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Domingo, 8 de septiembre de 2002

HISTORIETA

Mundo interior

Nostálgico del comic, Luis Felipe Noé se dio el gusto. Se asoció con el joven dibujante Nahuel Rando y juntos tradujeron al idioma gráfico una novela de aventuras llamada Códice Rompecabezas sobre Recontrapoder en Cajón desastre, que Noé había publicado en 1974, cuando la Argentina empezaba a arder. El fruto de esa sociedad –Las aventuras de Recontrapoder, el libro que Ediciones de La Flor publicará antes de fin de año– es una experiencia plástica singular, que sobresalta las reglas de la historieta para ponerse a la altura (según sus autores) del más ilustre de sus modelos, El eternauta de Oesterheld.

por Lautaro Ortiz

Buenos Aires, junio de 1974. El joven Adrián Nevares está parado en su habitación, frente al espejo que sólo le devuelve la imagen de una masa corporal deforme: allí donde deberían estar las piernas, está el tórax; donde deberían estar los brazos, está su sexo. Su cuerpo es un rompecabezas de músculos, huesos y nervios. Al igual que la Argentina de esos años, el interior del personaje también es un caos: nada está donde debería. La única forma de recrearse es ser Dios, es decir: Recontrapoder.
En su intento por reconstruirse, Nevares emprende una larga aventura interna y se encuentra cara a cara con sus mitos interiores: la razón, personificada por Paradoja-Capicúa, que analiza al derecho y al revés los elementos de su pensamiento; el Hijo de la Pavota, que simboliza su infancia; la sacerdotisa Soledad, que lo hace elegir entre “la soledad que se tiene consigo mismo” o “la soledad que se tiene con su propio cuerpo”; la memoria, Cristo, la locura, la muerte y la tierra, entre otros. Durante todo su viaje iniciático, el protagonista es vigilado por una nube en bicicleta que representa la Duda. Éstos son algunos de los guías espirituales que acompañarán a Nevares a lo largo de su proceso de autodeificación. Finalmente, las enseñanzas le indican que la única manera de ser Creador es convertirse en Pueblo. Entones Adrián Nevares abandona su propio interior y se disuelve en el Gran Exterior: la temible realidad de la Argentina años ‘70.
Autobiográfica, como toda la obra de Felipe Noé (1933), la historia de Recontrapoder responde con fidelidad a ese universo del pintor en el que formas y figuras fragmentadas luchan por convertirse en imágenes a fuerza de trazos violentos. Humor, ironía y denuncia son parte del mundo creador de Noé, que se ha ido construyendo desde su participación, en los años 60, en el Movimiento Neofigurativo (junto a Ernesto Deira, Rómulo Macció y Jorge de la Vega) hasta sus últimas exposiciones.
El origen del relato de Recontrapoder se remonta a los años ‘70, cuando el pintor regresó al país luego de una larga estadía en Nueva York, tras haber obtenido la Beca Guggenheim. Por aquel entonces, Noé atravesaba un período de crisis artística: “Eran otros tiempos, no podía pintar”, dice. “Estaba leyendo Ideas fundamentales del arte prehispánico en México, de Paul Westhein, y me metí de lleno en la relación imagen-historia, dibujo-texto y en la estructura de los Códices Sagrados. Se me ocurrió entonces hacer un relato interior, como si fuese el nacimiento de alguien que se autodeifica, que quiere recrear el mundo a su medida. Eso era lo que sentía mientras el país comenzaba a incendiarse”. De ese estado nació una novela titulada Códice Rompecabezas sobre Recontrapoder en Cajón desastre, que en 1974 editó Ediciones de la Flor y que es la base de este trabajo. “El libro no tuvo críticas en contra ni a favor: no tuvo críticas”, explica Noé: “en verdad no existió. La gente decía: ‘¿Cómo un pintor va a escribir? La novela debe ser un plomo’. La verdad es que es un texto muy extraño, difícil de entrar por su humor y por su estructura. Y cuando tuve que definir los personajes interiores de Adrián Nevares, en lugar de describirlos opté por dibujarlos. Terminó siendo un libro muy ‘imaginado’, es decir: lleno de imágenes”.
A pesar del silencio de la crítica, la novela significó para Noé la posibilidad de volver a crear. En 1975 expuso la serie La naturaleza y los mitos, donde figuraban algunos de los personajes esbozados en el libro. “Tal vez por eso he sentido que el destino que merecía esta obra era otro... Convertirse en historieta”. Un proyecto que Noé incubó durante mucho tiempo en su cabeza: “Pasó un período de olvido”, recuerda; “después apareció un joven que se propuso hacer una película a partir del libro; otra estudiante lo utilizó para hacer un trabajo universitario sobre la relación entre dibujo y texto; unas jóvenes rosarinas me hablaron para adaptarlo al teatro de títeres y una revista de Costa Rica hasta lopublicó por entregas. Con Gustavo Charif (escritor, cineasta y pintor) escribimos una adaptación cinematográfica para una película que él deseaba dirigir y que nunca se concretó. Esa adaptación fue el punto de partida del proyecto de esta historieta: el guión hacía referencia a una realidad concreta, mientras que la novela, inspirada en la estructura de los códigos sagrados, no”.
Una vez asumido el riesgo, Noé convocó a Nahuel Rando, un veinteañero que había realizado algunos fanzines como La quimera y La sexta edición y dos cortos de animación: Casimiro y El inivisor. “Un día”, cuenta Rando, “acompañé a mi madre hasta el taller de pintura donde estudiaba con Noé. Llevé una carpeta con mis dibujos y le propuse que los viera. Llegué en el momento justo, cuando Noé tenía decidido encarar este proyecto. Finalmente me propuso hacer el libro”.

