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Domingo, 1 de marzo de 2009

Año 2000 carrera mortal (Death Race 2000, Paul Bartel, 1975) y su remake Carrera mortal (Death Race, Paul W. S. Anderson, 2008)

A mediados de los ’70, Roger Corman produjo esta sangrienta distopía orwelliana, con un sentido del humor tan salvaje que nadie podía tomársela muy en serio, pero que alcanzó para volarles la cabeza a los chicos de toda una generación. Su premisa era brutalmente incorrecta: las sanguinolentas competiciones del título eran un divertimento para las masas sostenidas por un estado fascista, sucedáneo de los difuntos Estados Unidos de América. Para mantener el interés colectivo, el gobierno cuenta con un corredor estrella, el imbatible Frankenstein (David Carradine). Disparate absoluto y festivamente gore, si algo no le faltaba era sentido del ridículo: los autos están “tuneados” (en una época en que ni siquiera existía esa expresión en castellano) como verdaderos monstruos motorizados, temáticamente: como un león del imperio romano, como un cohete nazi, como un toro (con cuernos frontales y todo), como una ametralladora y como un dragón de ojos rojos y mandíbula letal. El objetivo de los competidores es no sólo alcanzar con vida el punto de llegada, sino sumar puntos asesinando a sus contrincantes y reventando peatones por el camino: ¡ancianos y bebés valen más! Los principales enemigos de Carradine eran un por entonces desconocido Sylvester Stallone y la actriz fetiche del director Paul Bartel, Mary Woronov.

Dirigida por Paul W. S. Anderson, unos días atrás salió editada directamente en DVD la remake de aquel hito clase B con el título Carrera mortal. Una película ostensiblemente más cara que el original, y realizada con ese pulso algo epiléptico de videojuego muy al estilo de Anderson –director de Resident Evil—, la nueva Death Race ha perdido todo el potencial subversivo (y todo el sentido del humor) del original, siguiendo apenas su premisa y poco más que sus nombres. Ahora la carrera no es un asunto de Estado, sino que son organizadas por las corporaciones privadas que se ocupan de administrar las cárceles en una Norteamérica que, en el 2012, ha sucumbido a una crisis económica global con índices de desempleo sin precedentes. En la carrera, sólo se eliminan entre los competidores: nada tan políticamente incorrecto como reventar peatones. Tampoco quedaron los desnudos gozosamente gratuitos del original. Como en todo el cine de los ’70 rehecho en el XXI, hay autos y velocidad, sí, pero el resultado es una verdadera marcha atrás.

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