Domingo, 18 de octubre de 2009 | Hoy
Por Gary Vila Ortiz
El periodista, a mi edad, va llegando tarde a las cosas que ocurren. Sobre todo si se trata de un periodista que se ha dedicado a lo largo de 51 años y 3 meses a un periodismo especializado en las llamadas bellas artes, que nunca supe (y lo sé mucho menos ahora) si eso de las bellas artes abarca todo lo que yo deseaba y deseo que abarque. A saberlo llegué tarde aun cuando eran los años de llegar temprano pues recién comenzaba en el oficio. Diría, entonces, buen profano como lo soy en todo o en casi todo, que las bellas artes, como lo venía diciendo, son la poesía, la literatura, la pintura, la música, la escultura, los mundos del folklore y de la artesanía, la política y la antropología, el estudio detenido de los dinosaurios y de las pulgas, siempre y cuando ya se hubiese pasado la etapa de un conocimiento cuidadoso de la vida de las abejas (demorado ese estudio, es cierto, porque La vida de las abejas de Maeterlinck estaba en el llamado Index, aunque en mi época juvenil el sacerdote amigo que me sacó el libro y me lo devolvió a la salida de la clase, el hermano amigo que tendría que haber sido sacerdote, me dijo que ignoraba realmente por qué ese libro estaba en el Index), de las abejas, apuntaba, de las hormigas, las cucarachas y los piojos.
No tengo siempre a mano la Enciclopedia Británica (la de verdad, es decir la que consultaba Borges) pero ando con los diccionarios a cuestas. Allí compruebo que no es pura imaginación lo afirmado: el Index Librorum Prohibitorum es la lista oficial de libros que los fieles católicos no pueden leer ni poseer, bajo pena de excomunión o severa censura. Parece que la primera lista de libros prohibidos se remonta al año 494, pero la cuestión llega a un primer plano cuando la diabólica invención de la imprenta. Por lo cual el primer Index data de 1557 y una primera edición del mismo de 1564. Inicialmente la censura en cuestión se puso en manos de la Congregación del Indice, pero hacia 1917 la tomó a su cargo el Santo Oficio. No hay que olvidar que existen dos clases de Index: el ya mencionado y el Index Librorum Expurgatorum o Expurgatorius, que es un catálogo de las obras que pueden ser leídas después de la supresión de ciertos pasajes. Charles Moeller escribió una serie de ensayos críticos reunidos en distintos volúmenes con el título de "Literatura del siglo XX y Cristianismo", obra de necesaria consulta aunque polémica. En mi biblioteca están sólo cinco de esos volúmenes y lamento no tener los que siguieron a esos cinco iniciales. Moeller era un claro partidario del Index y se refiere a la justicia de la condena de la obra integral de André Gide, aunque aclara que esa severa condena se refiere a los escritos de Gide y de ninguna manera a su persona. No me conforma. Más aún porque esa prohibición llegaba a uno de los textos más bellos sobre los evangelios: "Numquid et tu..." (Juan, VII, 47), escrito entre 1916 y 1919. Es cierto que el Index ya no existe (fue abolido, creo, por Juan XXIII) pero en algunos países, España por ejemplo, el Index ha tenido un curioso efecto retroactivo, tema al que ya me he referido en estas mismas columnas.
Pero dejemos esto de lado, al costado de la silla de mimbre y cerca de la mesa biblioteca donde se encuentra el teléfono, y volvamos a eso de llegar tarde. Comencemos otra vez, aun cuando la expresión parece incorrecta. A mi edad el periodista llega tarde a todas las cosas. Y si se dedica a intentar un periodismo que podríamos, con buen humor, llamar literario, llega siempre muy tarde. ¿Tiene esto sus ventajas? Pocas. ¿Pocas o ninguna? Pocas, y ventajas que son ante todo un error. ¿De qué se trata, en resumidas cuentas? Se trata de superponer lo que no debe ser superpuesto. ¿Por qué se superpone? Por la lentitud en conseguir las obras que van apareciendo, por cierta morosidad en la lectura, a veces por cierta tendencia a preguntarme ¿para qué? De esta manera, si bien ha crecido la habitual voracidad por el acto de leer, esa misma voracidad me provoca encuentros y desencuentros entre relecturas, lecturas y un intento de reflexionar acerca de las mismas que me lleva, al menos en algunos momentos, a la extraña sensación de que todas las páginas pertenecen a una misma obra. Es probable que exista una influencia de ciertas memorias de Emerson, de Valery, de Borges; sería lógico que existiera. Pero esas superposiciones y su lógica fragmentaria me intrigan y las observo como extravagancias del momento; quizás nada las justifique, acaso su única justificación sea un extremado delirio. Un entrañable amigo me asegura que en muchos de mis poemas se acentúa ese delirio, que ya de por sí he manifestado desde joven, es decir desde mi vida en otros mundos.
Es evidente que no parece muy sencillo hallar una relación entre las obras de Julio Cortázar, Roberto Bolaño y Georges Perec. No se trata de pensar en influencias inexistentes o en formas literarias similares. Sin embargo ahí el comienzo del delirio los textos de Cortázar que he releído y los de Bolaño y Perec que termino de descubrir se superponen maravillosamente bien, son piezas de un rompecabezas ideado por algún dios que desea que esas obras (y otras que no nombro para no aburrir a nadie, y menos a mí mismo) puedan ir completando una figura; esas obras que parecen encontrar un punto en común en el contar de una manera absolutamente diferente, y que al leerlas como se leería un acorde y luego una sucesión de acordes forman una intrigante melodía de lenguaje que resulta insoportable en su belleza, en su poder de seducción. No he leído todo Bolaño (estoy en eso) ni todo Perec (lo estoy sabiendo) pero ando releyendo a Cortázar, de quien he leído casi todo (qué lástima o qué suerte eso de casi todo). ¿Por qué me ocurre esto? Creo que por eso de llegar tarde a lo que tendría que haber llegado temprano. La única molestia es que en los tres casos se suelen utilizar como calificativos frases del estilo de "el mito de", "eso no me representa", "una ruptura con la tradición", entre otras cosas. Pienso que no es así. Leo lo que tengo de esos tres autores y ellos conviven a lo largo de un día, digamos de ayer miércoles o de hoy jueves y del lunes pasado, conviven mientras intento mezclar en mi memoria para el próximo sábado (es un decir) a esos tipos de una genialidad poco común, muy poco común en estos días, que por cierto están dedicados, sí, a crear artificialmente mitos más superfluos y rupturas con la tradición menos convincentes. Da pena que dos de estos singulares individuos hayan muerto demasiado jóvenes y otro no tan joven, pero desde mi perspectiva muy joven aún.
Se podría suponer que Perec cuenta a los otros dos y los ubica en alguno de los pisos de su casa parisina de "La vida instrucciones para su uso" y los otros dos se sentirían tan cómodos, o que Cortázar agrega un capítulo con Bolaño y Perec a "La vuelta al día en ochenta mundos", o que Bolaño se ocupa de Perec y Cortázar en su "Entre paréntesis". ¿Puede hacerlo el lector por mí? Se lo agradezco, ya que el lector puede ser mucho más inteligente que yo, lo aseguro.
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