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Domingo, 26 de septiembre de 2010

American Alien

En 1985, con apenas 21 años, Bret Easton Ellis publicó Menos que cero y se convirtió en el retratista más feroz de la clase alta norteamericana. Niños ricos de Los Angeles entregados a bacanales de droga y desasosiego, asistiendo entumecidos a orgías de sexo y violencia, dilapidando fortunas sin fin al amparo de las reaganomics, reflejaban el vacío moral de la potencia a punto de ganar la Guerra Fría. Desde entonces, Ellis no ha aflojado el pulso de su bisturí sobre el cuerpo americano: lo trasladó a la Costa Este con Las leyes de la atracción, lo hundió hasta el fondo en American Psycho, lo llevó a la aristocracia de la belleza con Glamorama y hasta se lo clavó a él mismo en Lunar Park. Ahora, nuevamente instalado en Los Angeles, vuelve a la ciudad con Suites imperiales, la secuela de Menos que cero, que se publica esta semana, en la que reencuentra a aquellos personajes 25 años después. Y el panorama no ha mejorado demasiado.

 Por Rodrigo Fresán

Aunque ustedes no lo crean: el escritor que convoca vía tweet a festejar la muerte de J. D. Salinger y el espectador que rompe a llorar frente a la pantalla de Toy Story 3 son la misma persona: Bret Easton Ellis. Alguna vez enfant terrible de las letras norteamericanas y hoy autor de un escandaloso clásico moderno llamado American Psycho, Ellis ha decidido celebrar su cuarto de siglo en sísmica actividad volviendo a los orígenes. Así, Suites imperiales es una réplica y onda expansiva de Menos que cero y, al mismo tiempo, para él, un volver a empezar.

¿Estaba ya en sus fantasías, hace veinticinco años, reencontrarse con los jóvenes perdidos de Menos que cero?

–El libro es algo así como una sorpresa –dice Ellis–. Un nuevo principio en más de un sentido aunque, paradójicamente, remita directamente a mi debut como novelista. Una nueva dirección. Aunque esto no haya sido algo calculado. No soy del tipo de escritor que traza un mapa o plantea una estrategia y luego lo sigue. Escribo lo que siento. Lo que no quiere decir que, una vez decidido el tema y trama o tono del libro, no lo planifique cuidadosamente antes de plantarme frente a la computadora. Tenía perfectamente claro cuál sería la primera oración y cuál sería la última y las cosas que ocurrirían entre una y otra. Lo que no puedo –y no me interesa controlar– es la idea para una novela. De dónde viene y por qué.

Lo que, supongo, no le impedirá precisar unas mínimas coordenadas en cuanto a la génesis del asunto...

–Digamos que no soy uno de esos escritores pragmáticos. Tampoco soy uno de esos escritores, como Chuck Palahniuk, que sienten la necesidad de publicar todos los años. Yo me tomo mi tiempo. Varios años. Y el libro acaba siendo una especie de espejo más o menos deformante de lo que ocurre en mi vida mientras lo escribo. Empecé con Suites imperiales y me mudé de Nueva York a Los Angeles para trabajar en una película. La experiencia resultó ser un desastre. De pronto, estaba rodeado de mucha gente que me mentía. Y me puse muy paranoico. Y me puse a leer de nuevo a Raymond Chandler. Los Angeles nunca se me hizo tan solitaria como entonces. Y tuve una relación con alguien muy inestable. Y fue una época espantosa. Pero, como siempre, todo eso me llevó a escribir acerca de lo que me pasaba. No como crónica sino como reflexión emocional, como estado de mente. Y nada se pierde y todo se transforma y –presto– resulta que Clay, mi viejo personaje, era guionista de cine.

Supongo que esto significa que no se ve a sí mismo, dentro de otros veinticinco años, escribiendo una continuación de Suites imperiales con un Clay casi septuagenario.

–No. Es decir: no puedo imaginármelo desde el aquí y el ahora.

Lo pregunto porque pienso que el tema de Menos que cero era ser joven durante los ‘80 mientras que el tema de Suites imperiales es ya no ser tan joven aquí y ahora. La edad aparece en todos sus libros como factor decisivo y en Suites imperiales Clay se define como “adolescente viejo”.

–Puede ser... Aunque el tema de envejecer no es algo que me interese. Es como hablar del clima: todo el mundo lo hace, todos envejecemos. Pero sí es verdad que en todos mis libros los protagonistas tienen la edad que tengo yo mientras los escribo. Dieciocho o diecinueve años en Menos que cero. Patrick Bateman tiene veinte y algo en American Psycho. Treinta años en Glamorama. Lunar Park es la frontera con los cuarenta... En realidad, si hay que pensar en un tema para Suites imperiales... en realidad hay que definirlo en términos de estilo y género: Chandler, la novela de Hollywood, el Los Angeles noir y la adicción a cierto tipo de narcisismo inseparable del mundo del cine.