Del texto al trazo Amante de revistas como El Tony e Intervalo, Noé tiene una relación con la historieta que arranca desde la infancia (“Con mi hermana nos peleábamos mucho por leer las revistas que traía mi padre”) y continúa a lo largo de toda su carrera. “Siempre tuve cierta nostalgia de hacer comics”, dice, mientras se declara admirador de los trabajos del dibujante Alberto Breccia y del guionista y escritor Héctor Oesterheld; sobre todo del legendario El Eternauta. “Hace muchos años había pensado en hacer una historieta ortodoxa; incluso pensé en ilustrar Gargantúa y Pantagruel de Rabelais. Así que la idea siempre estuvo como una posibilidad, y por eso me encantó hacer este trabajo. No puedo asegurar que no lo vuelva a intentar.”
En el 2000, cuando Noé y Rando encararon Recontrapoder, “sabíamos que el trabajo iba ser muy complicado, porque los tiempos de este género son muy distintos a los de la pintura o la literatura. Empezando por la labor: una historieta exige una tarea colectiva, casi no hay creación individual. Al poco tiempo de empezar con Nahuel, me di cuenta de que necesitaba trabajar en equipo y dialogar con él acerca de cómo presentar tal o cual secuencia. Comprendí también que la historieta no tiene límites: todo puede caber en un cuadro. Pero a la vez no es algo tan fácil. Por otro lado, algunos creen que el género se reduce a tener la idea de un relato y saber dibujar. En realidad son muchas otras cosas. Fijate que la historieta Argentina viene ganando en lo visual, en el dibujo, pero se ha empobrecido en el guión. Oesterheld, antes que guionista, era escritor”.
Puesto que ya había un trabajo individual previo, Noé y Rando se pusieron a desglosar la novela. “La historieta sigue al libro con la máxima fidelidad posible; las diferencias más importantes tienen que ver con que el formato cómic entra principalmente por los ojos, lo que ayuda, creo, a entender el sentido del texto, eso mismo que no fue comprendido en su totalidad cuando se editó. La historia se enriqueció con la imagen; creo que la imagen siempre abre puertas a otros mundos. La ventaja del cómic es que tiene a su favor dos lenguajes que le hablan simultáneamente al lector. Quizá se hayan perdido algunos desarrollos que podrían exponerse con mayor detalle en la literatura, pero sólo fueron unas pocas situaciones. En todo lo demás, la historieta ganó.”
El cambio más importante entre la novela y la versión comic es el final: “En el texto hay, luego del capítulo 10, un epílogo al margen de Recontrapoder, donde se imaginan los múltiples desenlaces posibles que pudo tener Adrián Nevares. Esto era en 1974, la época en que escribí el libro. Luego vinieron los tiempos siniestros de la dictadura militar. Teniendo en cuenta esto, bastaba sólo un cuadro final para relatar cómo había terminado la vida del joven”, explica el pintor.
Tanto Noé como Rando sostienen que la diferencia generacional entre ambos les jugó a favor: “Intervinimos en proporciones iguales: trabajábamos los dos cada dibujo, y después nos dividíamos los cuadros conun criterio muy raro. El toque objetivo lo puso Nahuel; lo subjetivo corrió por mi cuenta. Pero esto no siempre se respetó. En algunas viñetas llegamos a una especie de síntesis, y a la gente le va a resultar difícil reconocer a quién pertenece la ilustración”.
Por su parte, Rando confiesa que “en un principio me daba temor tocar los dibujos que había hecho Noé. Pero con el tiempo me di cuenta de que lo importante era el resultado. De un período de respeto pasé a lograr un entendimiento total con Felipe. Y casi llegando al final del trabajo sentí que la historieta me superaba; a los dos nos pasó lo mismo. Por suerte se creó una química tan fuerte que pudimos combinar las dos líneas de pensamiento. Hay que pensar que Noé tiene un mundo construido y fortalecido en la pintura, y yo recién empiezo y nunca me aparté del lenguaje comic”.
Para el pintor, el salto de la literatura a la historieta fue el proceso más difícil: “El cómic tiene estructuras básicas: la presentación del personaje, su aventura, el espacio-tiempo donde acontece la historia. Todo eso lo tuvimos que trabajar, ya que no estaba determinado en el libro. Lo primero fue darle cuerpo a Adrián Nevares, que en el texto apenas si aparecía esbozado. Hicimos muchas pruebas, hasta que decidimos que el personaje no tuviera rostro. Es como una sombra. Pero la decisión responde a la historia: nadie sabe qué fue de su vida, y nadie recuerda tampoco su cara. La historia de Nevares es similar a la de muchos argentinos, sobre todo a partir de 1976. Por eso tuvimos que presentar al protagonista en el primer cuadro y ubicarlo en el tiempo: Buenos Aires, 17 de junio de 1974. Como en el texto todo era muy subjetivo, decidimos ponernos a trabajar en la objetividad, y en esto fue fundamental el trabajo en equipo”.
Rando insiste en que esta historieta difiere del cómic tradicional argentino: “No sólo en la manera de trabajar, sino en el hecho de que la historia está casi contada en imágenes: la trama se sostiene más por los dibujos que por lo que pueda explicar el texto. Partimos, sí, de algunas estructuras generales del cómic, pero todo es muy distinto. El guión y los dibujos rompen con la historieta tradicional. Por eso, me arriesgaría a decir que este trabajo va a ser un hito en la historieta argentina”

