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Domingo, 10 de octubre de 2004

CINE 2

No se puede vivir del amor

Mezclando el documental y la ficción, cuatro directores debutantes indagan en una nueva comicidad para contar las historias de jóvenes parejas de hoy.

Por Cecilia Sosa

¿Cómo y por qué dos personas se enamoran? ¿En qué momento? ¿Cuándo comienzan a ser una pareja y cuándo comienzan a dejar de serlo? ¿Cuándo termina una relación, y cuándo debería terminar? Con estas preguntas, un cuarteto de directores debutantes –Alejandro Fadel, Martín Mauregui, Santiago Mitre, Juan Schnitman (los tres primeros de 23 años y el último de 24)– construyó un documental, una comedia romántica, una radiografía científica o todo junto a la vez, de una pareja (Pedro y Sofía o Luciano Cáceres y Leonora Balcarce) que se conoce, se enamora, decide convivir y después se separa.
Desde el flechazo a bordo de un Buquebús de regreso de Montevideo, al dramón de las últimas discusiones; del idilio casi cursi de las primeras salidas, al momento en que todo pero todo lo que hace el otro (incluso el ruidito al comer pochoclo) se transforma en tortura. Incluyendo lo que hacía cada uno en los minutos previos a conocerse y las veces que se cruzaron sin verse (en una playa en Necochea a los cinco años; en un recital adolescente y en un pasillo de hospital). Todo documentado con fotos, flechas, planos y hasta con pequeños cortos de animación, al mejor estilo Dr. Miroli, que explican los procesos químicos que hacen que dos personas se enamoren, se deseen y se dejen de gustar.
Pero cuando el ensayo amenaza en convertirse en una gran teoría sobre el amor, y el espectador ya manotea en las tinieblas el cuadernito para tomar apuntes, el film gira varias veces sobre sí mismo y abandona al público a sus propias preguntas, y en todo caso, a las múltiples contradicciones y balbuceos de sus personajes, que en pantalla parecen desdecir cada predicción.
Si el resultado es novedoso, lo que quedó oculto atrás de cámara no podría haber sido más invisible, original e inédito en el cine local: cuatro directores contando una única historia de amor (“También pensamos hacer una de Rod Stewart”), que nunca estuvieron juntos en el set, que nunca vieron el material del otro (aunque después confiesen que un poco espiaron), que no filmaron las partes que escribieron. Cuatro directores distintos y una única historia que parece haber sido contada por uno. Y para colmo, por fuera de toda burocracia y con el único aliento de los equipos de la Universidad del Cine y una cooperativa ad hoc formada entre técnicos y actores.
En la entrevista –un caos de interrupciones, gritos y burlas cruzadas– las tres cabezas del monstruo presentes (Schnitman, ausente con aviso), se desdicen de todo. Que ninguno se fue a vivir con su novia desde que comenzó el experimento (como dice el catálogo del Malba) pero que quedaba lindo ponerlo, que no es sólo una película generacional filmada por directores contemporáneos con sus personajes (¿O sí?, amenaza Martín). Que no es una película adolescente, sufrida, romántica, melancólica (“o sí ¿y qué?”). También cuentan que las novias (las verdaderas) se sintieron identificadas en alguna parte y que la defensa fue: “Eso lo escribió Martín. O Juan. O Alejandro”. Y aunque la novia en cuestión no haya salido convencida (“Seguro que le contaste”) que pasó, pasó. ¿Encuentro generacional? ¿Un documental sobre ellos mismos? Tal vez. “Lo interesante –señala el productor Mariano Llinás, el director de Balnearios– es que si hasta ahora el cine argentino había trabajado un tipo de comicidad que tenía más que ver con el grotesco, con el sainete, y las últimas generaciones horrorizadas llevaron el género a un modelo más Rejtman, donde los personajes ya no parecían tener ningún tipo de emoción, esta película genera un tipo de comicidad nuevo, más a la americana, en el buen sentido.”
La escena dedicada al sexo es, a todas luces, memorable: una única toma, en tiempo real y en un único plano. “Decidimos mostrarlo del modo más directo posible: una cogida en tiempo real era más efectiva que cualquierteorización”, dice alguien. (Nota al pie: es imposible descubrir en la grabación quién habla cada vez. No importa: ellos también juegan a eso).
Ahora, los directores juran que la identidad de la película pasa mucho menos por una definición del amor que por el instante en que decidieron filmarlo a ocho ojos. La promesa es hacer una segunda parte. Y contradecir la primera versión. O no. Con los mismos personajes. O con otros. No hay acuerdo. Pero juntos, diez años después, filmando el amor a los 30.

El amor (Primera parte) se proyecta todos
los sábados y domingos de octubre, a las 20, dentro del ciclo El film del mes del Malba,
Figueroa Alcorta 3415.

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