Domingo, 19 de enero de 2014 | Hoy
FOTOGRAFIA Son 39 retratos en tamaño casi real: imágenes de actores y actrices en producciones pedidas especialmente para algún espectáculo –de teatro, de cine, de televisión–, pero que no llegaron al corte final porque algo sutil, algo que detectó la cámara, los sacaba de interpretación. Intervalo lúcido, la muestra de David Sisso y Guido Chouela, captura esas grietas que separan al sujeto actor del sujeto humano, esos hermosos errores.
Por Micaela Ortelli
Leonor Manso mira hacia arriba, y el registro de esa pausa descubre una complicidad entre el ojo derecho y la boca, como si en el achicamiento de uno y la contorsión de la otra todo su cuerpo se rebelara ante ese presente estático. El lunar arriba del labio de Malena Solda por primera vez no termina de componer un rostro diáfano, casi alegre. Las facciones caídas lo oscurecen y desarman; el recuerdo de un problema, una pena, un asunto pendiente, agobia su tronco que, estoico, pelea por mantenerse en pose para los fotógrafos. Guillermo Francella aparece de cuerpo entero, los pies separados y las manos encimadas, el ceño fruncido, ojos de siberiano triste, la perenne picardía concentrada en la boca; la foto no parece parte de una producción para la obra de teatro Los Reyes de la Risa.
De eso se trata –de fotos que no fueron– Intervalo lúcido, la muestra de David Sisso y Guido Chouela inaugurada en diciembre. Los fotógrafos son amigos y socios desde hace años; su estudio es ampliamente solicitado por editoriales, productoras y agencias de publicidad nacionales y extranjeras. Sacaron las fotos de campañas premiadas, como la internacional Sleeping Cats, de Whiskas, que recibió un Premio Clio en 2009. Hacen producciones de moda para la revista GQ de España, los contratan las productoras más reconocidas del país (Pol-ka, Ideas del Sur, Underground) y el exterior (Disney, Turner) y desde hoteles de lujo a políticos controvertidos han esculpido su imagen con sus fotos.
Intervalo lúcido, una serie de 39 retratos a casi escala real de actores y actrices, nació durante la posproducción de alguno de todos los trabajos que les encargaron entre 2009 y 2012. Los artistas no recuerdan qué foto los hizo percatarse de que tenían un proyecto nuevo, independiente de los pedidos de sus clientes, sólo que en ciertas imágenes podían detectar grietas en la interpretación de los personajes, en la conciencia del actor de saberse fotografiado, donde afloraba otra humanidad –¿no intencionada, espontánea? De seguro no menos dramática–. La mayoría de los retratos de Intervalo Lúcido pertenecen a producciones para teatro y televisión; sólo uno, el de Marcela Kloosterboer, refiere a una publicidad de shampoo. Y es muy sutil –sobre todo en éste– lo que separa al sujeto actor del sujeto humano, a la diva de Pantene de la hermosa mujer de Sisso y Chouela, pero es exactamente ese detalle, la inocencia en la expresión de esta última, lo que evidencia más que nunca eso que todo el mundo está obligado a concederle a Kloosterboer: su belleza natural. Lo mismo hay que decir de Paola Krum, en blanco y negro (la serie alterna entre los pasteles, los opacos y el monocromo), la piel brillante como la de una estatua recién lustrada, que se toma por atrás el cabello y olvida –sus ojos y boca olvidan– que es Mariana Estévez en El Elegido.
David (San Luis, 1968) está acostumbrado a trabajar con celebridades. Entre 1997 y 2006 fue el director de fotografía de la revista Rolling Stone, responsable de tapas memorables como la de Flor de la V embarazada, Mario Pergolini endiablado, Natalia Oreiro sirenita y tantísimas otras. Ha fotografiado a Charly García, Luis Alberto Spinetta, Skay Beilinson, la lista es infinita. En su trabajo autoral, sin embargo, las figuras humanas no son protagonistas. Suele tomar fotos en sus viajes; algunos planos muy largos, rigurosamente centrados, remiten a la cinematografía de Mariano Llinás, o, según Fabiana Barreda, su maestra, a la película rusa Madre e hijo, de Alexander Sokurov. Los edificios redondeados tomados desde un lateral traen automáticamente a la cabeza el famosísimo Nighthawks, de Edward Hopper. Y las escenas captadas –no instantes, momentos, siempre apacibles– también se asemejan a las de ese cuadro: puede haber personas, pero son silenciosas, están tranquilas.
