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Jueves, 29 de abril de 2010

CONTRATAPA

Reparito Funes

 Por Jorge Isaías

"Reparito" iba por la última calle del pueblo la que se llama Juan de Garay y que algunas cuadras más al este atraviesa íntegro el barrio El Jazmín. No iba solo porque unos pasos detrás iba su mujer, doña Candelaria, sufrida y silenciosa, con su eterno vestido negro ya descolorido en la espalda que cubría su magro y avejentado cuerpo, hecho a las privaciones y a los golpes. Nunca pude saber de dónde había venido esta mujer que siempre me impresionó como la imagen del sufrimiento y del desconsuelo. Creo que no tenían hijos, de esta unión que me parece o supongo o fantaseo tardía. Él era mucho más joven o lo parecía. De él obtuve más datos, hacía tiempo que andaba trabajando en las estancias de la zona. Se llamaba Isidoro o Isidro Funes y se cuentan sus hazañas de cuchillero. De hecho, una ancha cicatriz (recuerdo del filo de una "faca" diría mi padre) le cruzaba toda la mejilla derecha de la frente al mentón, si a eso suman un rostro adusto, enmarcado por un cabello hirsuto y abundante, dos cejas como dos grandes bandas de pelo negro, como su bigote mongol, caído sobre sus labios finos como una llovizna oblicua. Los chicos del barrio éramos presa de pánico cuando lo veíamos pasar, altivo, mirando a la distancia, siempre por el medio de la calle, con su sombrero negro, pañuelo al cuello y faja del mismo color, alpargatas "bigotudas" y sucias. Tenía un empaque de compadre difícil de olvidar, en sus acciones que eludían la compresión y se circunscribían a un collar de silencios administrados por una vida exenta de lujos o comodidades, sólo generosa en privaciones y reveses y hasta cárcel se suponía o conjeturaba o se podía fantasear por entero que la había conocido si la mitad de sus hazañas pertenecieron al plano que podemos definir como realidad.

El apodo le venía -según había oído mi padre porque alguna vez trabajando en una chacra, tal vez solícito, tal vez enamorado, tal vez en un marco de caballerosidad criolla, insistía ante la patrona a quien siempre veía lavar la ropa al aire libre: Patrona, un día de estos le hago un reparito para que no trabaje a la intemperie.

Y uno supone enfrente a una gringa rubia de grandes pechos y de caderas anchas mirándolo con pocas pulgas, calculando dónde pegarle con la tabla de lavar en la cabeza si el hombre osara propasarse.

Verdad o mentira, alguien oiría esta nunca cumplida promesa de Isidoro o Isidro Funes hacia esta gringa que perdió su nombre para esta historia, y cuando digo para esta historia quiero decir para siempre, digo, quiero dejar sentado que el creador del apodo registró las repetidas escenas y el consiguiente apodo y cuyo nombre -quiero decir, el de apodador también tragó el olvido, pero no su arte de creador nato. Para nosotros, entonces, y para la posterioridad queda el gesto adusto, tal vez espontáneo tal vez estudiado de "Reparito" Funes inscripto en la menuda historia del pueblo para siempre.

Cuando yo conocí a "Reparito", era un hombre solitario, y estaba radicado en las afueras del pueblo, en un barrio hoy desaparecido, que constituía un grupo de casas precarias, y los habitantes se dividían entre los trabajadores rurales, algunos maleantes y una mezcla de ellos, como podría ser el caso de "Reparito". Cuando yo lo conocí el barrio se había adecentado bastante, pero según contaba mi padre hubo allí un par de prostíbulos, por lo cual ese barrio estuvo poblado "por gente de avería", según expresión usada por mi intransigente progenitor. Allí vivieron los González, matrimonio integrado por don Amaro, más conocido por "el Vasco" y por su mujer doña María y su seis o siete hijos, y doña Paula a quien llamaban "la India", madre de "Pirimpi", el inefable loco del pueblo que aún transita sus calles, los Madernell, los Calderón que se dedicaban a la doma de caballos.

Es probable y aún obligado que "Reparito" los haya tratado a todos, pero yo recuerdo al único que pudo ser su amigo y que de hecho lo era. Se trata del "loco" Fleitas, o el que se hacía llamar aunque su verdadero apellido era Frutos, según mi padre pudo constatar en los padrones del Sindicato de Obreros Rurales.

Cuando "Reparito" o el "loco" cobraban algunos pesos de changa, tal vez la limpieza de una aljibe, la ampliación de un pozo ciego, o el jornal de la Casa Arregui, empresa cerealera que conchababa gente para hombrear bolsas en sus galpones, ambos iban al almacén y despacho de bebidas Las Colonias, cuyo dueño era mi abuelo y compraban medio kilo de queso "cáscara colorada", medio kilo de "queso de chancho" y una damajuana de vino tinto. Allí pausadamente cortaban con un gran cuchillo de lima de acero los alimentos en grandes fetas o rodajas y las iban masticando entre grandes silencios para de vez en cuando apretarlo con un trago largo del vino que tomaban directamente del pico de la damajuana, como para que ese líquido oscuro que les sonaría a elixir no perdiera tiempo en llegar a sus ávidas gargantas mediatizándose a través de un vaso cualquiera de vidrio ordinario.

Algunos me han dicho (lo cual es improbable), que el "loco" Fleitas cuando estaba muy borracho, cantaba, y que con voz entonada ronca y aguardentosa lo hacía en guaraní hasta que un sollozo de pronto le partía el pecho y se callaba ante los ojos mudos y fríos de su compañero de borracheras, el hierático "Reparito", de triste fama. Esta versión de un Fleitas cantando en guaraní lo hacía suponer correntino o paraguayo, filiación de comprobación improbable, ya que de él nada se sabe, ni de su descendencia, si es que existe o está entre los moradores actuales del pueblo.

Lo cierto es que de estos dos hombres poco recuerdo, salvo el fantasma de una yunta que se juntaba para eso tan social como es un gran borrachera compartida.

Y de la pobre Candelaria podré decir algo que le oí a mi padre.

Cuando "Reparito" se encontraba muy borracho le propinaba una paliza y como ella no lo denunciara, lo hacían las vecinas. Cuando "Reparito" estaba durmiendo la borrachera a pata suelta en el calabozo, ella como una sombra silenciosa y oscura se apersonaba para rogar al comisario: Suéltelo don, que cuando salga es seguro que me pega más fuerte.

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