La imaginación al recontrapoder Las aventuras de Recontrapoder es mucho más que una historieta hecha por un pintor. Es la recuperación y revalorización de un género que no sólo ha perdido público sino también presencia. Es el rescate de un diálogo con los grandes cultores: Héctor Oesterheld, Eugenio Zoppi, Horacio Lalia y Alberto Breccia (entre otros), que de los años 50 en adelante le dieron identidad a la historieta Argentina. “Son pocos los trabajos de cómic que se ven en el país”, señala Rando. “Quizás éste sirva para recobrar el tiempo perdido.” Lo cierto es que actualmente hay sólo una editorial nacional de historietas cuyos productos se venden en los kioscos de diarios. “A pesar de la falta de apoyo editorial y del copamiento del mercado por los comics japoneses y norteamericanos”, reflexiona Rando, “en Argentina se está trabajando mucho. Lo que sucede es que se perdió un poco la imaginación, y la historieta, además, se convirtió en un género de culto y se apartó de lo popular. Yo mismo, que estoy metido en el tema, a veces me aburro de la historieta argentina, quizá porque no ha habido mayores renovaciones en la temática que aborda. No creo que se haya perdido el interés del público; creo que las historias no responden a lo que la gente quiere leer. Además, Recontrapoder no está solamente dirigido a un lector de cómics, sino a todo lector que se apasione con los relatos de aventuras, el humor y, sobre todo, la imaginación. Mientras trabajábamos, yo me daba cuenta de que estábamos haciendo algo tan importante como El Eternauta. Siempre hablábamos con Noé de ese libro. Y creo que Las Aventuras de Recontrapoder está a su altura”.

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