Algunas de sus fotos podrían haberse tomado detrás de un vidrio sucio; o las hay muy pulcras, color pastel; otras parecen directamente acuarelas. Un contraste absoluto con la estridencia y algarabía de sus fotos publicitarias. Escribe Leila Guerriero en Las formas del silencio: “Las fotos, estas fotos, retratan aviones, autos nuevos, oficinas de pálida desinfección, edificios altos: cosas que sólo pueden ser del siglo que nos corre. Pero, sin embargo, parecen fotos tomadas en 1965. O en 1970. O en 1956. Hay algo en ellas profundamente unplugged. Un sentimiento fatalmente analógico.” Ese texto acompañará la edición porvenir de Turista, un libro que recopila fotografías tomadas en Colombia, México, Estados Unidos, Uruguay y Cuba (este país tiene su propia selección, además).
Becado y premiado, con obras colgadas en el Museo Nacional de Bellas Artes, la trayectoria individual de Guido (Buenos Aires, 1969) es tan asemejable a la de su socio como diferente. Para hacerla más llamativa, Guido es médico pediatra. No ejerce pero lo hizo durante años; fue residente en el Hospital de Niños, de donde se llevó una serie fotográfica aún inédita. Discípulo de Eduardo Gil, durante siete años fue director de fotografía de la revista Living; otra curiosidad: su sensibilidad con la fotografía arquitectónica, que no termina en la creación de imágenes de espacios soñados para babeo de recién casados. Tiene una serie que prueba las dos cosas, Fotografía industrial, un imponente registro en blanco y negro de edificios industriales abandonados después de la crisis de 2001; una reflexión sobre la ciudad, como dice él, y los sueños truncos de esa época. Ahí se ven, provocando la misma desolación que las imágenes de los alemanes Bernd y Hilla Becher, la antigua fábrica de bizcochos Canale, la ex bodega Giol (actual sede del Conicet), o el imponente edificio estilo gótico de la compañía Italo-Argentina de electricidad, reinaugurado en 2012 como la Usina del Arte. Guido tiene intereses muy precisos, como el papel, al que le dedicó un extenso ensayo que, con un subsidio de la Fundación Antorchas, se editó como libro en 1994. O los tocadiscos, que tiene muchísimos, porque también trabaja con objetos viejos, encontrados o en desuso; los interviene con fotos o luces, como a La silla eléctrica.
Intervalo lúcido es un término médico; se llama así al momento en que el paciente recupera momentáneamente la conciencia. Guido y David prefieren ese término, “intervalo”, al usado más frecuentemente en fotografía: “instante”. Recurren a Cartier Bresson para explicarse: “El decía que la buena fotografía es aquella que en un momento decisivo en que el cerebro, el ojo y el corazón se alinean, captás algo que representa más que ese momento preciso. Nosotros acá el sendero que quisimos tomar no es ése sino el del intervalo, una grieta en la que suceden otras cosas, momentos más silenciosos, reflexivos, no el instante de un gesto”. El grito de Carola Reyna resulta polémico en este sentido (fue un permitido de los artistas incluir esa foto); no así el puño cerrado de Juan Leyrado, la mueca de Juan Gil Navarro, la fulminante expresión de Chela Cardalda. Todos esos gestos aparecen en estos retratos –una síntesis justa, incluso por el tratamiento del color, del trabajo en conjunto e individual de los fotógrafos– pausas de reflexión, de autocontemplación, de silencio. Por eso la calma de Mercedes Morán, la concentración de Cecilia Roth, la quietud de María Onetto, el abatimiento de Roberto Carnaghi, resultan tan verdaderos.
Como nunca es todo silencio y quietud, cuando los artistas pidieron permiso a los actores para usar sus retratos, también les propusieron elegir un texto para leer. La productora Maneki grabó sus voces y creó una instalación en la que líneas de Marosa di Giorgio, Alejandra Pizarnik, Federico García Lorca y otros se oyen recitar como mantras a lo largo de la muestra, que completa un hipnótico video hecho de retratos de Alfredo Alcón. Su mirada, la última foto, termina clavada en los ojos del espectador, meditativo ahora también él.
Intervalo lúcido permanece hasta el domingo 16 de febrero en el Centro Cultural Recoleta (Junín 1930). La entrada es libre y gratuita.
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