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Viernes, 18 de abril de 2014

CULTURA / ESPECTáCULOS › UNA DAMA EN PARíS, DE ILMAR RAAG, CON JEANNE MOREAU

La dama del perfil sin tiempo

 Por Leandro Arteaga

Una dama en París: 7 puntos

(Une estonienne à Paris. Francia/Estonia/Bélgica, 2012)

Dirección y guión: Ilmar Raag.

Fotografía: Laurent Brunet.

Música: Dez Mona.

Montaje: Anne﷓Laure Guégan.

Reparto: Jeanne Moreau, Laine Mägi, Patrick Pineau.

Duración: 94 minutos.

Salas: Cines Del Centro.

Sólo una gran estrella puede sintetizar demasiado y recrear todavía. Jeanne Moreau es una de estas cimas. Es decir, su participación en Una dama en París hace del film una ocasión especial, porque su aparecer -﷓con 86 años-﷓ inevitablemente sobrelleva una vida de cine. No sólo eso, el personaje que la actriz francesa compone no puede sino mirarse como otro capítulo más dentro de ese perfil sin tiempo, del que quedaran prendados Jules y Jim, en aquel film antológico de François Truffaut.

Hay, por ello, una desinhibición que en el film tal vez sorprenda, por no ser pensada allí donde hay más vida vivida. Entre tentativas de suicidio y detalles pequeños que suman a una historia presente. Un espejo que reitera en la figura de Anne (Laine Mägi), contratada para asistir a la octogenaria Frida. Anne abandona Estonia y viaja a París, a ese lugar del que siempre supo y soñó. Por las noches, Anne pide su permiso tímido a las calles parisinas y las visita con pasos cortos.

Entre las dos mujeres se dibuja un clima cortante, que debe tener fricción para después saberse sensible. Con la figura angular de Stéphane (Patrick Pineau) como lugar de encuentro: alguien que parece hijo de Frida, pero que es algo más, distinto. El aparecer de Anne es el riesgo mayor; ella habrá de ocupar un lugar previamente --inconscientemente-- acordado. Su estancia de días tendrá que ver con este descubrimiento pausado, con la articulación entre las distintas partes para una puesta de acuerdo conjunta.

Para ello, hay cuestiones previas que conocer. Entre éstas, el vínculo roto con los viejos compañeros estonianos. Porque Frida también es inmigrante, con una distancia de años con sus otrora amistades, ahora encerrada en su casa, sin visitas al café de Stéphane, lugar donde se esconde la historia insospechada. Lo que Anne asume de manera prejuiciosa, finalmente será un vuelco ético. Frida, tan digna, aparece entonces de modo admirable. Los roles se corren: quién asiste a quién?

Además, nunca hemos visto a Frida más que deambular por los pasillos de una casa cansada. Vivaz o decaída, deprimida y enamorada. Quejas físicas? Seguramente, pero no es éste el acento que el film de Ilmar Raag elige. Frida está llena de vida porque ama. Y Anne? Anne habrá de acusar recibo de sus reproches, porque sabe que es Frida quien tiene razón, y bien sabe que necesita acostarse con un hombre. Para hacerlo, ríe Frida, no hace falta estar enamorada.

Cuando los lugares moralistas sean transgredidos, será cuando aparezca la esencia de Una dama en París. Esta es tu casa, dice Frida a Anne, como desenlace de una secuencia donde el montaje trabaja por asociación, mientras despierta la picardía en el espectador. Como corolario, Jeanne Moreau ratifica y continúa su seducción imperecedera.

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