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Lunes, 11 de febrero de 2008

CULTURA / ESPECTáCULOS › "CLOVERFIELD", UNA VERSION VEROSIMIL DE LOS ATENTADOS DEL 11-S

El monstruo y los miedos sociales

 Por Leandro Arteaga

Cloverfield. Monstruo (Cloverfield) EE.UU., 2008

Dirección: Matt Reeves.

Guión: Drew Goddard.

Fotografía: Michael Bonvillain.

Montaje: Kevin Stitt.

Intérpretes: Lizzy Caplan, Jessica Lucas, Michael Stahl-David, Mike Vogel, Margot Farley, T. J. Millar.

Duración: 85 minutos.

Salas: Monumental, Showcase, Village.

Puntaje: 7 (siete) puntos.

Cloverfield nos golpea con la cabeza mutilada de la Estatua de la Libertad. El gesto remite, por lo menos, a dos películas más. Una de ellas es El planeta de los simios (1968), justo cuando Taylor (Charlton Heston) descubría la verdad fatídica. La otra es Escape de New York (1981), el clásico de John Carpenter donde la ciudad norteamericana se volvía lugar sitiado, con el mismísimo Presidente tomado como rehén, y con las esperanzas puestas en el antihéroe anarquista Snake Plissken (Kurt Russell). ¿Recuerdan? Gran película.

No son las únicas reminiscencias a las que Cloverfield alude. Aquello que asola a la ciudad, sin nombre ni procedencia, gigantesco e invencible, también tiene su genealogía en Godzilla y demás monstruos japoneses. Consecuencia del horror vivido con la bomba nuclear, los monstruos del cine nipón comenzaron a pisotear y destrozar, por lo general Tokio, una y otra vez. De hecho, el personaje móvil de Cloverfield se apresta a viajar, precisamente, a Japón.

Pero ahora es el turno de New York. Aunque no a la manera de la remake lamentable y norteamericana de Godzilla (1998), sino con el acento puesto en el fuera de campo, en actores desconocidos, en imágenes casi﷓hogareñas. Porque lo que vemos en Cloverfield es la captura de cámara de un grupo de personas durante el ataque. La cinta sobreviviente, ahora propiedad oficial, es invitación a la curiosidad del espectador. El mismo recurso fue utilizado en El proyecto Blair Witch (1999), a partir de las películas testigo de un grupo de estudiantes, ocupados en investigar la leyenda de la bruja de Blair.

Pero en Cloverfield el horror es otro. Ya no sujeto a tradiciones orales, sino vivido y cercano. El enclave lo significa, de manera obvia, el 11﷓S. Todo monstruo es expresión de miedos sociales. Y cada monstruo será entendido y leído conforme las diferentes épocas. La destrucción que asola a New York en Cloverfield es contada desde la desesperación de la cámara, siempre al hombro, desprolija y violenta. Como si fuere la mirada del peatón cualquiera. Un mirar por momentos caótico, sin tino, aterrado por lo que observa, y sin poder mostrarnos todo lo que queremos -nosotros- poder ver.

El logro de la película, aún cuando no se trate de ninguna obra maestra, pasa por resultar verosímil y, al mismo tiempo, por distanciarse de la obviedad que propone un film burdo como Las torres gemelas (2006, Oliver Stone). Desde este lugar de género -lindante con lo fantástico, la ciencia﷓ficción, el terror-, Cloverfield se sitúa a la par de otra película, mucho mejor, The Host (2006), producción surcoreana que actualizó, de modo referencial, el cine de monstruos.

El género, si está bien escrito, es prisma desde el cual resultar suficientemente veraz. Algo de esto tendrá que ver, seguramente, con la procedencia televisiva de los principales responsables de Cloverfield. Series como Alias y, fundamentalmente, Lost han sabido labrar una reputación de seguidores bajo un pulso, por momentos, maestro en cuanto a resolución de conflictos y creación de otros nuevos. Sin el protagonismo exclusivo de efectos especiales, con la solidez de un buen guión. Sólo preocupados por mantener el interés del espectador a partir de un relato inteligente. Y para los que degustan este tipo de films, es un regalo el tema musical final, compañía de los créditos, compuesto por Michael Giachino bajo el título ¡Roar! Toda una satisfacción.

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Cámara al hombro, el film muestra la destrucción de New York.
 
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