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Domingo, 8 de septiembre de 2002

TELEVISIóN

La lección de anatomía

Está claro que lo nuevo en reality show es “la gente común”. Pero entre tanto aspirante a crack de fútbol y a estrellita pop, los participantes de Fantasías aspiran a mucho menos: explican por qué y cómo quieren posar desnudos para los fotógrafos Rocca-Cherniavsky, hacen el portfolio y se vuelven a su casa. Pero en el centro de algo tan sencillo, parece anidar el secreto de cada uno: ¿apenas quieren dejar de ser quienes son por un rato o aspiran a ser, por una vez, ellos mismos?

 Por Claudio Zeiger

La nueva andanada de realities que desembarcó en la TV o está por hacerlo en el último segmento del año hace hincapié en que se trata de los realities de la gente común. Traducción: no la que necesariamente quiere obtener una fama perdurable, para los próximos años y en lo posible con un programa propio en la tele o un futuro de crack en España, sino una fama aleatoria, de reconocimiento inmediato en la calle y en el entorno familiar; hacerse famoso por un día, pagarse el casamiento, hacerse un viajecito... no mucho más. Una especie de fama express, para decirlo con un término de candente actualidad. O los quince minutos de fama, para decirlo con una fórmula ya clásica. Podría afirmarse que, en definitiva, estos realities apuntan a una camada de participantes de bajas pretensiones, totalmente acorde a los bajos presupuestos de la devaluada televisión de estos tiempos.
De las diversas opciones en juego, llama la atención Fantasías (Canal 13 a las 22), en el que la competencia pasa por la confrontación de los portfolios de los fotógrafos de moda Gabriel Rocca y Andy Cherniavsky. Tal como lo promocionan, se trata de los portfolios de la gente común. ¿De qué se trata exactamente? Los participantes, como reza la propaganda de un centro de cirugías estéticas, traen el cuerpo que tienen y se llevan el cuerpo que quieren. Nada más que no se lo llevan para siempre, sino que ese cuerpo quedará atrapado en un video de estética fashion, medidamente transgresora y sugerente. Después, vuelven a ser lo que son: un alma común atrapada en un cuerpo común. Entre el comienzo y el final, consuman la experiencia de pasaje, de la iniciación al arte de la imagen y las técnicas del desnudo.
Los participantes son seleccionados según los dictados e intuiciones de un equipo compuesto por los fotógrafos y un productor. De ocho postulantes por programa, se seleccionan cuatro portfolios. El programa consiste en ver pasar ante nuestros ojos el proceso de transformación. El participante da rienda suelta a su fantasía, sus pretensiones y motivaciones para desnudarse. Luego, si queda elegido, se convierte en otro; en la fantasía. Luego vuelve a la vida y cuenta cómo vivió la experiencia y explica por qué el público (que elige a su favorito vía Internet, y según se vio en las primeras emisiones, es un factor más bien fantasmal) debería votarlo.
Eso es todo. Los que van quedando, irán a una ronda final y participarán por un viaje, un auto y otros premios. ¿Qué es lo que llama la atención en Fantasías, más allá del voyeurismo obvio de ver desnudos casi totales y lindos, feos, bizarros, cachondos, musculosos, pulposos, blancos, morochos, en color o blanco y negro? Lo que más llama la atención fue ver gente que puede expresar sus deseos en forma individual, es decir, no “siendo hablados” por los discursos preformateados y homogéneos como sucede tan penosamente en Camino a la gloria (donde se repitió al infinito la frase de papá o mamá sobre el futuro Saviola: “El fútbol es todo para él”) y Popstars (donde también se dice hasta el hartazgo: “Vine para cumplir un sueño”).
En Fantasías, las fantasías son, al menos, individuales, diferentes de uno a otro, y en su variedad bizarra, entretienen. Y, por ende, los discursos de los participantes son también variados, bizarros y divertidos (lo que no quita que cuando llega el momento de contar la experiencia posdesnudo, todos los discursos tienden una vez más a homogeneizarse bajo la idea común de haberse sentido “muy contenido/a, muy cuidado/a”, pero bueno, así será).
A propósito de la experiencia central por la que transitan los participantes, hay un interesante contrapunto entre dos interpretaciones que esboza la “gente común” a la hora de decir lo que cree que les va a suceder cuando alcancen el núcleo quemante, la brasa caliente de la experiencia: el desnudo. Desnudarse, desnudarse en cámara, desnudarse frente al público, y más específicamente frente a la familia, los amigos, los compañeros de trabajo, con un sombrero tapando los genitales como en típicos los portfolios de Rocca-Cherniavsky en el programa de Repetto; ocon los pechos al aire retozando en un campo; o embadurnados de barro. Todas esas variables del desnudo vienen a plantear dos posibilidades: o nos volvemos más auténticos o nos convertimos en otro.
¿El desnudo nos vuelve más esenciales, más nosotros mismos, o por el contrario nos convierte en ese sujeto fantaseado como un doble de cuerpo, de riesgo, como la piel de otra personalidad más audaz, más sensible, más? Por lo que se ha podido ver hasta ahora en Fantasías, lo más conmovedor de la experiencia es que –gracias al maquillaje, el disfraz y finalmente la estética contenida de Rocca-Cherniavsky (la transgresión bajo control de Rocca Cherniavsky)–, las personas suelen rozar el centro de esas dos sensaciones contrapuestas al mismo tiempo: mientras nos convertimos en ese otro que luego veremos en la pantalla de la televisión, más auténticos nos sentimos. Ese es el núcleo de la expresión “cumplir la fantasía”. Claro que no faltó el participante consciente de quedar al borde de la contradicción: el animador de fiestitas infantiles, en apariencia muy naïf, a la hora del desnudo perdió toda su supuesta inocencia y fue capaz de hacer lo suyo como si fuera un experto stripper. Después, consciente de que podía perder trabajos como animador (¡debajo del disfraz de Pantera Rosa hay un potencial sexópata!), buscó una justificación. “Tienen que entender que es una faceta más de la actuación”. No sonó muy convencido.
La primera parte del programa, la parte hablada, pone en palabras los deseos imaginarios de la gente desnuda: “salir de la rutina”; “mostrarme”; “salir de lo normal”; “transgredir lo normal”; y, desde luego, “ser más uno mismo” y “ser otro”. Muy pocos han reconocido el feroz deseo de exhibirse, el descarado narcisismo, el cabal convencimiento de tener un físico que una vez que se exhiba se descubrirá al mundo en todo su esplendor. Luego viene la parte actuada, y entonces, se sabe, mueren las palabras. Ahí, efectivamente, se hace carne la consigna de ser más uno mismo siendo el otro (el disfrazado, el desnudado). En los tramos finales, en la parte reflexiva, todos los participantes coinciden en el gesto un tanto anémico, en la actitud de haber sido como vaciados. Como si les hubieran fotografiado, más que el cuerpo, el alma.

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