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Domingo, 31 de enero de 2010

> LA CRíTICA A NUEVE CUENTOS PUBLICADA EN 1953

Los hilos de la inocencia

 Por Eudora Welty

La prosa de J. D. Salinger es original, de primer orden, seria y hermosa. Acá hay nueve de sus cuentos, y una razón más por la que son tan interesantes, y tan poderosos vistos todos juntos, es que son paradojas. Desde afuera, son graciosos; desde adentro, son sobre corazones rotos; y logran esto porque son puros. Los nueve tienen un encanto, una textura en apariencia liviana, una frescura y una vida que alcanzarían para desarmar a un lector que empieza a leer, digamos, el memorable “Para Esmé con amor y sordidez”. Nada puede estar más alejado de lo que Salinger está por hacerle.

Los cuentos tienen como tema a los niños, pero son niños de Dios. El trabajo de Salinger lidia con la inocencia, y comienza con inocencia: desde ahí penetra un amplio espectro de relaciones, sigue la pista de la aventura privada del espíritu, interroga gravemente problemas graves, se adentra en la vida y la muerte y la vulnerabilidad humana y ocasionalmente en la experiencia mística en la que la edad, después de cierto punto, ya no existe. Su mundo urbano, suburbano, familiar, de la costa Este, nunca da una clave del modo en que lo tratará: parece escribir sin prejuicios sobre las cosas.

Tiene el arsenal de un escritor nato: un ojo sensible, un oído increíblemente bueno, y algo que no puedo definir sin la palabra gracia. No hay un rastro de sentimentalismo en su obra, a pesar de estar llena de niños adorables. No es pronuncia juicios de valor: simplemente tiene el don de tenerlos, y de manera apasionada.

Los materiales de estas historias son diferentes a su tema. La muerte, la guerra, las fallas en las relaciones humanas, la inhabilidad demencial de hacer transparente y llano para otros lo que es transparente y llano para nosotros y nuestros corazones; la pérdida o falta de un modo de ofrecer nuestra apasionada fe emocional en toda su generosidad; la impiadosa crueldad de los comportamientos y juicios sociales convencionales; la persistente añoranza –alcanzando a veces la fantasía– de retornar a un estado de pureza y gracia; estos temas se encuentran cerca del corazón de su obra.

Todos se deben a una falta de algo en el mundo,y se podría decir que sobre lo que Salinger a escrito hasta ahora es sobre la ausencia de amor. Deudora de esa ausencia es el desperdicio de la inocencia, o el triunfo en la muerte de la inocencia por sobre el despropósito y la corrupción que la acechan.

Puede tenerse la sensación, ante estos cuentos cálidos y desparejos (ningún escritor que vale la pena es parejo), que Salinger nunca ha tocado, aquí, eso sobre lo que más tiene para decir: el amor. El amor se convierte en piedad, risa, o un gesto una visión posiblemente demasiado fácil o simple en historias que no son ni fáciles ni simples.

Salinger es un artista muy serio, y es probable que lo que tiene para decir adopte muchas formas con el tiempo –formas interesantes. Su novela, El guardián entre el centeno, era buena y muy emocionante, aunque –para esta lectora– todas sus virtudes pueden tenerse en un cuento corto del mismo autor, donde de algún modo encuentran su hogar.

Lo que esta lectora ama de los cuentos de Salinger es que honran aquello que es único y precioso en cada persona sobre la Tierra. El autor tiene el coraje –aunque es más como un derecho ganado y un privilegio– de experimentar corriendo el riesgo de no ser comprendido. Pero más que nada, tiene un corazón amoroso.

1957 > Salinger explica por qué nunca vendió los derechos de El guardián entre el centeno al cine o al teatro

R. D.

Windsor, Vt.