De ahí el tránsito natural de Clay hacia las películas.

–Clay, con todos sus problemas es un romántico. Y también es un masoquista. La capacidad de amar está siempre ligada a la voluntad de sufrir amando. Volviendo a lo de antes: no me interesaba la idea de un Clay más viejo. Sí me interesaba en lo que Clay se había convertido habiendo sido educado en el ambiente lujoso y permisivo de Menos que cero. Me interesaba su personalidad, no sus arrugas. Y, sobre todo, me interesaba saber qué pensaba Clay acerca de cómo habían salido las cosas. Y así, de algún modo, supe que Clay era ahora un guionista de cine.

Y sabe cómo es Ellis. Es decir: ¿existe un Personaje Easton Ellis o un Lector Ellis? ¿Le preocupa el cómo se lo ve desde afuera?

–Nada me interesa menos. Pero tal vez esto suene un poco brusco así que intentaré explicarme... Por un lado, el lector no tiene nada que ver con la construcción de un libro. Yo escribo el libro porque quiero escribirlo y porque significa algo para mí: yo descubro y hasta corrijo cosas sobre mi persona mientras estoy ahí dentro. Es decir: soy un novelista. Y eso es algo que sucede solamente entre la novela y yo. No tienen nada que ver mi agente o mi editor o mi mejor amigo o, mucho menos, mis lectores. Empieza y termina en mí. Por y para eso escribo. Porque me gusta y me sirve estar en esa situación. En absoluto pienso en las reacciones de segundos y terceros.

Pero el público o los lectores siempre suelen esperar algo de usted.

–Sí, y me divierte mucho que la gente piense que yo intento escandalizarlos con mis libros. Esa idea de que soy una especie de provocateur que tiene que vivir todo eso para recién después ponerlo por escrito. Y no es así en absoluto. Hay lugares a los que sólo voy en mis ficciones. Lugares muy oscuros a los que ni se me ocurre ir más allá de mi teclado. De ahí que siempre me extrañe ser considerado “el chico malo de la literatura norteamericana” o “el príncipe oscuro de las letras de Estados Unidos”. No hay problema si les resulta cómodo verme así. Pero yo jamás tuve ni tengo la intención o tentación de ganarme ese título.

O sea que está cansado de la idea de Ellis como personaje de Ellis.

–Sí. O no. Es decir... Ya son veinticinco años viviendo con eso; así que me he acostumbrado a ser una especie de marca. A que la gente diga “ayer tuve una noche muy Bret Easton Ellis”. En cualquier caso, el que tus ficciones sean el referente automático para una determinada situación o estado de ánimo no deja de ser una suerte de elogio.

La obra como definición...

–Así es. No está mal el que tu apellido salga en conversaciones como referente y que la gente entienda de inmediato qué significa. No deja de ser una etiqueta reconocible. Dicho esto, repetiré lo que digo siempre: mi vida no es tan agitada y mientras todos andan por allí teniendo “noches muy Bret Easton Ellis” lo cierto es que Bret Easton Ellis está en su casa, solo, viendo televisión.

¿Y qué hay de esa otra etiqueta, “escritor generacional”?

–Puro y completo accidente. Con Menos que cero lo que hice fue nada más escribir una novela sobre la alienación que yo sentía siendo un adolescente en Los Angeles. Empecé esa novela mientras estaba en el bachillerato y jamás pensé que sería publicada. La empecé como un diario íntimo, un lugar donde descargarme. Y en algún momento mutó a novela y se editó; pero yo no pensaba nada más que en mis amigos como posibles lectores. Resulta que la leyó bastante más gente y me convertí en escritor generacional. No hay problema. Pero no fue algo calculado.

Y luego American Psycho, clásico moderno y una de las novelas más trascendentes de la segunda mitad del siglo XX...

–Bueno, gracias... pero de nuevo... Mirá, recién ahora me siento cómodo y sincero hablando sobre American Psycho. Cuando salió, con todo el escándalo, yo repetí una y otra vez, a modo de defensa, que era una novela satírica o una denuncia virulenta que se reía de o condenaba al universo de Wall Street, de los yuppies y sus excesos. Pero lo cierto es que se trata de algo mucho más personal.

¿American Psycho c’est moi?

