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Domingo, 21 de abril de 2013

CINE > INéDITOS DE KANETO SHINDO Y KôZABURô YOSHIMURA EN LA LUGONES

La memoria de la vida pasada

A la sombra de una camada de nombres —encabezada por Kurosawa— que brillaron en las salas y los festivales de Occidente, Kaneto Shindo y Kôzaburô Yoshimura fueron parte de esa generación humanista del cine japonés de posguerra que buscó rasgar el velo con que la vertiginosa reconstrucción cubría heridas, injusticias y resignaciones. Trece películas de esos dos grandes amigos, colaboradores y directores, inéditas hasta ahora en Argentina, se podrán ver en la Lugones como ventanas a una época forjada entre la memoria y el progreso.

 Por Paula Vázquez Prieto

En los inquietos albores de la reconstrucción japonesa, luego de la guerra, las bombas nucleares y la ocupación occidental, el cine encontró en esa exploración conmovida de la Historia con mayúscula, un tanto agonizante, un tanto desconcertada, su rumbo más metódico. Una industria de firmes cimientos despertaba a los nuevos tiempos con el fervor de la generación que dio al mundo y a los festivales a Akira Kurosawa, artífice de nuevos y modernos aires que invadían el tradicional escenario japonés, asediado por la experiencia traumática de la ruina y la meteórica prosperidad de la posguerra. Agudo, dueño de una sublime exquisitez que alcanzó por momentos la perfección, Kurosawa fue el nombre de una era y dejó en las sombras a muchos de sus talentosos contemporáneos, a aquellos que transitaban el mismo camino en silencio y con paciente rigurosidad. De esos desconocidos y olvidados, de Kaneto Shindo y Kôzaburô Yoshimura, quienes no lograron fama ni reconocimiento internacional, ni el estilo descarnado y poético de otro contemporáneo como Masaki Kobayashi –autor de la monumental trilogía La condición humana (1959/61)– ni la emoción sobrecogedora del maestro Kenji Mizoguchi, ni el espíritu desenfadado y provocador del joven Shôhei Imamura, llegan a la Sala Lugones del Teatro San Martín trece películas inéditas en Argentina, filmadas entre 1939 y 1963 en el corazón de Tokio.

Kaneto Shindo murió en mayo pasado a los 100 años, dejando una obra inmensa e inabarcable; no sólo como realizador sino como guionista, desplegó un universo de argumentos más novelescos que cinematográficos, seducido un poco por la admiración a Mizoguchi, de quien fuera su asistente en los años ’30. Amante de un melodrama austero y despojado de todo exceso sentimental, fue sensible al devenir del hombre y sus circunstancias, buscando el realismo en el comportamiento cotidiano como un poeta profano que desconfía del endiosamiento estético. Nacido en Hiroshima, presenta su ciudad natal en Los niños de la bomba atómica (1952) mientras cuenta la historia de una maestra que regresa a la ciudad destruida a buscar a aquellos niños que había conocido en las aulas y que ahora luchaban por sobrevivir tras la explosión nuclear. Con un montaje al estilo Eisenstein, de impacto y atracción, Shindo logra trascender los límites del relato y hacer de sus personajes almas vitales y desgarradas. No hay héroes ni elegidos, sus criaturas son tan terrenales como nosotros, con sus miedos y debilidades, con sus emociones a la intemperie, expuestas al desgaste del tiempo y las oscuras vicisitudes de la vida diaria.

