Martes, 26 de mayo de 2009 | Hoy
Por Irene Angela Ocampo
Felicidad en los ojos y en los oídos al llegar a la capital, hacer unas cuadras por la 9 de julio, pasar por el símbolo porteño, el Obelisco, y escuchar en la radio del taxi los preparativos del partido entre Boca y Defensores. Todo o casi todo preanuncia una noche particular, de esas que querés recordar desde el máximo hasta el más mínimo detalle.
El calor en pleno mayo hace de este día todavía más único.
El viaje hacia el teatro es breve y ya estamos cruzando calle Corrientes rumbo al Gran Rex. Mi amiga Gabriela aprovecha para fumar en los últimos minutos antes de que nos empiecen a llamar para ir entrando a la sala. En la vereda hablamos de temas que nos preocupan. Somos feministas, y estamos juntas en una lista de información desde hace ya casi una década. Mientras hablamos de eso nos cruzamos con otras mujeres activistas que conocemos también desde hace mucho. Cassandra Wilson no parece convocar a muchas feministas, sin embargo es una mujer con claras convicciones autónomas, del sur postergado de los Estados Unidos. Su repertorio tiene temas clásicos, con algunas letras muy románticas, pero sus composiciones propias son más a la Joni Mitchell.
Entramos. Subo la escalera que me lleva a mi al pullman, y mi amiga va hacia su preciada platea. Me siento casi en el medio de esta bandeja. Hacia abajo mucha gente, pero hacia mi costado derecho y para atrás ya hay más asientos vacíos.
Minutos de espera que se llenan fijando la atención en el movimiento de las otras personas, quienes se van sentando en la misma fila, o adelante, o atrás. Gente que se encuentra en el teatro, y que aprovecha para ponerse al día. Las coincidencias que a veces nos hacen pensar en otra dimensión más allá de esta que vemos todos los días. Como la pequeña charla que alcanzo a escuchar sin querer de la fila de atrás en la que la chica le nombra al muchacho que le cuenta sobre una pareja que no puede tener hijos, que vayan a ver a Rosario a un sacerdote que cura con la oración y las manos. El padre Ignacio nombrado en el pullman del teatro Gran Rex de Buenos Aires, ¿una coincidencia?
Las luces se apagan y empiezan a brillar las del escenario, uno a uno los músicos aparecen, toman sus lugares, sus instrumentos y comienzan a zapar. ¿Es una introducción al primer tema? ¿O es la intro al show? ¿O simplemente están zapando porque la cantante se quedó dormida? No importa el porqué a estas alturas, la música que parecía no ir ni venir hacia ninguna parte tiene aires afros, como una batucada o un candombe, y cuando ya estamos casi bailando en la butaca, aparece ella, en un vestido de chifón rosa ajustado hasta la cintura, y con la falda apenas acampanada, y sandalias un poco altas. Llega al micrófono y comienza a cantar con su voz tan particular.
Al principio fue el caos. Ahora Cassandra Wilson canta y el mundo parece tomar sentido. Este pequeño mundo en el que estamos estas casi dos mil personas sentadas, escuchándola, disfrutando de esto que ella quiere compartir con nosotros.
Hasta que llega al estribillo y nos damos cuenta de que están haciendo una versión de un tema muy conocido del jazz, Caravana. Un poco de esa evocación de la caravana en el desierto llega en un momento desde el grupo musical que la acompaña, piano, guitarra, contrabajo, batería y percusión, acomodados en un semicírculo que se cierra cuando ella canta desde el centro del escenario sobre una alfombra muy colorida.
Los aplausos llegan y ella se pone cómoda, deja sus sandalias al lado del pie del micrófono, y seguirá cantando y bailando descalza durante todo el show.
Cassandra trajo este espectáculo porque acaba de lanzar "Closer To You: The Pop Side" un álbum que contiene todas versiones de temas clásicos del jazz y también de temas de rock y del pop. Pero los aires de estas versiones mantienen el sonido increíble que Wilson logró imprimir en su álbum Thunderbird, donde hizo todos temas propios, con la colaboración del productor T Bone Burnett, combinó el sonido del sur de los Estados Unidos, con el jazz más actual, y las influencias del jazzrock, y los sonidos más rurales, pasando por todo lo afro que nos llegó a América. Escuchar a Cassandra en vivo es dejarse envolver por todo esto.
Y su voz. Claro, pero no es la voz de una diva del jazz, no es la estrella. Wilson se mueve musicalmente en el escenario como si fuese un instrumento más de este sexteto. Tal vez el otro instrumento líder además de las guitarras, que Marvin Sewell tocó con maestría durante todo el show, incluso dando clases de cómo se debe escuchar un recital, cuando un público porteño, impaciente, comenzaba a aplaudir los temas antes de que terminaran de tocar los últimos acordes.
Este mundo en el que la música nos traslada a otra dimensión, lo vuelve otro la búsqueda musical, y la forma lúdica con que Wilson versiona temas emblemáticos tanto del jazz, de la cultura afro de su país, como del pop más globalizado que inundó el planeta en la década de los 60 de la mano de los Beatles. La energía que emana de la música, guiada por la fe de sus ancestros y de sus hermanos y hermanas, se cuela en aquellos y aquellas que se rinden a su encanto. El jazz y el blues que canta Wilson está todo el tiempo recordando los cantos yorubas, los ritmos y melodías de Africa occidental que produjeron en todo el continente americano tantos cantos y bailes que hoy llamamos típicos, en un vano intento por olvidar la marca tan fuerte de la música negra en el tango, la bossa, o el jazz tocado por blancos.
"Llegué hasta la Enfermería de St James/ para ver a mi baby/ yaciendo sobre una blanca mesa/ tan dulce, tan fría, tan hermosa". Hasta aquel blues que Louis Armstrong cantaba y casi lloraba, se transforma en una canción de celebración, porque en Nueva Orleáns, la muerte se celebra, se canta, Dios recibirá a esa alma que dejará de sufrir, ya no hay más penas.
Quien escucha a Cassandra, la ve bailar, reírse de las ocurrencias musicales de sus compañeros de escenario, puede apreciar toda esta riqueza musical, y también la profesional, ella es una productora con un sello propio en su Mississippi natal; una mujer orgullosa de su pasado, y del presente que se expande a través de los lazos que se entablan sinceros y con mente y corazón abiertos con otros músicos tanto de América como de Africa. Una mujer que canta sobre el amor, el dolor, y la alegría. El bis del final que concluyó en un dúo alegre y pícaro entre el baterista Herlin Riley y el percusionista Lekan Babalola cantando a capella y bailando al mejor estilo del canto tribal, nos dejó un sabor intenso y leve, esperando que haya una nueva oportunidad de poder disfrutar de una noche única como ésta.
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