–Algo así. Es una novela sobre mi soledad, mi alienación, mi dolor, mi frustración por convertirme en un hombre dentro de una sociedad que me resultaba tan atractiva como repulsiva. Un sitio en el que quería encajar pero al mismo tiempo me daba tantas ganas de vomitar.

¿Habrá American Psycho II?

–Definitivamente no.

¿Piensa que, a su manera, Clay padece la misma “enfermedad” que Patrick Bateman? ¿Es otro american psycho o un american paranoid?

–Mmmmmm... No suelo responder a ese tipo de preguntas porque me suenan a material para tesis universitaria. No pienso en mi obra a ese nivel. No diagnostico. Aunque te podría inventar en el acto un buen puñado de ideas literarias. Pero me niego a eso. Ya que estamos: ¿a vos qué te parece? ¿Padecen el mismo virus?

Me parece que no.

–Ok. Me alegra que pienses eso... Así que no era una duda tuya sino curiosidad acerca de lo que yo pensaba.

Sí.

–Y te vas a quedar con la curiosidad, ja.

¿Me quedaré también con la curiosidad de cuál fue el disparador de Suites imperiales?

–La idea de Suites imperiales no es algo nuevo. Pensé por primera vez en una secuela de Menos que cero mientras estaba metido en Lunar Park. Y releí entonces mi primera novela, porque el protagonista de Lunar Park es un escritor llamado Bret Easton Ellis. Una exageración de Bret Easton Ellis. Y, para redondearlo como personaje, necesitaba volver a leer aquello que lo había convertido en Bret Easton Ellis a los ojos de los lectores y, me temo, del público en general. Y releyendo Menos que cero fue inevitable para mí pensar “¿En qué andarán Clay y sus amigos por estos días?”

Y, una vez lanzado, ¿qué es lo que ocurre? ¿Cómo trabaja?

–Yo siempre sigo dos pasos a la hora de escribir una novela. Primero me encargo de lo que yo llamo la parte emocional: decidir qué les va a pasar a los personajes y cómo les afectará eso que les ocurre, cómo se expresan, cómo piensan. Y después viene la parte técnica. Y tanto en una como en otra parte, lo importante es no tener miedo. Y tener claro que escribir es divertido. Algo excitante que te puede llevar a sitios en los que nunca estuviste y en los que, de pronto, estás viviendo y donde vas a pasar un tiempo largo. Para mí no hay momento de mayor felicidad que cuando se me ocurre la idea de un libro. De pronto tengo un sentido, una dirección, algo que me saca de las miserias del mundo. Y tiene su gracia: porque mis novelas a menudo surgen a partir del dolor y la confusión y la pérdida. Y tratan sobre todo eso. Pero yo soy tan feliz poniendo todo eso por escrito...

¿La ficción como catarsis de la no-ficción?

–No, como drama. La novela surge del drama y uno escribe sobre momentos tristes para averiguar cómo fue que te pasó o sentiste todo aquello. Pero el acto de la escritura en sí es para mí la felicidad absoluta. Todo esto para decir que me gusta mucho escribir.

Y aun así no le gusta sentirse un escritor entre escritores.

–No me siento parte de ningún gremio o hermandad. Soy completamente ajeno a todo paisaje literario. Soy una especie de alien. Y no tengo ningún problema con ello. Si muchos consideran a Chuck Palahniuk como mi aprendiz, bueno, está claro que el aprendiz ha tenido mucho más éxito que el maestro, ja. Vende más que yo y es más popular y supongo que la gente tiende a ponernos el rótulo de “transgresores” aunque seamos escritores completamente distintos. Conozco a Chuck y jamás conversamos acerca de mi posible influencia en lo suyo. Una cosa es cierta: el tratamiento que se me da como escritor no es el mismo que el que reciben Michael Chabon o Jonathan Franzen o Jonathan Lethem. Son muy buenos escritores. Kavalier y Clay y Las correcciones y La fortaleza de la soledad son muy buenos libros. Mejores que American Psycho... No, no mejores: distintos. Tal vez ellos sean más talentosos en términos de escritura y fraseo. Yo no creo que pueda escribir el tipo de oraciones que escribe Franzen. Pero American Psycho significó y significa mucho para mucha gente que conectó con él de un modo en que no conectaron con sus libros. No sé por qué. Definió algo y es muy extremo y nada convencional.

¿Y qué pasa con el ambiente del cine? Tiene varios proyectos en puerta y parece sentirse más cómodo allí.