La Historia se inmiscuye en sus películas, a veces como recuerdos íntimos, corporales, que carecen de magia y misterio, a veces como construcciones de un imaginario social que se emancipa del origen y se transmite de boca en boca, como un mito o una leyenda. Esa contradicción a la hora de asimilar la tragedia cobra forma en un montaje cíclico y pausado, cómplice de esa eterna repetición en la que se transforma la vida y que resulta la clave para comprender el enigma de la condición humana. Una familia de campesinos vive en una pequeña isla al este de Japón, regando sus sembrados con admirable esfuerzo y paciencia, administrando los escasos alimentos con equidad, y disfrutando de los bellos paisajes en los ratos libres que dejan las tareas de supervivencia. La isla desnuda (1960) introduce la desgracia como un hecho cotidiano, como un duro revés de la naturaleza y sus misterios, como un agente externo que escapa al control humano y que preserva la dignidad del que sufre y sigue adelante con su pesada carga. La tensión entre hombre y naturaleza condensa ese dilema ancestral sobre el destino de la humanidad y sus azares, sometidos al instinto tanto como a los dictámenes de una racionalidad apocalíptica.

En 1947, el camino de Kaneto Shindo se cruza con quien sería un gran amigo y colaborador a lo largo de varios años, Kôzaburô Yoshimura: los une El baile en la casa Anjo, película capital sobre el destino de la clase aristocrática japonesa que se resiste a perder sus privilegios en un clima sombrío e inestable que evoca el espíritu agudo de Chéjov. El guión de Shindo y la dirección de Yoshimura se combinan a la perfección en una obra madura y audaz, donde la intensidad dramática da lugar a un ejercicio crítico sobre el destino aciago de esos valores corroídos por la guerra que no encuentran correlato en el nuevo Japón. Más cínico que Shindo, Yoshimura marca el pulso de una sociedad en crisis, atravesada por los fantasmas de un pasado en carne viva, cuyas heridas no terminan de cicatrizar, que se mantiene a la expectativa de una reconstrucción prometida que sepultará sus oscuras miserias bajo el metal acerado del desarrollo tecnológico.

Cuando Yoshimura abandona los estudios Shochiku para convertirse en productor independiente y fundar su propia empresa, las colaboraciones con Shindo se hacen más asiduas: no sólo Shindo escribe numerosos guiones para Yoshimura, sino que éste suele producir varias de las películas de Shindo en los ’50 y primeros ’60. El primer proyecto de su empresa Kindai Eiga Kyokai fue Bajo ropajes de seda (1951), donde el retrato de una geisha del distrito de Gion, en la ciudad de Kioto, sirve para mostrar a una nueva mujer: independiente, ambiciosa, al mando de su vida, Kimicho se resiste a ese rol sumiso que cumplió su madre sin chistar y no se aviene a los mandatos patriarcales. El dinero aparece como detonante de sentimientos ambiguos, que desnudan las aristas más incómodas de los personajes. Bajo la dirección de Yoshimura, los guiones de Shindo adquieren una dimensión mordaz que se hará evidente en su propia filmografía a partir de los ’60.

Lúcidas, fascinantes, emotivas, las películas de Kaneto Shindo y Kôzaburô Yoshimura abren las puertas a una época tan profunda como turbulenta, en la que Japón dejaba atrás un pasado de valores perdidos, de guerra y destrucción, para renacer atravesada por la memoria y el progreso. Sus historias estuvieron habitadas por geishas y campesinos, por jóvenes emprendedores y mujeres combativas, por injusticias y resignaciones. A la sombra de los célebres realizadores que conquistaron fama mundial y recibieron premios en festivales y agasajos, dos artesanos de la cámara y el relato hicieron de la Historia acontecida un embrujo que hoy todavía nos seduce, una y otra vez.

El ciclo denominado Kaneto Shindo y Kôzaburô Yoshimura: dos maestros del cine japonés, se llevará a cabo del martes 23 de abril al lunes 6 de mayo en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (avenida Corrientes 1530). Las 13 películas serán exhibidas en copias nuevas en 35mm, enviadas especialmente desde Tokio por The Japan Foundation. Horarios y programación: complejoteatral.gob.ar Entrada: $ 20. Estudiantes y jubilados: $ 10.

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Bajo ropajes de seda, la película de Yoshimura sobre la vida de las geishas, y un homenaje del guionista Shindo a su maestro Kenji Mizoguchi. Se puede ver el jueves 25.
 
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