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Domingo, 28 de julio de 2002

ESCULTURA

Desde el jardín

El museo Casa de Yrurtia no alberga solamente obra del gran escultor responsable del Monumento al Trabajo y el mausoleo de Rivadavia. En el jardín del fondo, que supo ser un pastizal, se ha montado el Terreno de Arte Experimental, un espacio al aire libre curado por artistas en el que actualmente se expone la excelente Tres visiones, una realidad, un país.

 Por Laura Isola

El museo Casa de Yrurtia quedó atrapado por la dudosa modernización edilicia del barrio de Belgrano. La casona colonial que el escultor argentino Rogelio Yrurtia (1879-1950) diseñó y construyó para su vivienda funciona como museo desde 1949, albergando su obra y conservando mobiliario y pinturas de prestigiosos pintores argentinos contemporáneos suyos, y está literalmente cercada por los pretendidamente coquetos edificios de departamentos que señalan el estilo del barrio. Pero el museo se defiende y no es sólo un reducto nostálgico y memorioso sino que incorpora, a su modo, el paso del tiempo. La presencia misma de la obra de Rogelio Yrurtia, aun en su marcado corte clásico y realista, habla de una conciencia del artista sobre la importancia de la invención. Las piezas chicas que están en el interior del museo son buenos ejemplos de esto. Para ver lo mejor de este interesante escultor están los estudios y bocetos de las obras que no hacen más que enviar a los interesados a otros barrios de la ciudad: Plaza Miserere, donde descansa en lo alto el mausoleo de Bernardino Rivadavia; Paseo Colón e Independencia para apreciar la contundencia de Canto al trabajo; o la intersección de las calles Viamonte y Suipacha, donde se debe prestar atención al monumento a Manuel Dorrego. Es verdad que también el mejor Yrurtia está en el jardín de la casona, ya que entre los árboles se distinguen los bellos pugilistas que integran la obra Combate de box. Pero ni la apuesta por nuevas formas de expresión artísticas ni la visita al museo están terminadas si no se va hasta el mismísimo fondo de la casa, donde hay mucho para hablar sobre escultura.
Allí, en los confines que señalan las medianeras elevadas por las alturas de los edificios y perforadas por las ventanas en clara infracción al código, se deja ver el segundo ciclo de Terreno de Arte Experimental con la muestra Tres visiones, una realidad, un país, realizada por Oscar Stáffora, Guillermo Tazelaar y Raúl Fernández Olivi, con la curaduría de Claudia Aranovich. Este espacio contiguo al jardín, que supo ser un pastizal, se ha transformado gracias a la iniciativa de la directora del museo, Patricia Cangialosi, y las buenas ideas y el trabajo de Aranovich en una alternativa original para la escultura: “El Terreno de Arte Experimental es una iniciativa tendiente a estimular las búsquedas experimentales de las artes visuales, especialmente de las nuevas generaciones, y también el desarrollo en el terreno de nuevas ideas por parte de artistas reconocidos”, explica la curadora. Aranovich también es artista plástica y de esta manera combina y potencia ambas actividades: “Me interesa esta nueva tendencia que se da mucho en Europa de curadurías a cargo de artistas. Se trata de poder ver e interpretar el trabajo de mis colegas. En este caso había que ubicar obras muy grandes y lograr que cada una tuviera su lugar, sin tapar ni ser tapada”.
Los escultores Stáffora, Tazelaar y Fernández Olivi son los responsables de Máquina para construir utopías, El último que apague la luz y Campo argentino, respectivamente, obras pensadas y realizadas originariamente para este evento. Cada uno con lenguaje y materiales diferentes hizo un excelente uso del espacio. Estos tres conocidos escultores –Stáffora ganó el Primer Premio de Escultura Salón Nacional de Artes Plásticas, entre otros; Fernández Olivi es Primer Premio Salón Municipal y Tazelaar fue reconocido en la Décima Trienal de Arte Contemporáneo de Osaka– debieron lidiar, concreta y metafóricamente, con las imperfecciones del terreno. No fue fácil integrar las obras a la propuesta del espacio: la escala, la intemperie, las obras de Yrurtia en el frente y los edificios en el fondo transforman a este Terreno de Arte Experimental en un desafío. Además, los artistas tuvieron que plantearse temas como la indispensable sincronía y diálogo que se necesita para formar un grupo y conseguir, al mismo tiempo, destacarse como solistas. Desde el título se van perfilando estas nociones y ellos mismos se encargan de explicar el asunto: “Cuando comenzamos a trabajar en este proyecto, nos dimos cuenta de que teníamos la posibilidad de materializar tres visiones diferentes de una misma realidad”.
Así es como cada uno se hace cargo de su procedencia, sus materiales y su punto de vista. Mientras que Stáffora inventa una máquina enorme que ara la tierra del jardín e instala al escultor entre las delicadezas de un luthier y el vigor de un campesino, Fernández Olivi expone en la Gran Aldea, un secadero de cueros, la mítica institución de la llanura pampeana. Esta obra, resuelta con maestría y originalidad, habilita, según su propio autor, a una interpretación metafórica: “Es mi intención hablar de cosas que traspasan la imagen, como la falta de memoria, o el dejarnos secar al sol junto con nuestras conciencias, guardando sólo la imagen deteriorada de algo que ya no somos”. Por su parte, Tazelaar eligió el contraste: dos marcos, dos escaleras y dos parcelas de césped que se oponen por nuevos y deteriorados generan una lectura “simbólica de los marcos y de las idealizaciones de los que migran”, según su realizador. También el título de la muestra y el de cada una de las obras, sobre todo las de Stáffora y Tazelaar, subrayan el carácter político de la propuesta y la toma de posición “acerca de lo que está sucediendo”, como ellos mismos explican. Asimismo, Fernández Olivi elige, acertadamente, una variante discursiva indirecta y muy bien desarrollada, aunque no menos ideologizada. Lo que por suerte ninguno de los tres olvida es que el arte tiene su lenguaje propio y sus trabajos saben hablarlo.

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Arriba: Fernández Olivi, Campo argentino, 2002. Detalle. Abajo: Stáffora, Máquina para construir utopías, 2002.
 
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