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Domingo, 1 de septiembre de 2002

CINE

Ojos bien abiertos

Tras su magistral debut con Memento, Christopher Nolan se adentró en el peligroso negocio de dirigir a grandes actores para los grandes estudios. Haber conseguido las soberbias actuaciones que ofrecen Al Pacino y Robin Williams ya hubiese sido mérito suficiente. Pero Insomia, un thriller ambientado en un pueblo de Alaska donde el sol no se pone, es mucho más que eso.

 Por Mariana Enriquez

Christopher Nolan no podía repetir Memento. Películas como ésa se dirigen una vez en la vida: ¿cuál sería el próximo paso? ¿Un film narrado de abajo para arriba? Memento era original, barata, centrada en una idea tan brillante que se le disculpaban sus defectos. Y Christopher Nolan, un bocado para Hollywood, esa rara especie de director independiente que podía trasladarse a los estudios y dirigir películas “grandes”, es decir, un nuevo Steven Soderbergh, un nuevo Gus van Sant.
Sólo que Nolan, hasta el momento, es mucho más inteligente y digno que sus colegas. Noches blancas, la sucesora de Memento, no es Un romance peligroso (Soderbergh dirigiendo a George Clooney y Jennifer Lopez) ni Good Will Hunting (Van Sant dirigiendo a Robin Williams y Matt Damon), aunque sí tiene algo en común con aquellos primeros films taquilleros de talentos independientes: Clooney y Soderbergh producen Noches blancas, y Robin Williams es uno de los protagonistas. Nolan, en su primer coqueteo con la industria, logra algo tan complejo como narrar una trama de atrás para adelante: dirigir a tres ganadores del Oscar sin concederles nada, como si se tratara de actores novatos, y adaptar un film noruego (Insomnia, de Erik Skjoldbjaerg) manteniendo la austeridad y un clima decididamente oscuro.
El milagro de Nolan es contener a Pacino y a Williams. Pacino, como el detective Will Dormer, no grita, cosa que a esta altura y después de su desenfreno en El informante o Un domingo cualquiera es impactante. Después de mucho, demasiado tiempo, se puede reconocer al actor que fue Michael Corleone, Sérpico, Tony Montana: un actor capaz de encarnar un personaje amenazante, desencantado y seductor, todo al mismo tiempo. Williams, bajo las órdenes de Nolan, apenas sonríe. Sus clichés de payaso triste al borde de las lágrimas, su insoportable personaje falsamente versátil y chistoso, directamente no existen. Como Walter Finch, un escritor de novelas policiales que además es un asesino, Williams es despreciable, ansioso de atención, un pobre tipo. Tener en sus manos esos dos enormes egos, más la presión de los estudios, y lograr hacerlos actuar, sin divismos e interpretando a seres ambiguos y antipáticos, no debe haber sido tarea fácil, y por eso el mérito de Nolan es doble.
Noches blancas es un thriller psicológico enmarcado en un escenario de naturaleza bella y hostil, como El resplandor de Stanley Kubrick o la más reciente Código de honor de Sean Penn. Will Dormer (Al Pacino), un detective veterano de Los Angeles, llega junto a su compañero, Hap (Martin Donovan) a un perdido pueblo de Alaska, Nightmute, a investigar el crimen de una adolescente. En casa, su legajo está bajo la lupa de Asuntos Internos. Su compañero, aparentemente, es uno de los informantes. Así que Dormer llega al inhóspito norte sabiendo que, tarde o temprano, su carrera como policía está terminada. Ni bien comienza a investigar el crimen, se entera de unas de las peculiaridades del pueblo en el Círculo Polar Artico: el sol no se pone en seis meses, por la latitud, y la claridad continua puede enloquecer al más duro.
Will Dormer, en su habitación de hotel, no puede dormir. Pero no es el insomnio el tema del film, como lo era la memoria en Memento. Es la claridad implacable. Cuando Dormer y los policías locales finalmente dan con el asesino, deben perseguirlo en una playa de rocas. En la persecución, por primera vez, falla la hasta entonces infalible luz: la playa está invadida por la niebla, y el asesino escapa. Dormer cree verlo, entre la bruma, y dispara; pero el que recibe la bala es su compañero, Hap, el que iba a denunciarlo allá en Los Angeles. ¿Dormer disparó a propósito? ¿Lo confundió realmente la niebla? ¿Lo traicionaron sus ojos enrojecidos por la falta de sueño? ¿O lo mató para sacarse de encima un obstáculo y ahora su conciencia lo tortura? No está claro.
El asesino (Williams) vio el asesinato. Y comenzará a llamar a Dormer por teléfono, a chantajearlo, y tratará de convencerlo. Hay que encubrir los dos crímenes, ahora, le dice. Hay que ocultar huellas, plantar pruebas falsas, desviar miradas. ¿Pero cómo hacerlo, con tanta luz? Dormer nopuede esconderse a plena luz del día: en una escena particularmente inteligente, se lo ve vagando por las calles ferozmente iluminadas del pueblo, pero desiertas, porque es de madrugada, tratando de ocultar un arma. Es una escena pensada para desarrollarse al cobijo de la oscuridad: la luz desorienta tanto al espectador como a Dormer. El escenario de las noches blancas es alegórico: lo revela todo, cuando los dos culpables luchan por no revelar nada. La idea puede ser bastante rudimentaria pero, para las módicas ambiciones de Hollywood, es casi insólito que un thriller se ocupe de temas como la culpa, la ambigüedad moral y la esquiva verdad.
Por supuesto, esto sigue siendo Hollywood. Hay tiroteos innecesarios, hay salvataje moral y un final redentor con frases hechas que dan vergüenza ajena, el personaje de Pacino se llama Dormer y la pequeña ciudad polar Nightmute, para reforzar la temática insomne/nocturna, la novata Ellie (Hilary Swank) planteada como el personaje puro en contraste con el desgastado (moral y físicamente) Dormer es una obviedad, el crimen en la ciudad cercana al polo recuerda al de Laura Palmer en Twin Peaks, y las objeciones pueden seguir. Pero por cada persecución tonta, hay una notable (cuando Dormer persigue a Finch por sobre unos troncos flotantes, siempre a punto de perder pie, por ejemplo), y cuando la metáfora luz/conciencia llega a la saturación, Nolan se las arregla para girar el timón y sorprender: que Robin Williams aparezca en la pantalla cuando uno ya ha olvidado que estaba en los créditos demuestra qué bien maneja Nolan el suspenso. Es exagerado comparar a Nolan con sus más obvios referentes, Alfred Hitchcock y David Lynch, pero al menos el director inglés tiene la ambición de poder compartir el podio algún día. En un Hollywood mediocre y complaciente, eso alcanza para tenerlo muy en cuenta.

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