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Domingo, 11 de abril de 2004

El hombre que no duerme

Siempre con un pie en el bolero y otro en Góngora, el chileno Raúl Ruiz muestra cómo empezó y en qué anda ahora su obra, que ya supera las ochenta películas.

“Una película sobre la nada chilena”: así definió el chileno Raúl Ruiz, en una entrevista reciente concedida en Chile, su primer largometraje, Tres tristes tigres, realizado en 1968, cuando tenía 27 años de edad. Hoy, después de vivir más de tres décadas en París (donde recaló huyendo del golpe militar de 1973), con más de ochenta películas en su haber, Ruiz es demasiado grande hasta para el adjetivo prolífico. Dos años atrás volvió a su país natal para hacer Cofralandes, una serie de diez capítulos que describe como “un decálogo sobre la identidad criolla” –”Ando buscando a Chile por todas partes”, confiesa–, pero la mayor parte de su obra suele nacer en Francia, distintos países europeos y, ocasionalmente, Estados Unidos. Financiada por el Ministerio de Educación de Chile, Cofralandes fue pensada por su director para ser vista “en grupos de no más de veinte personas y en la más absoluta calma”. Esas dos puntas de la filmografía chilena de Ruiz (lo primero y lo último) demarcan el homenaje que el Bafici VI rinde al más barroco e imprevisible de los cineastas latinoamericanos contemporáneos, y que incluye la presentación de Sublimes obsesiones, el libro que le dedicó el crítico y programador Adrian Martín. En aquella entrevista, Ruiz recordó el proceso de adaptación de Tres tristes tigres, basada en una obra teatral de Alejandro Sieveking: “De la obra hay literalmente un pedazo, que me gustaba mucho, donde los tres personajes se dicen de todo, hay unos tira y afloje, insultos mezclados con elogios, no se sabe nada. Tomé ese fragmento y a partir de él desarrollé la película para todos lados. Detrás de Tres tristes tigres hay un fondo de film-manifiesto, en el sentido de probar que se puede hacer una película sin argumento. Y hay también un trasfondo melodramático a la mexicana, mientras que en primer plano están los detalles de la vida cotidiana”. Hoy, algo distanciado de aquella experiencia, Ruiz, que alterna los films “grandes” (El tiempo recobrado, La comedia de la inocencia) con las aventuras experimentales, reconoce que su debut “es más como las películas chilenas de hoy, con esa cosa picaresca. Ahora trato de retratar de una manera más poética, con mayor libertad de construcción”.

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