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Miércoles, 8 de agosto de 2007

CULTURA / ESPECTáCULOS › HASTA EL VIERNES EN EL MUSEO DE LA MEMORIA

Triste, solitario y final

La cuestión del exilio será abordada en forma integral en este encuentro con proyecciones, muestras y mesas-debate.

 Por Fernanda González Cortiñas

Siempre que se habla de exilio, existe una palabra que parece surgir casi de manera automática, y es "roto". La idea de que cuando algo se rompe, aunque pueda arreglarse, ya nunca volverá a ser como era antes, se ha imbricado dolorosamente en la producción de los artistas e intelectuales, que junto a los científicos han sido a lo largo de la historia los principales objeto de esta pena.

Si bien existen excepciones a la regla (para Dante Alighieri era "un honor"; para Víctor Hugo era "vida"), desde tiempos inmemoriales el destierro, incluso antes que la muerte, ha sido el castigo social, pero sobre todo político por antonomasia. Goebbels, por ejemplo, aplicaba el mote de "lebendige Töte" ("muertos vivientes") a los artistas y científicos alemanes expulsados por el Tercer Reich, entre los que se encontraban Sigmund Freud, Thomas Mann y Albert Einstein, entre otros.

De Ovidio a Levinas, de San Martín a Cortázar, del Exodo de Egipto a las dictaduras latinoamericanas, el trauma inflingido por el abandono de la patria, la ilusión del regreso, han sido excusa para que innumerable cantidad de intelectuales y artistas reflexionaran --y crearan-- a partir del tema.

Sensación de extrañamiento en una tierra que, pese a su voluntad de refugio, no alcanza a mitigar el vacío provocado por el desarraigo, la condición de "exiliado", aparece bajo la metáfora de la "herida que no cierra". El "ser" exiliado surge entonces como una indeseable e inmanente condición del espíritu, un estado de desencuentro perpetuo, inmodificable. En ocasiones a esta cruenta situación vital debe sumarse otra: la del "des--exilio", la del regreso a una tierra ahora ajena, usurpada; como dice Cabrera Infante, "a una ciudad que ya no existe".

Para reflexionar sobre todos estos tópicos, sobre los alcances de los exilios de los inmigrantes en la Argentina, de los migrantes forzosos de las dictaduras subcontinentales, con el sensible título de "Bajo la lluvia ajena" (en alusión al poema de Juan Gelman: "... Es justo que la extrañe. Porque siempre nos quisimos así: ella pidiendo mas de mí, yo de ella, dolidos ambos del dolor que el uno al otro hacía, y fuertes del amor que nos tenemos. Te amo, patria, y me amas. En ese amor quemamos imperfecciones, vidas"), desde hoy y hasta el viernes el Museo de la Memoria ha organizado un Encuentro sobre exilios, migraciones y destierros.

Entre las actividades programadas (ver recuadro), mañana a partir de las 14.30, el antropólogo y guionista Sergio Schmucler (director de Exilios: La experiencia argentina en México. 1996.) conversará con el público sobre su experiencia en el exilio. Hijo de Héctor Schmucler (responsable junto a Armand Mattelart de la Comunicación & Cultura, emblemática publicación de la década del 70), Sergio llegó a México en 1976, cuando apenas contaba con 17 años. Militante de la UES, con un hermano desaparecido, Sergio escribió Detrás del vidrio, una autobiografía novelada ("políticamente incorrecta", según la definición del autor") como modo de expiar a los fantasmas del exilio, un concepto que para él no aparece como protagonista pero hace sombra sobre toda su producción artística. A modo de adelanto, Rosario/12 dialogó con él.

-¿Cómo surgió Detrás del vidrio?

-La necesidad de escribir Detrás del vidrio apareció después de un encuentro de exiliados sudamericanos que se realizó en la secretaría de Relaciones Exteriores de México, en la que participé como ejemplo de exiliado adolescente, y porque acababa de terminar mi documental sobre el exilio y lo pasamos. Empecé a escribir después de escuchar la enorme cantidad de mentiras que dijeron la mayoría de los que participaron, alababando a México, cantaban loas a las costumbres culturales de las empleadas domésticas, agradecían al gobierno mexicano por la hospitalidad, mostraban sus medallitas de la virgen de Guadalupe... en fin, todas cosas que yo no sentía, al contrario, me parecían gestos hipócritas y por eso cuando terminé me senté en casa a contar todo de la manera más cruda y violenta que pude. Yo no quería agradecerle al gobierno nada, al contrario, estaba lleno de rencor por los horribles trámites que

tenía que hacer para seguir estando legal... yo no quería decir que los mexicanos eran maravillosos, al contrario, los odiaba y me sentía muy mal de estar allí... por supuesto, como seguramente me hubiera sentido mal estando en cualquier lado, porque lo que uno sentía era del carajo, era la situación más violenta y abismal que había tenido. Es decir, mi manera de rebelarme contra los exiliados que disimulaban y agradecían y reflexionaban amorosamente fue escribir Detrás del vidrio.

-¿En qué condiciones toma la decisión de exiliarse?

-Me fui el 11 de agosto del 76. Una vez, en el 87, charlando con Boy Olmi en México, mientras él hacía el papel del enamorado de Ana Martín en la telenovela El Pecado de Oyuki (yo era el Asistente de Dirección), le conté mis sensaciones sobre ese día. El, asombrado, me contó que ese día, el más abrumador de los míos, él estaba pasando uno de los mejores de su vida. Se estaba casando con Susú Pecoraro. Suelo contar esta anécdota como ejemplo de la infinita gama de recuerdos con los que se debería construir una hipotética "memoria colectiva". Lo que más me dolió es que mi hermano, el único, no se iba conmigo. Pablo desapareció cinco meses después. Su desaparición es lo que, digamos, me cambió la vida. El exilio fue, en todo caso, una experiencia atravesada por su ausencia para siempre.

-¿Cómo vivió el proceso de adaptación al nuevo paisaje?

--El proceso de adaptación fue relativamente fácil en mi caso: estudié, me casé, tuve hijos, al grado que es difícil que decida si me siento más cordobés que chilango (del D.F.) o al revés. Eso no quiere decir que me haya adaptado. Pero cada vez entiendo menos qué quiere decir eso. Sé que me siento más o menos bien en los dos lugares, pero también podría decir que no me siento bien en ninguno de los dos.

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El dolor del exilio y la pena por el des-exilio.
 
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