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Domingo, 30 de septiembre de 2007

Contra Lando Buzzanca y todo lo demás también

 Por Alejandro Urdapilleta

Para mí, la Lugones significa una época. En los años '70, cuando yo tenía unos 17 años y estudiaba teatro en El Vitral –no el que está ahora, sino el que quedaba en Viamonte–, éramos un grupo grande y hacíamos un circuito que unía el Café La Paz –donde paraban los psicobolches–, y el circuito de cines del Lorraine, el Lorca, la Lugones, que era un cine raro, quedaba arriba, había que subir por esos ascensores dorados. Era la época de grandes directores, las historias, todo el buen cine americano independiente, el cine italiano, Fellini, Visconti, Antonioni, Bergman, el cine que después se perdió. Ahora todo es una cagada, y una cagada con tiros.

Yo era amante de Glenda Jackson, de Ken Rusell. Y esos cines eran parte del circuito, era el mismo tipo de gente la que iba ahí y después la veías en algunos bares. La calle Corrientes era el lugar de los artistas o intelectuales o estudiantes de Filosofía y Letras. Gente que pensaba un poco, el resto era como una mortadela dormida. Ellos con barba y ellas siempre con un libro. Y la policía era el terror que sobrevolaba. Era un circuito que hacía con mis amigos de ese momento, toda gente de teatro, era como un gueto. Yo empezaba a conocer otro mundo; es una edad en la que te enterás de muchas cosas, aparecían los primeros porros, también había levante y ese cine diferente a todo lo demás. Otro circuito era el de Lavalle, masivo, Lando Buzzanca, las mismas porquerías yanquis... De la cantidad de gente que había en la calle ni se podía llegar al cine.

La Lugones era parte de todo eso: yo no me acuerdo de algo muy específico sobre la sala, sino de todo lo que eran esos años en que íbamos muchísimo por ahí, de un lado a otro. Pero no tengo nostalgia de esa época, no era una linda época. También podía pasar, como me acuerdo, que estábamos en el Café La Paz y vinieron cinco Falcon y se llevaron a un tipo y una mina. El gritaba su número de documento, desesperado, y en la mesa de ellos había quedado otra mina, que se quedó dura mirando. Nos quedamos todos en silencio, nadie se animó a levantarse.

El cine Lugones me suena a todos esos años, porque después me fui del país y cuando volví ya no fui. Es una postal de ese momento, de cómo era mi vida y también de muchos amigos que no vi más.

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