19 de Julio de 1957

Querido Mr. Herbert,

Intentaré contarle cuál es mi actitud frente a los derechos de adaptación al teatro y al cine de El guardián entre el centeno. Ya he cantado esta canción varias veces, así que si no ve mi corazón por aquí, trate de ser tolerante Primero, es posible que algún día los derechos sean vendidos. Dado que hay una siempre amenazante posibilidad de que yo no muera rico, jugueteo seriamente con la idea de dejarles los derechos a mi esposa y mi hija como una especie de seguro de vida. Me daría un placer inmenso; sobre todo, debería agregar rápidamente, porque que no tendré que ver el resultado de la transacción. Sigo repitiéndolo y nadie parece estar de acuerdo, pero El guardián entre el centeno es una novela muy novelística. Hay “escenas” ya listas –sólo un tonto podría negarlo– pero, para mí, el peso del libro está en la voz del narrador, en sus peculiaridades sin cese, en su actitud personal y en extremo distintiva frente a la actitud del lector-escucha, sus comentarios laterales sobre arcoiris de gasolina en las alcantarillas de las calles, su filosofía o su manera de ver valijas desvencijadas y cajas vacías de pasta de dientes – en un palabra, sus ideas. No puede ser legítimamente apartado de su propia técnica de primera persona. Es verdad, si forzosamente lo apartamos de ella, habrá material de sobra para algo que podríamos llamar una Excitante (o quizás tan solo Interesante) Velada en el Teatro. Pero si bien la idea no me parece del todo odiosa, al menos sí es lo suficientemente odioso tener que impedir que se vendan los derechos. Muchas de sus ideas, claro, podrían ser volcadas al diálogo –o a algún tipo de discurrir del flujo de consciencia en la voz de su cabeza– pero volcadas es la palabra exacta. Lo que él, en la novela, piensa y hace tan naturalmente en su soledad, en una puesta en escena llegaría a ser en el mejor de los casos una pseudo-simulación, si es que existe una palabra así (espero que no). Sin hacer mención además, Dios nos ayude, al inconmensurable riesgo de usar actores. ¿Ha visto alguna vez a una niña actriz cruzada de piernas sobre su cama que se vea bien? Estoy seguro que no. Y Holden Caulfield mismo, en mi indudablemente parcial opinión, es esencialmente ininterpretable. Un Sensible, Inteligente y Talentoso Actor Joven con Un Abrigo Reversible no sería aún suficiente. Se necesitaría a alguien que tenga X para sacarlo adelante y no hay ningún jovencito que, incluso teniendo X, sepa bien qué hacer con ello. Y, debería agregar, no creo además que ningún director pueda ayudarlo.

Aquí me quedo. Temo decirle, para terminar, que me siento muy firme frente a todo esto, si es que aún no se ha dado cuenta.

Igualmente, gracias por su amistosa y fluida carta. Buena parte de la correspondencia que recibo de productores ha sido infernal.

Sinceramente,

J. D. Salinger

1986 > Salinger defendiendo su obra y su privacidad ante la Justicia

Para atrapar al pez banana

Cuando el poeta y biógrafo británico Ian Hamilton se propuso una biografía de Salinger, seguramente no tenía la menor idea de dónde se estaba metiendo. Hamilton acabó siendo demandado por el autor y lo que en un principio iba a llamarse J. D. Salinger: La vida de escritor tuvo que conformarse con ser, finalmente, En busca de J. D. Salinger, un imperfecto y desesperado jugar a las escondidas donde todos salieron perdiendo: Hamilton tuvo que “purgar” el original de su libro después de haber sido engañado por su astuta presa –cuando ésta registró a su nombre todas las cartas y documentos reproducidos en el libro; lo que, en realidad, permitió que cualquier curioso que se dé una vuelta por la biblioteca del Congreso de Washington pueda leer todo aquello que el ermitaño deseaba mantener lejos del público y, fundamentalmente, de sus lectores– y Salinger se vio obligado a responder ante las autoridades todo aquello que se había negado a explicar Hamilton. A continuación, un revelador pasaje del feroz interrogatorio al que Salinger fue sometido para evitar así la publicación de su biografía.

Señor Salinger, ¿cuándo fue la última vez que usted escribió una obra narrativa para ser publicada?

–No puedo asegurarlo con exactitud.

En los últimos veinte años, ¿ha escrito usted alguna obra narrativa para ser publicada?

–No...

En el curso de los últimos veinte años, ¿ha escrito usted alguna obra narrativa que no haya sido publicada?

–Sí.

¿Podría usted describirlas? ¿Son cuentos, relatos, artículos para revistas?

–Resultaría muy difícil... Es muy difícil responder. Yo no escribo de esa manera. Simplemente me pongo a escribir y veo qué ocurre.

Tal vez sea más fácil enfocarlo así: ¿querría decirme cuáles han sido sus realizaciones literarias en el ámbito de la narrativa durante los últimos veinte años?

–¿Podría decirle, o querría decirle...? Sólo una obra narrativa. Eso es todo... Es la única descripción que puedo hacer al respecto... Es casi imposible precisar. Trabajo con personajes y, según se desarrollan, simplemente sigo a partir de ahí.

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