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Domingo, 4 de mayo de 2003

'90

Fragmento del prólogo de Generación 90.

La idea de este libro capicúa surgió en Madrid, en noviembre de 1999, durante una muestra del nuevo cine argentino organizada por Casa de América y acompañada por diez cineastas, entre los que se encontraban Pablo Trapero, Martín Rejtman, Esteban Sapir, Eduardo Milewicz, Fernando Spiner, Víctor González y Gustavo Postiglione. En la charla abierta que se realizó para presentar el ciclo, luego de que cada uno de los cineastas describiera los vientos renovadores que corrían en el cine argentino, un señor del público preguntó si estaban organizados o agrupados de algún modo. Ante la respuesta tímidamente negativa, el señor agregó que él ya había visto caer a una generación que decía las mismas cosas y sostenía las mismas banderas, por no saber organizarse, por insistir en defender únicamente el espacio individual. El señor se refería a la Generación del 60 y se llamaba Agustín Mahieu.
La mayoría de los jóvenes cineastas no lo conocían, pero Mahieu había sido uno de los críticos más importantes que tuvo la Argentina hasta que el golpe de 1976 lo obligó al exilio. Desde las páginas de la revista Tiempo de cine y luego desde La Opinión, Mahieu había sido testigo directo de la vida, pasión y extinción de la Generación del 60. Incluso la integró fugazmente con la dirección de algún cortometraje y la colaboración en algún guión.
Un año y medio antes, durante la preparación de un número especial de la revista Film, dedicado en su integridad al cine argentino de los ‘90, habían aparecido temas y preocupaciones sorprendentemente semejantes a los que solían expresar los cineastas de los ‘60. La política de Julio Mahárbiz al frente del Instituto de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) había incrementado esas semejanzas al marginar de manera abierta la producción más joven y, sobre todo, al estimular las divisiones entre los realizadores, cosa para la que éstos no suelen necesitar demasiada ayuda.
La intervención de Mahieu evidenciaba que las semejanzas entre la producción del ‘90 y la del ‘60 no se limitaban al padecimiento de una política cultural adversa. También los une la reacción contra un cine argentino previo que no sentían representativo, la repercusión en los festivales internacionales, la búsqueda de autenticidad, de identidad, de un imaginario propio y verosímil que parecía perdido, así como la incapacidad para intercambiar ideas y aliarse para enfrentar problemas comunes.

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