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| Hoy
Domingo, 3 de marzo de 2002
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CINE
CINE A pesar de ser exhibida en una copia en Betamax, el estreno porteño de Después de la reconciliación es todo un acontecimiento. Principalmente porque Jean-Luc Godard ocupa la pantalla durante los setenta minutos de duración de este film, dirigido y co-protagonizado por su mujer Anne-Marie Mieville, ofreciendo a sus fieles momentos de gozo irrepetible: como comediante y como un notable llorón. 
Por Martín Pérez
ESCUCHAR 
ANTES QUE INTERPRETAR 
   Los 
films que hago son los que sé que puedo hacer, ha dicho Anne-Marie 
Mieville a la hora de hablar de su cine. Nunca me vi obligada a hacer 
compromisos ni concesiones, pero eso es porque todas mis películas han 
tenido un presupuesto muy reducido. Algo que otorga libertad, pero también 
te hace sentir un poco abandonado, porque uno extraña no tener interlocutores. 
Y los productores pueden ser una mierda, pero también se encargan de 
que el film vaya a festivales, se estrene, dure en cartel y hasta se edite en 
video. Los míos, en cambio, son casi un trabajo confidencial. Apenas 
si necesito algunos francos para rodar.
Vinculada a Godard a partir del momento en que el director francés dejó 
París para instalarse en Grenoble, el primer trabajo que realizaron juntos 
fue Ici et ailleurs (1974), un mediometraje que describe a una familia francesa 
frente a un televisor sobre el cual aparecen imágenes de luchas palestinas. 
Dos años más tarde, ambos se mudarían a la comunidad suiza 
de Rolle, desde entonces centro de actividades de ambos. Coautora de varios 
de los films de Godard desde entonces a esta parte figuran como suyos 
los guiones de Detective (1984) y Carmen (1985) y el montaje de Te saludo, María 
y 2 x 50 años de Cine Francés, por ejemplo, la obra en solitario 
de Mieville consta de apenas una serie de cortos y cuatro largometrajes, el 
primero fechado en 1989 (Mon cher sujet) y el último (precisamente Después 
de la reconciliación) en el 2000. Cuando alguien nos pregunta cómo 
trabajamos juntos, respondemos: como dos guionistas que se llevan especialmente 
bien, y que hacen cosas juntos o separados, declaró alguna vez 
Godard hablando de su trabajo con Mieville. Pero la diferencia entre ella 
y yo es que Anne-Marie ha sido atraída por el cine a una edad mucho más 
temprana que la mía. Yo comencé a interesarme lentamente en el 
cine y recién a partir de los dieciocho años. Ella, en cambio, 
se sintió físicamente atraída desde niña. Muchas 
veces me olvido de hacerle justicia a esa diferencia entre ambos. 
Salvo un extraño prólogo cuasi-confesional, poblado de imágenes 
familiares, y la presencia de la iconografía urbana, Después de 
la reconciliación bien podría ser una obra atemporal, como le 
gusta señalar a Mieville, protagonizada por cuatro personajes que hablan 
de cuestiones sin época: el deseo, el miedo o el cansancio, entre otras 
cosas. Ese prólogo es algo que excede toda interpretación, 
se limitó a explicar Mieville sobre el virtual corto que precede a los 
títulos, grabado en video y que funciona como diario de preproducción 
e incluso de rodaje. Lo lamento, pero no puedo ser más explícita. 
Tiene que ver con niños que están relacionados conmigo. Fue una 
idea que se me ocurrió durante el rodaje, agregó después, 
en una entrevista realizada junto Jean-Luc para el diario francés Liberation. 
La gente a veces interpreta demasiado, intervino Godard. Y 
ahí no hay nada que interpretar. Alcanza con escuchar. Después 
de todo, la primera palabra que se oye es hablar. Que es el enunciado fundamental 
del film. El espectador promedio o los distribuidores nos han dicho que ese 
prólogo es difícil. A la gente le gusta más la segunda 
parte, la más extensa, sin darse cuenta de que sin ese comienzo no disfrutarían 
de la misma manera lo que viene a continuación.
Lo que viene a continuación en el film, vale aclarar, es puro Godard. 
