecía que podía comprar... y que me gustaba. Allí mismo, en la carpintería, empecé a utilizar todos los retazos de fórmica que quedaban tirados, que no servían para nada. Así, de a poco, empecé a cortarlos y a aprender a manipularlos”.
Muchacha solitaria y campestre (nació en Bragado, va y viene del campo a la ciudad y de la ciudad al campo), Lacarra habla de su relación con la fórmica como de un romance que evoluciona hacia la plenitud: “Cada vez nos llevamos mejor”, dice. Figuras volumétricas y aerodinámicas, estas Catorce unidades mixtas interactúan en y por el espacio y sugieren una sensibilidad singular, expresada en forma aséptica y precisa, pero no por ello menos personal. Si hay algo que cautiva de esta muestra es esa relación secreta que la artista mantiene con los materiales, con sus formas y sus vacíos. De hecho, en los últimos tiempos, una de las lecturas preferidas de Lacarra fue una serie de teoremas de René Descartes que hacen del vacío uno de sus tópicos principales. “Me fijo mucho en la economía”, dice Lacarra, “pero no sólo en la economía de la imagen. Yocreo mi propia economía: nunca gasto más de lo que puedo, aprovecho cada pedacito de fórmica, cada maderita”. Tal vez de esa concentración nazca la idea de seriedad que rescata la muestra. “Sí, la muestra es seria, pero no veo que sea intimidante, porque prácticamente todos se acercaron a contarme sus impresiones”, comenta Lacarra. Durante la charla, de hecho, un niño se sube a una de las piezas ante el beneplácito y las risas de Silvana.
Quizás la terminación de las obras tenga algo quirúrgico, pero su rigor formal, ese minimalismo radical que ya había exhibido en su muestra de 1999 en el Centro Borges (una serie de placas de fórmica caladas y luego recolocadas en su lugar de original), nos ofrece, desde sus pequeños volúmenes, un espacio: un espacio vacío. Un detalle revelador: las líneas que vemos en los contornos de estas “unidades mixtas” son producto de la ausencia del material, cortado por el dibujo de la caladora de Lacarra. Las interpretaciones –las maneras de llenar ese espacio– corren por cuenta del observador. “Nada hay más vasto que las cosas vacías”, escribió Francis Bacon. La reflexión, que Paul Virilio rescata para enfatizar la hiperconductividad del vacío, se aplica a esta instalación de Lacarra.
El aire de la sala, el espacio vacío de las líneas, las sutiles diferencias generadas por la luz natural y la luz artificial y el silencio de Lacarra (el mismo nombre de la exposición sólo hace mención a la unidad de cada pieza y a su interacción grupal) terminan envolviéndonos en un ambiente de armonía y formas elegantes, con sus declives y sus matices de color. Lacarra: “Yo no pienso en la armonía ni en la energía cuando estoy trabajando, pero es cierto que necesito tener todo controlado. Trabajar con máquinas industriales me permitió tener un menor destrozo del material: cuando pasás la fórmica sobre una cepilladora de borde, a veces se resquebraja. Ahora, en cambio, aprovecho mucho más los materiales. Hay cero descarte. Además de querer respetar el peso y el grosor del material, a mí me interesa mucho conservar el color de la fórmica. El color es la personalidad de cada fórmica; es algo que no admite ninguna modificación. Y lo mismo pasa con la homogeneidad de los materiales. Me interesa mucho otorgarle a eso el peso que tiene: esa autoridad que tiene lo uniforme y homogéneo. Y eso me lo da la fórmica”. En tiempos en los que una avalancha de información impacta contra nosotros en forma constante, esta exhibición ofrece una experiencia espacial, la posibilidad de apreciar la serenidad de lo uniforme. Como al pasar, Silvana Lacarra comenta que acaban de saquearle la casa, y que entre otras cosas le robaron la computadora. Pero fue una desgracia con suerte: “No me robaron la caladora, que es mi herramienta preferida”, comenta.

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Catorce unidades mixtas,
de Silvana Lacarra.
Hasta el 10 de enero en
Dabbah-Torrejón,
Sánchez de Bustamante 1187.
Informes al 4963-2581.
 
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