rosario

Lunes, 14 de abril de 2008

CONTRATAPA

Allá en Vignaud

 Por Sonia Catela *

Cuidate de Ramón. Si se tratara de mis últimas palabras en el lecho de muerte, repetiría la misma recomendación. Cuidate de Ramón y de sus trampas herméticas; no permitas que te haga caer en una encerrona. O en una situación que no puedas explicar, su especialidad. ¿Conoce tus debilidades? Ramón te explorará como a un río recién descubierto. Te puede embotellar en un cerco de palabras envenenadas. O invitarte a subir a su auto para acercarte a Tribunales, ya que tu clío se halla en reparaciones. Se estaciona en el cordón, abre la puerta, te hace lugar a su lado, en el asiento delantero, te pincha. Tirás tus dados de cálculo y aceptás. Hoy va solo; su secretario se ha quedado a esperar a un embajador. Cuidado con lo mete debajo de la solapa ¿te fijaste? Puede ser un micrófono para rastrear y armar, con lo que digas, su crucigrama resuelto. Que él no sospeche que andás precavida. Que colocás tu portafolios contra la portezuela, lejos de su mano. Que encerrás tus palabras en los corrales del tránsito, del escándalo del Indec, de las inundaciones en Jujuy. Fijate que alarga el trayecto, que dobla por Entre Ríos, cortada en varios tramos por trabajos en las cañerías de gas. Quiere sonsacarte algo específico del caso, por eso canturrea "en el puente de Vignaud". Como te reconoce su par, abogada con muñeca para sortear sus astucias, se propone quitarte del medio. ¿Viste ese movimiento sobre la solapa? Se viene la celada. Si caés, Lucía, me quedo sin la única persona que puede liberarme de esta cárcel donde me tienen clavado con sus alfileres legales. Vos podés sacarme de este lugar, no otro. ¿Y por qué Ramón se hace el que por casualidad recuerda que fuimos compañeros en la escuela primaria, allá en aquel internado santafesino opresivo, en Vignaud? Te va a revelar algún suceso que me manche, algo que ignorás, algún secreto que te distancie de mí. ¿Quién no los tiene? Se viene, ahí viene. Pero vos vas a mantenerte firme; sacudirás la ceniza del cigarrillo y dirás: "eso pasó hace veinte años, y en tu versión". Sin embargo, Ramón notará el remoto titubeo, el vibrar de un ala nerviosa en algún ángulo oscuro de tus convicciones, túnel por donde él empieza a infiltrarse. Cuidate de Ramón. Cuidate de que diga: "pero vos no conocés a fondo a tu defendido" y saque esas fotos que ha conseguido en el internado, mostrando su carnet de prestigio, de famoso abogado, que le abre las tapas de mi legajo, "pruebas", fotos terribles de algo que hice a los siete años, en parte accidentalmente, en parte por morbosidad pero ya no tengo siete años y me curé de cualquier curiosidad malsana; aunque me incriminen de una atrocidad semejante ya no hago cosas como ésas, había cumplido apenas siete años, Lucía, y si vos caés en la trampa y empezás a creerle a Ramón, "esos antecedentes ¿los conocías?", iniciás el socavar de la certeza que sostiene mi inocencia; qué haré yo. Qué haré contra esas fotos, ese expediente lejano, qué haré si Ramón te tiende un pañuelo que fingís no necesitar, si larga una cháchara interminable sobre aquel episodio, si dice "te acerco a tu casa, no estás bien", si aceptás aunque a la defensiva: "tengo que hablar con mi defendido", "claro, tomate tu tiempo, averiguá, cerciorate", y él sabrá que habrá conversación conmigo pero también tu abandono, tu marcha atrás: "no puedo continuar defendiéndote", y estarás ante mí de mirada esquiva, Lucía, condenándome, y Ramón estacionará el auto, te abrirá la puerta, y hasta te apretará el brazo "a todos nos pasa", medido, mirando tus espaldas mientras entrás en el edificio, subís a tu departamento y llamás al penitenciaría para acordar esta entrevista final.

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