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Martes, 15 de junio de 2010

CULTURA / ESPECTáCULOS › EXPOSICIóN EN IVáN ROSADO DE LAS PINTURAS DE UN ARTISTA CASI OLVIDADO

Minturn Zerva, dueño del arco iris

Hasta este jueves puede verse un conjunto de dieciséis obras entre grabados y pinturas donde (además de incluirse una acuarela y dos bodegones) prevalecen en cantidad y calidad los paisajes al óleo, que revelan maestría con el color.

 Por Beatriz Vignoli

La "ciudad fenicia" guarda sus valores artísticos como tesoros bien ocultos, y eso en el raro caso de que algún humilde mecenas los salve de que se pierdan para siempre. Uno de esos casos es el de Santiago Minturn Zerva, quien nació en 1895 en Rosario, donde murió en 1964. Pintor y grabador autodidacta, amigo de Gustavo Cochet y Erminio Blotta, cofundador de la Agrupación Refugio y fugaz integrante del Grupo Litoral, sobran los dedos de una mano para contar las exposiciones que realizó en vida. Una nueva muestra póstuma suya, que cierra esta semana, exhibe con infrecuente generosidad un aspecto no muy conocido de su producción plástica: su pintura.

Hasta este jueves por la tarde puede verse en el espacio de arte Iván Rosado (Salta 1859) un conjunto de dieciséis obras suyas entre grabados y pinturas donde (además de incluirse una acuarela y dos bodegones) prevalecen en cantidad y calidad sus paisajes al óleo, que lo revelan como un maestro del color. El Minturn Zerva que el público local conocía, gracias al esfuerzo de cuidado y difusión de Arnoldo Gualino (crítico de arte, docente universitario y heredero de una importante colección de arte rosarino) y del editor de arte Emilio Ellena, entre otros, era en blanco y negro: el de las xilografías de firme línea constructiva y composición modernista que, conjugando curvas y rectas de diversas corrientes europeas en una fórmula rioplatense única, plasmaron los mil grises del barrio y del arrabal.

El Minturn Zerva que se muestra hoy en Iván Rosado es un alquimista de los matices y de los tintes, a quien las reproducciones de su obra pictórica aún no le hacen justicia. Pinturas au plein air de realización rápida, sus paisajes se resuelven magistralmente en la paleta con la afinada sensibilidad de un músico de la visión, es decir: con aquel virtuosismo para las escalas y los acordes cromáticos que cultivaban aquellos pintores del siglo XX. Y que sólo el ojo educado puede discernir en su justa medida, pero que cualquiera disfruta. Y que sin duda sus colegas (Cochet, especialmente) habrán admirado en aquellos tiempos de cero currículum y mucho taller.

Porque modernos, se sabe, eran los de antes. La dominante violeta con que capta la ominosa silueta a contraluz de una parva negra al filo del anochecer, o la amarilla de unas vacas echadas en el pasto del verano son equilibradas, respectivamente, por pinceladas de colores complementarios o armónicos que configuran una composición, en todo sentido. Y la de Minturn Zerva ya es también una mirada fotográfica de la pintura, a caballo entre el impresionismo y el postimpresionismo: americana síntesis que en Europa no se consigue. Pero el tema rural (tan valorado por sus contemporáneos, como puede verse en la muestra Entre Centenarios del Museo Castagnino) es en él apenas una excusa para adueñarse del arco iris. Y hacerlo sonar y resonar a piacere.

Conocer a Minturn Zerva pintor permite apreciar y poner en perspectiva histórica la obra de sus indudables discípulos, Rodolfo Elizalde y Emilio Ghilioni. "Paredón tinta roja en el gris del ayer", canturrea este último en el sentido homenaje tanguero que le rinde con un breve texto, que forma parte de La noche no ha llegado aún: la literaria frase titula el libro catálogo que editó con modestia y sensibilidad la gente de Iván Rosado, léase Maximiliano Masuelli y Ana Wandzik. Allí también, la investigadora y docente Mónica Castagnotto repasa la historia de la obra de Minturn Zerva y la de su apreciación crítica, que incluye la edición en 1996 de su obra xilográfica por la UNR y la EMR, con textos de Arnoldo Gualino y otros autores. En esta nueva publicación, el pintor Daniel García sorprende con párrafos de gran valor literario en esa clase magistral de análisis de obra que es su reseña en primera persona del óleo Anochecer, llamado La parva negra: tal es la obra de la colección de Masuelli y Wandzik con que empezó el proyecto de esta muestra. Un feliz encuentro azaroso que los llevó (a todos ellos y a la obra) desde el submundo de las subastas hasta la colección Gualino.

"El tema no es inusual", advierte García. "A esta altura de la historia se podría decir que es incluso un cliché. Numerosas veces presente en pinturas impresionistas, como por ejemplo en las de Monet o Sisley, o entre nosotros, Silva y Malharro, las parvas, o almiares para decirlo en correcto castellano, constituían ya un subgénero en sí mismas a principios de este siglo. Minturn Zerva abordó el tema en algunos grabados y en, por lo menos, otra pintura". (Nota: pintura que se expone al lado de ésta en una pared de la sala). "Sin embargo, esta es una parva nada convencional. Pintada con mucha textura, como si quisiera ocultar algo debajo, oscura contra el cielo luminoso, se impone con su presencia rotunda y desconcertante. Casi una pared, opaca, maciza, señalando el fin del camino, cerrando nuestro paso hacia el horizonte. Una gran masa sombría y enigmática, una especie de 'agujero negro' que atrapa nuestra mirada con su poder gravitacional". En el citado pasaje dialogan ambas obras: la de García y ésta, que irradia sentidos desde el pasado hacia los pintores nuevos. Y lo demás es la historia aún por escribirse.

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Anochecer, de Santiago Minturn Zerva. Para Daniel García, es "una parva nada convencional".
 
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