rosario

Sábado, 7 de febrero de 2009

CONTRATAPA

Espejos

 Por Miriam Cairo *

No pensé que fuera necesario te quitaras el antifaz, porque sólo vos tenés esa gracia. Dije tu nombre y te diste la vuelta. La silla estaba vacía. El rostro no estaba vacío. Me saludó un hombre disfrazado de inocente que luego ganó el premio al mejor disfraz. Te miraste en el espejo porque todos se miraban. Yo también me miré porque vos te mirabas. El espejo reflejaba el fondo de un corredor de la calle Sarmiento.

Llegué tarde porque Eva cenó en casa aquella noche y el tiempo se nos pasó discutiendo sobre el poder del yo poético en desmedro del narrador. Desde el fondo del espejo que reflejaba el corredor, apareció una mujer con los ojos cerrados de la noche. Una vez más la obviedad del espejo que esconde algo monstruoso. Eva hubiera hecho la cita pertinente: los espejos y la cópula son monstruosos porque multiplican el número de los hombres. Por eso fui a buscarte a la fiesta, vestida de mujer de arena: para no multiplicar los hombres y hacer las cosas a nuestro modo.

En todo ese tiempo de miradas, no habías cambiado de posición. Para no cometer el error de besarte, fijé la atención en las evoluciones de tus manos que acomodaron el pelo algo desordenado y luego hicieron seña hacia la silla vacía. Te quedaste de pie a mi lado. "No debo perder la cabeza", me dije. Y la mantuve en equilibrio con dificultad. Yo sé la cita en inglés: Copulation and mirrors are abominable.

No quería llamar la atención apoyando la mano. Procuraba disimular mi ansiedad hablando sobre las mujeres disfrazadas de mujeres. Aunque me desvivía por no multiplicar los hombres, alardeé paciencia, asentí con fingida serenidad que esas eran las máscaras menos verosímiles. Los hombres disfrazados de dominó estaban demasiado ajustados a la realidad y resultaban aburridos. Yo sólo respiraba el perfume de tu promesa sexual.

Dentro de la textura real de la noche, se tejía una trama imaginaria. Y esto era porque detrás del espejo el callejón no se reflejaba y los hombres y mujeres de la fiesta se interpolaban de un modo ambiguo: el disfrazado de impostor bebía ron junto a la que representaba a Tetis. Aquiles no había ido a la fiesta, encaprichado contra Agamenón.

Vos conducías tu mirada atentamente adelantándola a la interminable corriente de los que miraban en igual sentido y esquivando a las que venían en sentido contrario. La tentación de mirarlos a todos era un riesgo que no querías correr. El hecho no era significativo: preferías mirar el fondo ilusorio del espejo.

Me puse de pie y me abrí paso entre las máscaras. Un gondolero se hizo a un lado para que pasara el barco. La proa de mis sueños estaba en tu cabeza. El golpeteo de las olas generaba calor. Llevé una mano a la frente: quemaba. Llevé una mano al corazón: quemaba. Llevé una mano a los sueños: quemaban. El verbo no es excesivo. En menos de una hora estábamos los dos en un hotel. Me puse a hojearte y sentí un vértigo asombrado que no describiré.

Eva sabe la historia de la Noche de las Noches en que se abren de par en par las secretas puertas del cielo y en que es más dulce el agua de las fuentes. La consumición de cerveza era doble. Gentileza de "Las Casas". Festejamos dos años de misterio. Brindamos por nosotros y por un planeta desconocido, por sus monumentos y sus pájaros, por sus peces y sus controversias, por sus espumados mares y sus sombreros. Todo ello articulado con sendos besos de lengua. Aprendiste a prolongarlos cuando te conté cuánto duraban los besos que Eva y yo nos dábamos. Luego de las primeras cervezas vinieron momentos confusos de soñar cuando dormíamos y cuando despertábamos.

En los primeros encuentros habíamos pensado que nos provocábamos un mero caos, una irresponsable licencia de la imaginación: ahora sabemos que las íntimas leyes que rigen nuestra esperanza nunca antes habían sido formuladas, siquiera en modo provisional. Sic.

Con la segunda cerveza el cuarto se iluminó con el vago rosa trémulo que se ve con los ojos cerrados. Nuestra manera de no multiplicar los hombres es un arte avispado, untuoso, nuevo siempre. Aquella noche fue como la sensación que da el dejarse llevar por un río y también por el sueño. Como esos famosos poemas que Eva escribió con una sola y enorme palabra en un idioma desconocido.

Montada en el resoplante corcel del caos erótico, dominándolo con la destreza y la decisión de una amazona, una y otra vez me subí a tus dedos galopando hacia el precipicio de la confusión, pero me sofrenaba a último momento para multiplicar el gozo definitivo que se exime del horror de multiplicar a los hombres. Aquella noche, impulsados por fuerzas centrífugas, por oleadas de dispersión erótica, íbamos y veníamos a un territorio psicosexual a través de las palabras y de los espejos. Dos veces éramos vos y yo en el de arriba. Dos veces en el espejo de la izquierda. Dos veces reflejados en el del respaldar. Yo en tus ojos, vos en los míos. Una multitud hacíamos. Y reducíamos el horror al pequeño círculo de nosotros. En ellos indagábamos hasta el más tenue detalle del cuerpo. Comprobábamos que así era la historia de la Noche de las Noches.

Volvimos a la fiesta temiendo que hubiera acabado, que hubieran advertido nuestra ausencia. Lo peor de volver al mundo de los otros es luchar contra la autonomía de las imágenes mentales que no se apagan. El hecho de que la voluntad de regresar a los anillos y las culpas no era suficientemente fuerte, nos provocaba un principio de sed y hermosura. En el preciso momento en que estabas pidiéndome que la noche se repitiera te miré asombrada porque por un instante creí que se te quebraba la voz. Bromeé acerca de los llamados seres carbónicos, clones, dobles, nacidos de distinto vientre y guiados hacia una misma dirección. Estiré la lengua para lamerte los labios, y me apartaste con la heroicidad de un hombre que me amparaba del escándalo. Apretándome la mano me dijiste "pero no me sueltes" justo cuando se deshacía mi disfraz de mujer de arena.

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