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Domingo, 2 de enero de 2011

El blues

Hay algo en lo que produjeron los sobrevivientes de la esclavitud que es muy elemental, y eso es lo que yo buscaba. No es algo que se sienta en la cabeza, sino en las entrañas. Va más allá incluso de la musicalidad del blues, que es muy variable y flexible. Hay blues ligero y hay blues pantanoso y tantos otros. Yo existo en el pantanoso. Escuchen a John Lee Hooker. Tiene una forma de tocar arcaica. La mayoría del tiempo ignora los cambios de acordes. Los sugiere pero no los toca. Si está tocando con otra persona, es el otro el que cambia de acorde, él no, él se queda. Y es implacable... Escuché a Robert Johnson por primera vez gracias a Brian (Jones). Lo que escuché me dejó estupefacto. Llevaba la guitarra, la composición, la interpretación, todo a una nueva altura. Y al mismo tiempo me confundía, porque era música de banda, pero tocaba una sola persona. ¿Cómo podíamos hacerlo? Y nos dimos cuenta de que los tipos que habíamos estado escuchando, como Muddy Waters, también habían crecido con Robert Johnson, y lo habían traducido a formato banda. Era una progresión. Johnson es una orquesta de un solo hombre. Sus mejores composiciones tienen una estructura al estilo de Bach. Es una plataforma. Pero por brillante que sea, en el blues nada es un chispazo de genio. Un tipo escucha a otro y produce una variación. Todos están conectados. Y cuanto más lejos en el tiempo se va con el blues –apenas es hasta los años ‘20, porque uno escucha los discos–, uno piensa: “Gracias a Dios por la música grabada. Es lo mejor que nos pasó desde la escritura”.

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