–Mi vínculo con el mundo del cine es muy superficial. La gente piensa que es mucho más importante de lo que en realidad es. De pronto empezaron a encargarme trabajo como guionista. Pero nunca fue mi ambición ser parte de Hollywood aunque es mucho más divertido que vivir en la pedestre y moribunda cultura neoyorquina. Así que huí de todo aquello. Tampoco me pagan mucho, no me estoy haciendo rico escribiendo blockbusters. Estoy más metido en proyectos independientes de esos que tal vez se hagan y tal vez no. Y alguna cosa en televisión, medio que está pasando por un momento muy interesante. Lo que me atrae en este momento de mi vida es relacionarme con gente creativa e intentar que alguno de esos proyectos prospere. Eso sí: hay que saber mantener cierto equilibrio y no dejar que te devore el cine o la televisión porque son, también, medios muy frustrantes. Nunca hay que entregarlo todo allí. Hay que guardarse buenas cartas para jugarlas en la mesa de la novela. Yo sé que mi novela será publicada; pero no puedo asegurar que mi película o mi serie serán producidas, estrenadas o emitidas. Ser creativo en Hollywood no significa, necesariamente, crear algo para que los demás lo vean.

Lo que significa que no cree, como muchos, que la Gran Novela Americana pase hoy por las series.

–No. Pero, en cualquier caso, todo pasa ahora por la imagen. La gente ha perdido la paciencia con los libros. No dispone de tanto tiempo. Ni siquiera posee la capacidad de atención que solíamos dedicarle antes. Es un hecho. Me pasa a mí, que soy un escritor. Imagínate lo que le pasará a alguien que es nada más que un lector. Yo ya no aprendo nada del mundo a través de una novela. Yo ahora leo novelas como alguna vez leí poesía. Para relajarme. Ahora estoy leyendo un libro asombroso: Ghostwriting, la primera novela que publicó, hace años, David Mitchell. Es hermosa. Y la prosa es admirable. Pero hemos alcanzado un punto en el que... Si lo hubiera leído hace unos diez años, cuando apareció, me habría resultado fascinante y habría aprendido mucho de él y de sus personajes y de las muchas y muy diferentes vidas que llevan. Pero ya no. Eso se terminó. Esa manera de leer no va más. Hubo un tiempo en que las Grandes Novelas Americanas eran parte inseparable de la cultura americana porque ofrecían, además de una historia, información que no se podía obtener en ninguna otra parte. Menos que cero es un buen ejemplo de ello: leyéndola la gente se enteró de cosas y de ambientes y de costumbres que desconocía. Ya no. La novela ha dejado de funcionar en ese sentido y tiene que ver con la caída del imperio de la novela. Lo que no quita que sea conmovedor el hecho de que Time ponga a Franzen en su tapa como forma de asegurar y certificar la supervivencia de la especie. Buena idea. Bonito gesto. Me encanta. Pero... Escucha, no puedes mirar a otro lado para no ver. Los seres humanos evolucionamos, las cosas cambian y ciertas tecnologías se vuelven obsoletas.

De ahí que llore con Toy Story 3...

–Lloré todo el tiempo; no sólo en al final. Es una obra maestra y, por mucho, la mejor película que he visto ese año. Tomen nota: El Príncipe Oscuro llora viendo Toy Story 3.

Pero no llora cuando muere Salinger, con quien se lo comparó al salir Menos que cero. Fue muy comentado su mensaje en Twitter: “¡Yeah! Gracias a Dios que por fin se murió. Llevo esperando este jodido día desde siempre. ¡¡¡Party Tonight!!!” ¿No es un poco fuerte ese “¡¡¡A festejar esta noche!!!”?

–Así es el Mondo Twitter: algo que asquea y fascina. Hay que escribir dentro de ese registro. En cuanto a lo de Salinger... Ese viejo gruñón que siempre nos odió a todos... Claro que me puso triste; pero fue mi manera de oponerme a la avalancha de necrológicas sentimentales que, sabía, caerían sobre nosotros. A mí me gusta Salinger y ese tweet en realidad no era exactamente sobre Salinger. No voy a explayarme sobre el asunto. Sólo diré que sirvió para volver a experimentar la percepción que la gente tiene de mí: la mitad de los que lo leyeron querían matarme, la mitad pensó que era el tweet más gracioso que jamás habían leído. Otra vez, lo de siempre: se me ama o se me odia.

Comenzamos hablando de la juventud y del envejecer y ahora terminamos con la muerte. ¿Alguna idea de cómo serán los tweets que comenten la futura muerte de Ellis?

–Que digan lo que quieran... Pero no me lloren. Y por qué no: Se murió Ellis. Por fin. ¡¡¡Party Tonight!!!

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