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Domingo, 19 de septiembre de 2004

Un año en la vida

POR A.P.

A principios de 1964, en uno de esos extraños contratos vampíricos a los que era tan afecto, Andy Warhol llama al fotógrafo David McCabe y le pide que lo retrate a lo largo de un año entero. El lote de 2500 fotos en que derivó el encargo (parte de las cuales ilustran estas páginas) recién vio la luz el año pasado, cuando McCabe las publicó en unlibro titulado A Year in the Life of Andy Warhol (Un año en la vida de A.W.), de Phaidon Press. (Según el fotógrafo, la demora se debió a que la serie inmortalizaba a Warhol un instante antes de que se convirtiera en el estratega ultracélebre que después inmortalizaría la peluca de plata.)
La variedad de sitios, situaciones y contextos en que el artista aparece retratado da una idea bastante cabal de lo que era un año Warhol a mediados de los años ‘60. Se lo ve subiendo en el ascensor o fingiendo meditar en el baño de The Factory; tendido entre las sábanas en la Casa de Cristal de Philip Johnson; en lo de Jane Holzer con Mick Jagger; en segundo plano y aburriéndose con Salvador Dalí en el St. Régis; leyendo el diario en casa de coleccionistas; jugando al Monopoly en lo de Robert Rauschenberg; con William Burroughs en el restorán El Quijote; inesperadamente activo, trabajando en sus Flores en el piso de The Factory; filmando Vinyl, versión semiporno de La naranja mecánica, con Gerard Malanga y la musa Edie Sedgewick; en vernissages, en fiestas, posando en el estudio de McCabe; en un bar, pequeño y pensativo como una criatura de Edward Hopper; con Tennessee Williams en la proyección de Vinyl; subiendo la escalera del avión que lo lleva a París; animando un happening en la pileta del Al Roon’s Health Club; con Richard Avedon en el Museo de Arte Moderno de Nueva York...
Un año agitado, sí, pero que aun en sus momentos más intensos parece transcurrir siempre fuera de Warhol. Más que un retrato serial de artista, la cobertura de McCabe retrata la relación peculiar que Warhol mantenía con las obras, los acontecimientos sociales y las famas ajenas de las que era autor: una autoría distante, desafectada, casi zen. La indiferencia ligeramente amargada que experimenta el inventor ante la consumación de uno de sus inventos.

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