UN 
LUGAR URGENTE
   Con 
sus lentes de marco grueso, su calva incipiente y despeinada pero sin 
ese cigarrillo omnipresente en casi todas sus imágenes pero ausente en 
el film de Mieville, la figura de Godard ha devenido un icono del cine 
como pocos directores pueden presumir de serlo. Gran parte del interés 
cinematográfico de este cuarto opus de Mieville reside en la presencia 
de Godard como uno de los protagonistas. El placer que produce ver a Robert 
escondiéndose detrás de un periódico mientras ignora los 
avances del otro personaje femenino del film se vuelve doblemente significativo 
sabiendoquién lo encarna. Aunque una confesión de Mieville permite 
imaginar lo que hubiese sido el film sin la presencia de su marido: El 
primer actor que tuve en mente fue Pierre Richard, confesó la directora, 
preocupada por aclarar los tantos. Luego probé con otros, pero 
Jean-Luc insistió en hacer el papel. Yo no quería que lo hiciera, 
porque ya había actuado en mi film anterior, y además porque su 
nombre sería una carga difícil. Incluso podían acusarme 
de utilizarlo para promocionarme. Pero finalmente no encontré ninguna 
otra opción más adecuada. 
En un comienzo el texto de Después de la reconciliación iba a 
representarse en teatro. Pero enseguida descubrí que no es nada 
fácil poner algo en marcha en el mundo del teatro francés. En 
cambio, dada mi experiencia en el medio, sé cómo iniciar una producción 
cinematográfica aunque no tenga un franco en el bolsillo. Por lo tanto, 
adapté el texto para cine, un trabajo muy duro porque lo había 
escrito con la idea de que los cuatro personajes estaban presentes todo el tiempo 
en escena, explicó Mieville, que reconoció haber sido fuertemente 
influida por el libro La ceremonia del adiós, en cuya segunda parte Sartre 
y Simone de Beauvoir dialogan sobre problemas políticos y privados: Siempre 
pensé que su lenguaje era adulto y al mismo tiempo muy joven. Acusada 
en aquella conferencia del Festival de Sarlat de hacer un cine ajeno a los jóvenes, 
no fue Mieville sino su marido quien recogió el guante y contestó: 
Este film de Anne-Marie presenta la demanda urgente de ir a un lugar donde 
nadie ha estado antes. Un lugar señalado por el título: Después 
de la reconciliación. La gente joven ha vivido demasiado poco para haber 
estado en ese lugar. De hecho, gran parte de los adultos nunca ha estado allí 
tampoco. Hablo de ese lugar cuyo nombre no es la reunión o después 
de la discusión. Un lugar en el que hebreos y palestinos no se han encontrado 
en dos mil años. Por el momento uno sólo puede ir allí 
yendo al cine. Y yo sólo pude visitarlo como actor.
EL LLANTO 
DE JEAN-LUC
  Además 
de recitar todo el tiempo epigramas memorables, Godard no sólo se ríe 
como un niño en Después de la reconciliación. También 
llora, de una manera estremecedora. ¿Fue difícil esa escena?, 
le preguntaron los periodistas de Liberation. No, yo lloro muy fácilmente, 
fue la sorpresiva respuesta de Godard. Por lo general lloro por enojo. 
Lo más difícil fue una pequeña irreverencia de los técnicos, 
que al principio no se dieron cuenta de que estaba llorando. Y hubo que hacer 
otra toma. Mieville agregó con ironía que la idea era, justamente, 
que Godard se enojase. Y remató: Lo que sucedió es que había 
que hacer tiempo para cambiar el rollo. Según Godard, siempre 
hay un momento en que el profesionalismo se hace menos profesional, y ése 
es siempre el momento en que el actor actúa mejor. Pero llorar sólo 
fue difícil por eso. Se me puede hacer llorar sin mucho esfuerzo. Incluso 
usted puede hacerme llorar, si sabe desarrollar una discusión. Lo que 
se plantea aquí, creo, es ese tabú de la ficción cinematográfica, 
sobre el hombre que llora.
Envalentonada por el rapto confesional de su marido, Mieville fue aun más 
lejos: Conozco desde hace treinta años a Jean-Luc, y puedo asegurar 
que es un muy buen llorón. Llora tanto como yo. En el guión decía 
simplemente Robert llora pero Jean-Luc lo llevó tan lejos como pudo. 
El modo en que Mieville trata a su marido sorprende a los fans de Godard. Por 
ejemplo, fue ella quien le dijo a Jean-Luc que el guión original para 
Elogio del amor era flojo, y según bromeó Godard en una 
reciente nota para LExpress también suele decirle que le 
está llegando el Alzheimer. Esto es porque apenas pienso en un 
nombre cualquiera, se me va de la cabeza. Pero yo sé que no se ha ido 
realmente. Sólo se corrió a un costado. Si busco lo suficiente, 
vuelve a aparecer. Y, para tranquilizar a sus fieles, el autor de Sin 
aliento agrega: Tengo muchos recuerdos,luego de setenta años de 
vida. Podría hacer un buen film sirviéndome de mi memoria. Sólo 
que sería demasiado caro. Pero puedo imaginarme perfectamente a cada 
uno de los actores y de los extras disfrazados de sus personajes, esperando 
su momento para entrar en escena.
 
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